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estado, porque el cansancio ha venido a ocupar el lugar del entusiasmo. Con todo, el ejército español no cumple los tratados, el virei del Perú no los ratifica, porque en ellos trasluce las esperanzas de los patriotas; pero se aprovecha de la tregua, saca de ella mas ventaja que la que reporta Chile, fascinado con la posesion de la paz, i pronto va a romper de nuevo la guerra, mas orgulloso, insolente i terrible.

El conocimiento de estos hechos trae alarmados a los mas comprometidos en la causa de la independencia, quienes fraguan conspiraciones para atajar el mal que cada dia se agrava por la incuria de las autoridades chilenas. Al fin aparece el jeneral Carrera en Santiago el 23 de julio, i apoyado por sus amigos, se apodera de los cuarteles, se presenta al Director Su premo, le hace ver la necesidad de mudar las autoridades; i el cambio se ejecuta pacíficamente, nombrando una Junta gubernativa, compuesta del mismo jeneral, del presbítero don Julian Uribe i de don Manuel Muñoz de Urzúa.

Lo que hallamos de mas interesante en el manifiesto que el nuevo gobierno dió al principiar sus funciones, es el siguiente pasaje, en que esplica su instala

cion:

"Entre tanto, dice, una faccion que siempre habia sido sofocada en las oscilaciones de nuestra libertad naciente, levantaba su cabeza erguida, insultando con sonrisa a los amantes de la causa americana, como si la proclamacion de sus derechos fuese inconciliable con los deseos de la paz, o como si los pactos que lo arreglaban dejasen a Chile en la oscuridad de su antigua servidumbre. No era el menor aliciente de este

descaro intolerable la persecucion activa de aquellos patriotas, cuyos sacrificios serán un documento de justificacion en el hecho de lisonjear a los rivales de nuestra causa: i nosotros nos congratulamos del sufrajio uniforme del jeneroso pueblo, que en la premura de los momentos, ocurrió a reunir su alegría al voto de sus diputados (1) i de las honorables corporaciones que el dia 23 nos depositaron la confianza del mando hasta la deliberacion del Congreso."

La Junta gubernativa dirije toda su atencion a reorganizar los medios de defensa que tiene el pais, elije un cabildo para la capital, i dicta varias resoluciones para establecer mejor la administracion de justicia; pero es necesario reconocer que en todas sus resoluciones no se ve otra cosa que los esfuerzos débiles del agonizante partido que representa.

La junta es respetada i obedecida por todos los pueblos, pero el ejército chileno, dirijido por el jeneral O'Higgins, abandona sus reales, deja libre en el Sur al español que acaba de ser reforzado con nuevas i escelentes tropas, i viene a trabar un combate fratricida en las puertas de la capital, con el fin de destronar al nuevo gobierno. El enemigo aprovecha tan ventajosa oportunidad: avanza triunfante en un dilatado pais abundante de recursos, cuyos pueblos le rinden vasallaje, i llega a dar sin obstáculo el último golpe a la causa de la independencia.

En vano se quiere entónces apagar las rivalidades domésticas, en vano el jeneral Carrera lo sacrifica

(1) A este tiempo se hallaban ya en Santiago los diputados que varios pueblos habian elejido para el congreso convocado por los gobiernos anteriores.

todo por aplacar a su rival, en vano el gobierno hace prodijios por oponer una defensa vigorosa al enemigo: la causa de la revolucion está desprestijiada, la desmoralizacion se ha propagado con la voracidad de un incendio, los sacrificios de cuatro años son inútiles; todos los ensueños de gloria, de ventura i libertad van a disiparse con el humo del sangriento combate de Rancagua.

Allí se defienden con asombroso denuedo los últimos restos de nuestro desmoralizado ejército, durante los dos primeros dias del mes de octubre de 1814, contra los tercios realistas doblemente poderosos en número, en disciplina i moralidad. Los jenerales Carrera i O'Higgins, que dirijen las fuerzas chilenas, tienen cada uno su plan de defensa, que se obstinan en seguir, porque cada cual mira el suyo como el mejor: combaten sin embargo ámbos con heroismo, pero la causa del rei triunfa por la division, i desde este momento reconquista en todo el reino su poder perdido, i principia a rehabilitarse, empleando el mas feroz i ciego despotismo.

CONCLUSION.

Hé ahí terminado el primer período de la revolucion de nuestra independencia. ¿Deberemos considerar este penoso i desgraciado fin como un efecto de accidentes pasajeros, que pudieran haberse evitado o dádoles otro jiro, adoptando alguno de los planes de defensa concebido por los dos jenerales de nuestras fuerzas? ¿Deberemos atribuir a algunos o a todos los fautores de la revolucion, esa anarquía, esa serie de inconsecuencias, de perfidias i debilidades que forman el cuadro del primer período de la revolucion chilena? No, porque si hemos de juzgar como historiadores, es preciso que nos remontemos a las verdaderas causas que prepararon aquel desenlace; es preciso que no veamos en ese cuadro, sino la consecuencia necesaria de los antecedentes de nuestra sociedad; i que hagamos justicia sin dejarnos sorprender de las pasiones que han dominado a los actores i espectadores de aquel drama sangriento.

La revolucion, cortando los lazos que nos vinculaban a la metrópoli, variando la forma legal de la organizacion del Estado, propagando principios que despertaban la dignidad del hombre i que relajaban la obediencia brutal, el ciego respeto que le mante

nian ligado al despotismo español, no hizo otra cosa que poner en efervescencia los elementos corruptores i antisociales que formaban el fondo, el espíritu de nuestra sociedad; pero sin variarlo, sin rejenerarlo. Las leyes i las costumbres que esas mismas leyes habian radicado en la colonia, solo conspiraban al único fin de mantenerla en servidumbre, impidiendo en ella el conocimiento i el deseo de una condicion mejor, ocultando la idea de la importancia moral del hombre, estinguiendo todas las relaciones, todos los intereses que podian despertar la conciencia de su valor, fortificando el egoismo i los instintos antisociales de la individualidad, sin presentarles otro término mejor que la quieta e irracional sumision al poder sagrado de los reyes; sancionando en fin la pereza i la indolencia como dos bienes supremos constitutivos de la felicidad única que el hombre podia alcanzar en este mundo, para vivir libre de aspiraciones locas i de tentaciones heréticas.

No habia pues un solo elemento de unidad, un solo interes, un solo principio que pudiera servir de centro a una mayoría respetable de prosélitos ardientes, una vez que desapareciera de la sociedad el único vínculo que la ligaba a su metrópoli. No habia ideas sobre la organizacion del Estado, sino las que se plajiaban de la civilizacion romana i de la filosofia del siglo XVIII, pero sin órden ni sistema; no habia mancomunidad social ni política; en una palabra, no habia otra cosa en pié que los instintos escéntricos i disolventes del sistema colonial de la España. Por eso es que la anarquía asoma con la revolucion, i con ella esa interminable serie de reacciones, esa perpetua

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