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debo señalar la carencia absoluta de virtudes sociales porque entre nosotros no existia entónces vínculo alguno de aquellos que constituyen las relaciones del hombre con su patria i consiguientemente con sus demas coasociados. La union del interes individual con la utilidad pública no existia, porque predominaba en todo el egoismo; i el interes de la comunidad era desconocido, violentado i contrariado, cuando se trataba del bien de la corona, del de sus empleados o del de cualquiera que tuviese la posibilidad de hacer triunfar el suyo propio. La noble emulacion, el amor a la gloria eran sentimientos ajenos del alma del chileno; i cuando en fuerza de la naturaleza aparecian bajo cualquiera forma, eran sofocados, y lo que es mas funesto, condenados como asomos de una pasion criminal: los hijos de los hijos debian seguir la condicion de sus abuelos, porque si procuraban distinguirse, eran tachados de peligrosos, de rebeldes a su rei i de perturbadores del órden establecido; a no ser que dirijiesen sus esfuerzos a glorificar a la familia real o a proveer su hacienda, depositando en ella el fruto de los trabajos de la mitad de la vida, a trueque de un título o de una honra vana que les dispensaba el despotismo para crearse mas prosélitos. Las virtudes, en fin, no tenian eco ni órgano alguno para manifestarse; eran ahogadas en su jérmen, o cuando mas, dirijidas al fanatismo relijioso, que constituia la mejor columna del sistema colonial.

Esta perfecta nulidad de todo lo que hai de grande i de noble en el corazon humano dependia esclusivamente de que el monarca lo ocupaba todo con su poder i majestad: dispensador de todos los empleos,

honras i preeminencias; dueño absoluto de la vida i de la hacienda de sus vasallos; con una voluntad superior a la lei misma, porque siendo ésta su hechura, cedia sin violencia a sus deseos i caprichos; consagrado i apoyado por la iglesia, i representante de Dios en el gobierno de la tierra, era el rei lo mas augusto i poderoso en la sociedad i dominaba con prestijio irresistible i fascinador. La primera virtud de los vasallos consistia en el sacrificio completo de su ser en honra del soberano, éste era la patria i la humanidad, de él procedian los honores i las riquezas, la posicion civil i cuanto valia el hombre en este mundo: habia, pues, necesidad de amarle, temerle i consagrársele sin escusa. Por esto, nada era el colono por sus talentos o virtudes, sino por la voluntad de su señor; los empleados públicos eran nulos por sí mismos i no valian sino por la augusta majestad que representaban i servian.

Esto esplica sin dificultad el carácter arbitrario i despótico que, como hemos notado antes, formala la base de la autoridad de los mandatarios en América: representantes de un rei absoluto, lo eran tambien a su vez en el ejercicio de sus funciones, haciendo preponderar su capricho o su interes sobre los preceptos de la lei: dueños como aquel, del Nuevo Mundo, i conquistadores i señores de sus pueblos, los dominaban a su albedrio i tenian en su mano la vida i bienestar de los colonos.

De aquí la ciega humillacion i estúpida servidumbre con que la sociedad toda se sometia a la voluntad del sin número de tiranuelos que la oprimian, invocando la representacion del monarca. De aquí tam

bien la costumbre perniciosa de esperarlo todo solamente del capricho de estos mandatarios, i no de las determinaciones de la lei, la cual era impotente i estaba reducida a una fórmula vana al lado del inmenso poder que ellos investian.

Con este antecedente se podrá esplicar la conducta siempre observada de apelar primero al empeño i no pocas veces al cohecho, ántes que al precepto de la lei, cuando se imploraba el amparo de los tribunales de justicia o se recurria a la autoridad pública con cualquier motivo que para ello se tuviera. Este era el modo de proceder tolerado i sancionado por la costumbre: el influjo que nace de las relaciones de familia o de amistad, i de la posesion de injentes riquezas, era el único gran regulador de la equidad i de la justicia en todos los casos; i a sus dictados imperiosos se sometian, no tan solamente las providencias de la autoridad, sino tambien hasta las leyes mismas emanadas del soberano. En esta, así como en todas las circunstancias en que predomina la arbitrariedad, no había otra garantia que el carácter personal de los majistrados; i si pudieran citarse a millares los ejemplos del triunfo de las leyes i de la justicia entre nosotros, siendo estos el resultado de aquella garantia efímera i precaria, no pueden formar un argumento contra la observacion que acabo de hacer, fundado en la esperiencia i en la naturaleza de las cosas, acerca de una costumbre, que vemos todavia palpitante en algunas ocasiones. ¿No es verdad que, si en el dia se mira el cohecho como un arbitrio que ha perdido ya su antiguo prestijio, no solo no se considera del mismo modo el empeño, sino que por el

contrario se usa de él como de un medio racional, justo, lejítimo i tolerado para alcanzar un triur fo?

La historia del mundo nos enseña que cuando la falta de respeto por las leyes i la corrupcion de los mandatarios llegan a este grado, se desquicia el órden social, se rompen los vínculos que ligan al hombre con la autoridad i se produce frecuentemente una de aquellas crísis espantosas que consuman para siempre o bien la ruina de un pueblo o su rejeneracion completa. Pero la historia del nuestro nos presenta en este otro fenómeno, que si bien ha existido en donde quiera que el despotismo haya imperado, nunca se ha desarrollado con tanta deformidad ni ha sido tan duradero como entre nosotros. Cuando el desprecio por las leyes está solo de parte del soberano, no produce aquellos efectos ni obra como elemento desorganizador de la sociedad, porque siendo su voluntad la única lei del Estado, no se reputan como inmorales sus avances, sino como actos lejítimos i sagrados; pero cuando ese desprecio está en todos los majistrados i en todos los hombres que tienen la conciencia de poder eludir la lei i pisotearla, con solo hacer valer su influjo o su autoridad, no puede esplicarse la conservacion del órden social sino por razones mui especiales. Esto era lo que sucedia en Chile, i el proletario, el colono sin valimiento sufrian todo el peso de tan funesta costumbre, pero en silencio i resignados. El pueblo padecia, no se desorganizaba; antes bien, permanecia sumiso, porque tenia la conviccion íntima de que éste era el único órden posible, puesto que era el aprobado i sostenido por la voluntad del monarca i la autoridad de la Iglesia, que le aconseja

ba respetar esa voluntad como la del mismo Dios. Su ignorancia era tan profunda, que no le permitia concebir esperanza ni tan siquiera idea de otro sistema mas perfecto que éste, bajo el cual habia nacido, el cual habia formado sus costumbres, modelado su vida social i echado por consiguiente hondas raices en su corazon. La crisis que hemos señalado como consecuencia fatal de la carencia de respeto a las leyes, no era, por supuesto, de temer entre nosotros, porque el despotismo teocrático, apoyando su predominio en las costumbres i en la adhesion del pueblo, tenia bastante poder para mantener la ciega sumision de sus vasallos i consiguientemente el órden establecido.

En conclusion, el pueblo de Chile, bajo la influencia del sistema administrativo colonial, estaba profundamente envilecido, reducido a una completa anonadacion i sin poseer una sola virtud social, a lo menos ostensiblemente, porque sus instituciones políticas estaban calculadas para formar esclavos. (1)

(1) Contra esta conclusion histórica, que era un hecho tanjible, se ha objetado la revolucion de la independencia, que hizo brillar tanta virtud cívica i tanto heroismo. Pero esta objecion carece de filosofia i desconoce el poder rehabilitador, rejenerador, que la justicia i la verdad tienen cuando aparecen triunfantes en una revolucion. Si la de la independencia, concebida i realizada por unos pocos nobles espíritus, halló virtudes en un pueblo profundamente envilecido, fué porque ella las despertó con su golpe eléctrico, no porque existieran; i si pudo despertarlas, fué porque el envilecimiento de la naturaleza humana jamas estingue, aunque apague por largo tiempo, el poder de desarrollo intelectual i moral que es conjénito e inherente al hombre. El salvaje mismo de los bosques americanos es capaz de heroismo i de virtud cuando defiende su independencia i sus derechos.

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