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engrandece, sin que ellas puedan influir en manera alguna en su bienestar o en su desgracia, es tan absurdo i peligroso como establecer que el hombre debe encomendarse a otro poder que no sea el que le ha dado la naturaleza para labrarse su felicidad, i que por someterse al órden fatal de su destino, debe encadenar en la inercia sus facultades activas.

La sociedad posee, pues, esa soberanía de juicio i de voluntad que constituye en el individuo la capacidad de obrar su propio bien i engradecimiento, mientras que no ofenda a la justicia. Del mismo modo que éste, ella puede acertar o estraviarse, ora sea apresurando el curso de aquellas causas naturales que han de traer por consecuencia necesaria su perfeccion, ora sea violentando a la misma naturaleza i acarreándose con sus errores la decadencia o una ruina eterna que no deje mas que el recuerdo de su nombre i de sus vicios.

No puedo negar, con todo, que la debilidad, la ignorancia u otros accidentes que no son estraños en la historia del mundo i que son difíciles de evitar, suelen obrar las desgracias de los pueblos, no obstante que éstos pusieran de su parte todo su esfuerzo en parar el golpe que los hace sucumbir; pero esta misma consideracion nos convence precisamente de la necesidad premiosa que la sociedad tiene de tomar a su cargo su conservacion i desarrollo, valiéndose no solo de sus propios elementos, sino de las lecciones que la esperiencia le suministre, estudiando a la humanidad en sus virtudes i en sus aberraciones i vicios para sacar de su mismo estudio el preservativo del mal o a lo menos la manera de neutralizar su

accion. ¿I en dónde se halla esa esperiencia de las sociedades, en dónde están consignados sus preceptos, sino en la historia, en ese depósito sagrado de los siglos, en ese tabernáculo que encierra todo el esplendor de las civilizaciones que el tiempo ha despeñado, toda la sabiduría que contienen las grandes catástrofes del jénero humano!

La historia es el oráculo de que Dios se vale para revelar su sabiduría al mundo, para aconsejar a los pueblos i enseñarles a procurarse un porvenir venturoso. Si solo la considerais como un simple testimonio de los hechos pasados, se comprime el corazon i el escepticismo llega a preocupar la mente, porque no se divisa entónces mas que un cuadro de miserias i desastres: la libertad i la justicia mantienen perpétua lucha con el despotismo i la iniquidad, i sucumben casi siempre a los redoblados golpes de sus adversarios; los imperios mas poderosos i florecientes se conmueven en sus fundamentos i de un instante a otro se ve en el lugar que ellos ocuparan inmensas ruinas que asombran a las jeneraciones, atestiguando la debilidad i constante movilidad de las obras del hombre: éste vaga por todas partes presidiendo la destruccion, derramando a torrentes sus lágrimas i su sangre; parece que corre tras un bien desconocido que no puede alcanzar sin devorar las entrañas de sus propios hermanos, sin dejar de perecer él mismo bajo el hacha esterminadora que ajita sin cesar contra lo que le rodea. Empero, cuán de otra manera se nos revela la historia si la consideramos como ciencia de los hechos; entónces la filosofía nos muestra en medio de esa série interminable de vicisitudes,

en que la humanidad marcha hollando a la humanidad i despeñándose en los abismos que ella misma zanja con sus manos, una sabiduría profunda que la esperiencia de los siglos ha ilustrado; una sabiduría cuyos consejos son infalibles, porque están apoyados en los sacrosantos preceptos de la lei a que el Omnipotente ajustó la organizacion de ese universo moral. Los pueblos deben penetrar en ese santuario augusto con la antorcha de la filosofia para aprender en él la esperiencia que ha de guiarlos. ¡Huyan ellos i los hombres que dirijen sus destinos de esa confianza ciega en el fatalismo, que los apartaria de la razon, anulando en su orijen las facultades de que su naturaleza misma los ha dotado para labrarse su dicha!

El jénero humano tiene en su propia esencia la capacidad de su perfeccion, posee los elementos de su ventura i no es dado a otro que a él la facultad de dirijirse i de promover su desarrollo, porque las leyes de su organizacion forman una clave que él solo puede pulsar para hacerla producir sonidos armoniosos. A fin de conocer esas leyes i apreciarlas en sus naturales resultados, debe abrir el gran libro de su vida en el cual están consignadas con caractéres indelebles: en él verá que esa constante alternativa de bienes i desgracias en que han trascurrido los siglos, no es ni la obra fatal de un poder ciego que lo precipita de suceso en suceso, ni la consecuencia inevitable de un capricho, sino un efecto natural de esas leyes, de ese órden de condiciones a que está sujeto en su naturaleza. Verá tambien que si en el universo físico se desenvuelven espontáneamente las causas que le sirven de

leyes para producir un resultado necesario, no se opera lo mismo en el universo moral, porque el hombre tiene el poder de provocar el desarrollo de sus leyes o de evitarlo por medio de la libertad de sus operaciones, segun convenga a su felicidad. La humanidad no es ni ha sido lo que ella podia rigorosamente ser, atendidas las circunstancias de lugar i tiempo, sino lo que ha debido ser, atendido el uso que han hecho de esas circunstancias los hombres que la han dominado i dirijido: ¡ella tiene una parte activa en la direccion de sus destinos, porque si así no fuera, su libertad seria una mentira insultante, su dignidad desapareceria i en el mundo no podria existir idea de la justicia! (1)

Por esto he dicho, señores, que la sociedad debe acudir a la historia, a ese precioso depósito de la esperiencia, para sacar de ella el preservativo de la desgracia i la luz que debe guiarla en las tinieblas de lo futuro. Solo en ella puede conocer las leyes inmutables de su felicidad o decadencia, en ella solo puede ver los escollos que tiene que salvar, las influencias del pasado que pueden detener su progreso, los errores que deben encaminarla a su ruina, i en fin, solo en ella puede estudiar la marcha que ha seguido i el grado i posicion que ocupa en la escala de las naciones. Los hombres públicos, aquellos a quienes ha cabido la dicha de encargarse de la difícil tarea de di

(1) Talvez podrá calificárseme de osado, porque me aparto aquí de la base de las brillantes teorias de mas de un jenio de los tiempos modernos, pero pido perdon de ésto, si es una falta, i pido se me permita usar de mi libertad de pensar. Yo no creo en el fatalismo histórico, segun lo conciben algunos sábios.

rijir un estado, deben por esta razon conocer a fondo la historia del pueblo cuya ventura se les encomienda. Si la constitucion de una sociedad, en sentir del sábio Sismondi, propiamente hablando no es otra cosa que su manera de existir, su vida misma, el conjunto de todas sus leyes i de todas sus usos; si tiene por base los antecedentes de la sociedad misma, ¿ cómo será posible conocerla i seguirla en su espíritu si no se conoce filosóficamente la historia del pueblo ? Si el lejislador debe garantir lo presente para preparar lo que debe ser i promover con prudencia las reformas i acelerar el progreso, ¿quién sino la historia puede guirle en el espinoso curso que ha de seguir en tan alta empresa? ¿Cómo descubrir sin esta antorcha de la divinidad cuáles son las consecuencias funestas de un antecedente pasado, cuáles son las costumbres antisociales que se perpetúan, cuáles las inclinaciones, los vicios que se arraigan en el corazon del pueblo i que oponen resistencias insuperables a su perfeccion ?*

Creo sinceramente que si los que aman a su patria i desean de veras su ventura contaran como parte esencial de sus conocimientos en las ciencias sociales el filosófico de la historia, no cometerian jamas aquellos errores que detienen la marcha de las sociedades i las hacen retroceder muchas veces, porque o bien son la repeticion de una causa que en épocas anteriores se ha desenvuelto de un modo funesto i lamentable, o bien son propiamente el eco de preocupaciones que, si hubieran sido conocidas en su oríjen i naturaleza, deberian estar ya aniquiladas i tildadas con la infamia de aquellas que se consideran como vergonzosas a la hu

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