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miento. No era estraño: una fraccion de los pelucones, que entonces se llamaba de los O'Higginistas, se habia aprovechado de la liberalidad del gobierno i de los puestos que en él tenia para insinuarse en el ánimo del jeneral Pinto, i aun para interesarle en la candidatura a la vice-presidencia de su Ministro de Hacienda, don Francisco Ruiz Tagle (1).

La votacion del Congreso debia determinar la eleccion de Vice-Presidente. Dos O'Higginistas, Ruiz Tagle i el jeneral Prieto, el cual habian logrado aquellos colocar en el mando del ejército, habian obtenido votos, con don Joaquin Vicuña, que era el candidato liberal. El Presidente se empeñaba por el primero, pero el Congreso elijió al último. Hé aquí la causa del rompimiento entre el Congreso i el Presidente. Los O'Higginistas no se conformaron, i la revolucion estalló, aclamando la nulidad de la eleccion i protestando contra el despotismo del Congreso.

(1) RENUNCIA DEL JENERAL PINTO.-He recibido el oficio de V. E. del dia de ayer, en que se sirve trasladarme el que con igual fecha le dirije el presidente de la Cámara de Diputados, comunicándole la órden del Congreso jeneral para que me apersone ante él, hoi a las doce, a recibir el encargo de Presidente de la República.

El inesperado honor que me hace la Representacion Nacional en este decreto, despues de la repugnancia que he manifestado dos veces, a tomar sobre mis débiles fuerzas la responsabilidad de tan alto cargo, me deja penetrado de reconocimiento, pero de ningun modo altera mi resolucion.

No insisto en mis enfermedades habituales. No invoco el principio incontestable de que toda grave responsabilidad debe ser voluntariamente contraida. En otras circunstancias hubiera renunciado gustoso este derecho. Motivos de un órden superior me hacen imposible hacerlo.

Algunas de las primeras operaciones del Congreso adolecen, en mi concepto, de un vicio de ilegalidad que, estendiéndose necesariamente

La renuncia del Presidente no hizo mas que enva lentonar a los revolucionarios. El gobierno quedó acéfalo, el partido sin jefe. La suprema majistratura recayó entónces constitucionalmente en el presidente del Senado, don Francisco Ramon Vicuña, que, aunque anciano i sin ambicion, sintió palpitar su corazon de patriotismo i se puso a la obra con ardimiento i abnegacion. La defensa del gobierno constitucional se organizó en pocos dias: los jefes de la guarnicion de Santiago declararon al Presidente Vicuña que estaban dispuestos a derramar su sangre en defensa de la Constitucion; pero faltaba un jeneral. El ilustre Freire se habia negado a mandar a aquel puñado de valientes, porque, como él mismo lo decia, sus relaciones con Benavente i los demas estanqueros, lo tenian neutralizado; pero otro viejo patriota, el intejérrimo jeneral Lastra, abandonó su retiro i acudió a la defensa de la Constitucion liberal.

a la administracion que obrase en virtud de ellas, o que pareciere reconocerlas, la haria vacilar desde los primeros pasos i la despojaria de la confianza pública.

No me erijo en el juez del Congreso. Lo respeto demasiado. La intelijencia que doi a la carta constitucional, será tal vez erronea; pero basta que en un punto de tanta importancia difieran mis opiniones de las del Congreso; basta que entre los principios que le dirijen i los mios, no exista aquella armonía sin la cual no concibo que ninguna administracion pueda ser útil; basta sobre todo la imposibilidad de aceptar la presidencia sin aparecer partícipe en actos que no juzgo conformes a la lei, o de una tendencia perniciosa, para que me sea no solo lícito, sino obligatorio el renunciarla.

Al espresar por tercera, i espero que por última vez, esta resolucion, he creido que debia a la nacion, que me ha distinguido con su confianza, la esposicion franca de mis sentimientos, i suplico a V. E. me haga el honor de trasmitirla al Congreso.-Dios guarde a V. E. muchos años.-Santiago, octubre 18 de 1829.

F. A. PINTO.

El momento era tremendo: los dos ejércitos acampaban en los suburbios de Santiago, i sus avanzadas comenzaban ya a cruzar sus fuegos. La poblacion entera estaba en una angustia atroz, i nadie se atrevia a presajiar el desenlace. Portales, Rodriguez Aldea, Garrido i otros de los principales autores del movimiento, se habian situado al lado del jeneral revolucionario; los demas se ajitaban en el seno de la ciudad, al lado de los liberales, que, resignados al sacrificio, estaban dispuestos a defender con sus vidas la Constitucion.

Pero los liberales querian evitar a toda costa la efusion de sangre, i no escusaban ni el sacrificio de sus intereses personales.

. Una noche, en las altas horas, se reunian dos de ellos, don Melchor de Santiago Concha i don Rafael Bilbao, autorizados por su partido, con varios pelucones en un cuarto de la casa de don Joaquin Echeverría, en la calle de las Monjitas. Una sola bujía de sebo i mui gastada los alumbraba; allí estaban, al rededor de una mesa, el dueño de casa, Rodriguez Aldea, Osorio, don Joaquin Prieto i otros. El jeneral llevaba un poncho oscuro i botas de arriero, i cubria su cabeza i su rostro con un pañuelo. La reunion habia sido provocada por don Francisco Ruiz Tagle, que, como apesarado de la revolucion, habia invitado al señor Concha para buscar un arreglo que evitase la efusion de sangre; pero él no habia concurrido.

Los liberales se imajinaron que todo podria concluirse dejando los puestos que ocupaban, para que los revolucionarios los reemplazaran i organizaran el gobierno, respetando i conservando la Constitucion.

Al efecto proponian que en las provincias insurrectas, se hiciera nueva eleccion de senadores, renunciando los señores Fernandez, Novoa i los demas que se designaran, para que en su lugar fuesen elejidos el señor Ruiz Tagle, don Joaquin Prieto i cualesquiera otros. Reorganizado así el Senado, se elejiria presidente de la Cámara a alguno de esos señores, para que, conforme a la Constitucion, se hiciera cargo del Poder Ejecutivo, mientras se hacian las elecciones jenerales. Los liberales agregaban a esta proposicion la de separarse, i aun espatriarse, todos los que los revolucionarios señalasen, con tal de que se evitase la guerra civil i se conservase la Constitucion.

Largamente se disputó en aquel conciliábulo sobre esa proposicion, que los pelucones no admi̟tian, sin querer comprender la abnegacion de sus adversarios. Ellos exijian un sacrificio imposible, porque era deshonroso: querian que los liberales disolvieran el Congreso, declarando nulos todos sus actos, i renunciando todos, como lo habia hecho el Presidente Pinto, sin imponer condiciones ni exijir garantías.

Eran ya las cuatro de la mañana, cuando el jeneral: Prieto, que no habia desplegado sus lábios, se levantó para retirarse, i respondió a la interpelacion que le dirijió uno de los liberales: que "no podia aceptar la proposicion porque sus compromisos eran mui fuertes i estaban mui adelantados." Portales, que era el árbitro para desligar al jeneral de esos compromisos, no estaba presente, i su personero, Rodriguez Aldea, no habia aceptado el medio que se proponia:: eso era bastante. El jeneral se retiró, i por consi

guiente, la cuestion debia ser resuelta por las armas (1).

I en efecto, en la mañana del 15 de diciembre, el estampido del cañon, el estruendo de una batalla, sobrecojieron a los vecinos de Santiago, durante dos horas, que bastaron al jeneral Lastra para destrozar completamente al ejército insurrecto, dispersándole mas de sus dos terceras partes, i llegando mas allá de las posiciones que ese ejército ocupaba. El jeneral Prieto, envuelto en el desórden de su linea, se halló rodeado de sus enemigos, i dando la mano al comandante del batallon Concepcion, pidió la paz. El mayor jeneral Viel mandó cesar el ataque, llamó hermanos a los vencidos; i el jeneral Lastra, advertido de lo que ocurria, corrió tambien a dar muestras de su jenerosidad en busca del jeneral Prieto i lo acompañó a su campamento. Entre tanto, por órdenes verbales, los prisioneros i los pasados fueron devueltos, los dispersos volvieron a su linea, i medio reorganizado ya el ejército vencido, el jeneral Prieto, obedeciendo a las sujestiones de Portales i de los amigos de éste, declaró a los jefes vencedores, que quedaban prisioneros en su poder, i recabó de ellos la órden de reunir allí a todos sus oficiales para celebrar una junta de guerra.

Pero aunque estas órdenes fueron dadas, los oficiales vencedores no las cumplieron, declarando, por medio del coronel Tupper, que no las obedecian i que debian serles devueltos sus jefes inmediatamente,

(1) Este suceso ha sido narrado cuando vívian varios de sus autorés i testigos, que lo han confirmado al autor.

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