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completamente, porque ella es el estremo opuesto de la democracia que hemos planteado. Luego es necesario. analizar el modo cómo obra esa civilizacion en América i estudiar minuciosamente la accion e influencia de los antecedentes españoles en nuestra sociedad actual. Sobre todo, es necesario conocer lo que era nuestro pueblo al tiempo de esa gran revolucion de 1810, que no fué efecto de nuestra civilizacion i de nuestras costumbres, como la de la América inglesa; que no se operó, como ésta, de un modo radical, con la emancipacion. Sin resolver filosófica e históricamente la cuestion de la situacion social de nuestro pueblo en aquella época, no podremos conocer de un modo exacto los resultados de la revolucion, ni mucho menos la tendencia que debemos darla para completar su desarrollo. Este estudio nos llevará a demoler el pasado para reconstruir nuestra civilizacion democrática.

Hé ahí las ideas que dieron orijen a ese plan de campaña iniciado formalmente en la primera Memoria Histórica de la Universidad. Una grata ilusion de jóven me hacia esperar que esta corporacion comprenderia que no podia llenar de una manera mas grandiosa sus fines, sino acometiendo con valor la alta empresa de correjir las fuentes de las ciencias sociales, para preparar el porvenir de nuestra civilizacion democrática; i una esperanza firme me alentaba de que la juventud, que hasta entonces me habia seguido én la senda literaria, entraria de lleno en la nueva senda filosófica que procuraba trazarle. ¡Vana jactancia! Aquella ilusion se evaporó, esta esperanza ha sido dolorosamente desengañada.

En la sesion solemne, la mas espléndida que ha habido, como que era la primera, aquellos graves doctores me oyeron la lectura de la Introduccion de la Memoria con una indiferencia glacial; i sin embargo de que les rogaba que aceptaran con induljencia aquella obra, en que procuraba contribuir a encaminar el estudio de nuestra historia por la senda que le traza la filosofia, la Universidad calló i ni siquiera me dió las gracias. Al año siguiente se las dieron al señor Benavente, autor de la segunda Memoria, i el rector creyó que no era justo ser tan indiferente conmigo, i me las dió, aunque tarde, por mi obra del año anterior. La Memoria no tuvo eco i solo encontró en la prensa algunos elojios de cortesia i observaciones que demostraban que ella no habia sido comprendida. El mismo señor Bello le consagró dos artículos en el ARAUCANO, adhiriéndose a las consideraciones sobre el modo de estudiar i de escribir la historia, i reproduciendo las observaciones de detalle que nos habian servido de tema de discusion verbal. Pasados algunos años, el sábio escritor me decia que estábamos tan conformes, que sentia que esos artículos se hubieran coleccionado con otros en un volúmen, sin que él hubiera podido correjirlos. La Memoria tuvo sí los honores de llamar la atencion de algunos en Europa i de ser citada por dos escritores de escuelas mui opuestas, E. Quinet i C. Cantú; pero en Chile quedó olvidada, hasta que veintiun años mas tarde ha sido inserta en la coleccion de la Historia jeneral de Chile, con notas, por el señor Vicuña Mackenna. Tales notas, reducidas a contradecir detalles insignificantes i a emitir opiniones aisladas, inconexas unas i arbi

trarias otras, olvidan enteramente el carácter de aquella obra, su plan i su fines.

Noto estos hechos, porque son mui significativos para medir la importancia que han tenido en su época las Investigaciones. Si en veinte i tantos años no han sido siquiera apreciadas por los literatos que se dedican a escribir la historia nacional, ¡cuál puede haber sido el aprecio que han merecido del público !

Mas mi plan apenas estaba iniciado en 1844 i su desempeño era mui complejo, i demasiado sério i pesado para un hombre solo; sobre todo para un hombre que necesitaba trabajar para ganar la vida. Habia tenido que hacerme historiador, no tanto de los hechos, cuanto de las ideas; historiador de dos civilizaciones, una que caduca i otra que se levanta, porque necesitaba mostrar la deformidad, la incongrüencia, la ineptitud de la primera en nuestra época; i debia mostrar la marcha de la segunda, la manera como se realizaba, para adaptarla a nuestra situacion. Habia tenido que hacerme literato para ausiliarme en este propósito con todas las formas del arte, i combatir el pasado colonial, hiriéndolo, chocándolo, sublevando contra él las antipatias de la nueva jeneracion, a riesgo de inquietar el sentimiento i de sufrir sus odios. Habia tenido, en fin, que hacerme publicista para trazar la nueva senda, para enseñar i hacer triunfar los principios democráticos en nuestra organizacion. La tarea era vasta. ¿ Pero acaso porque yo era impotente no debia llenarla en cuanto mis fuerzas alcanzaran? No debia cumplir el deber que mi con¿ viccion me señalaba? Por otro parte, ¿cómo no habia de tener colaboradores? La verdad tiene el poder de

atraer, i mi profesion de maestro de literatura i de derecho público, a que estaba dedicado desde 1836, me daba los medios de hallar discípulos i de excitar la jenerosidad de la juventud en favor de aquella gran causa: de esa juventud saldrán, me decia yo, los jenios que han de realizar la obra. ¡Qué importa que el último de los obreros, el mas destituido de fuerzas i de prestijio se ponga a ella con mas audacia que capacidad!

I así este pobre obrero hacia su tarea en la cátedra, en la prensa, en los puestos públicos, persiguiendo en todas estas esferas su propósito, ayudando la accion de los hombres distinguidos que se consagraban a la propagacion de las luces, i valiéndose de todas las formas del arte, desde el drama i la novela, hasta el lijero artículo de costumbres; desde el estudio filosófico de las grandes cuestiones i de los grandes sucesos, hasta la ardiente polémica de partido; desde el discurso severo i elevado, hasta la charla jovial i pasajera. Claro está que en todo eso habia mucho que desechar, mucho que reprobar, porque quien mucho habla mucho yerra; pero en esta coleccion solo se reproducirá lo menos malo, como muestra de la manera en que servian al gran propósito esa multitud de obras sueltas, al parecer incoherentes i lanzadas al

azar.

En 1847, la Facultad de Filosofia i Humanidades habia señalado como tema para el certámen anual un punto de la Historia de Chile, al arbitrio de los que concurrieran. Yo tenia entre manos una historia de nuestras instituciones políticas, como obra la mas adecuada a mi plan, pues que en ella se podia hacer

un estudio provechoso de nuestros progresos democráticos i de las resistencias que les oponian nuestra civilizacion i costumbres coloniales; i por via de ensayo, presenté anónima, solicitando el premio, la primera parte, con el título de Bosquejo histórico de la Constitucion del gobierno de Chile, durante el primer período de la revolucion. La obra fué premiada, en virtud del informe que la aprobó literariamente. Los académicos informantes se habian abstenido de calificarla como obra histórica i de aprobarla, porque no hallaban en ella el conocimiento individual de los hechos que habian servido al autor para formar su juicio, sin embargo de que los hechos aparecian, aunque no fuesen narrados con todos sus detalles. La comision deseaba que antes de todo se presentaran trabajos destinados a poner en claro los hechos. «La teoria que ilustra esos hechos, decia, vendrá, en seguida, andando con paso firme sobre un terreno conocido ; » como si el Bosquejo hubiese andado con paso vacilante i sobre hechos dudosos i disputables.

Don Jacinto Chacon, que comprendia mi obra, que sabia que mi propósito no era narrar hechos, sino estudiar las ideas que los habian precedido, tratar con preferencia esta rama de la historia, escribió un elegante i bien pensado prólogo para el Bosquejo, tratando de probar con sagacidad i profundas miras la utilidad de este jénero de escritos i su superioridad sobre la simple crónica, que deseaba la comision i a que se dedicaban preferentemente los principales escritores nacionales, como para probar que huian a porfia del camino que trazaban mis Investigaciones. El señor Bello contestó el luminoso escrito de mi

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