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3326.2

1878, tos. 7.

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PRÓLOGO.

Historia de estos opúsculos.

Las tres obras históricas que encabezan esta Miscelánea, son jemelas por su oríjen, sus tendencias i su fin. Un pensamiento ha dirijido su composicion, el de combatir los elementos viejos de nuestra civilizacion del siglo XVI, para abrir campo a los de la rejeneracion social i política que debe conducirnos al gran fin de la revolucion Americana-la emancipacion del espíritu, i con ella la posesion completa de la libertad, es decir, del derecho.

Ese pensamiento, que ha sido desenvuelto mas latamente en mis Elementos de Derecho Público, en mi Historia Constitucional del Medio Siglo i en mi América, es tambien el que ha servido de base a todos los trabajos que he realizado en mi esfera de accion; i ahora que presento coleccionados una gran parte de ellos, como un recuerdo de tiempos pasados, es ocasion de dar una noticia de aquel plan, concebido en la primera juventud i proseguido con constancia, porque él es el que esplica el carácter de tales escritos i les dá una especie de unidad, que los relaciona a los pos

teriores i a los nuevos que aparecen en esta coleccion. Creo que no se tomará a jactancia que un soldado de una gran causa eche una mirada retrospectiva a treinta años de carrera, sobre todo cuando no reclama grados i está dispuesto a continuar siempre de soldado.

Los primeros años de la administracion Búlnes, como los primeros del reinado de Luis Felipe, habian sido favorables a las letras. En ellos habia tomado su curso de una manera franca i consoladora cierto movimiento intelectual iniciado tres años antes, que despuntaba entonces por la aficion a la poesia i un gran anhelo de aprender i de saber. Nuestra educacion habia sido limitadísima i descuidada hasta el punto de no tener coherencia, ni objeto, ni plan que pudieran llamarse científicos. Los jefes del Instituto Nacional comenzaban entonces a penetrarse de esta realidad i a introducir una reforma séria.

Hácia 1844, el movimiento literario continuaba, pero con menos entusiasmo; i nuestras pobres librerias, entre un gran caudal de obras de derecho civil apenas principiaban a tener uno que otro libro de historia i de bella literatura, de derecho público de la escuela francesa i de eclectismo filosófico. No sabiamos nada de ciencias sociales; estábamos en ayunas de la reaccion que la filosofia preparaba sorda i lentamente en Europa, para rectificar las bases de la sociedad, purificando los principios fundamentales, a la luz de la ciencia.

La revolucion literaria iniciada en Francia en 1830, esa revolucion, proclamada por Victor Hugo con la fórmula de La libertad en el arte, apenas era aquí

conocida por unos cuantos; i habia dado ocasion en 1842 a polémicas ardientes con los escritores arjentinos, que la comprendian mejor que nosotros.

En Francia, donde todavia no se sabe lo que es la libertad, habia fracasado en 1830 el segundo esfuerzo de la revolucion de 89 para realizar la libertad políca, individual i social: una monarquia nueva se habia erijido para continuar el mismo sistema de absorcion de la monarquia vieja, i fortificarlo por medio de la perfeccion de la centralizacion administrativa, iniciada i planteada por el primer imperio. Los literatos franceses quisieron entonces conquistar para el arte lo que la revolucion no habia conseguido para el hombre, la posesion de su individualidad, el uso completo de sus derechos, esto es la libertad; i declararon que el arte era un soberano que no dependia sino de sí propio: el Romanticismo era desde entonces lo que el self government en política, proponiéndose alcanzar en el arte por medio de formas nuevas, con toda independencia de las reglas clásicas, ese paladion de la civilizacion moderna, la libertad, que no atinaban a conseguir en sociedad.

La emancipacion literaria, esa pobre conquista, que encantaba en Chile, cuando ya pasaba de moda en Francia, produjo una verdadera anarquia por un poco de tiempo, que me obligó a mí a ser versificador i novelista, invita minerva, para enseñar a mis discípulos que la libertad en la literatúra como en política, no podia ser la licencia, sino el uso racional de la independencia del espíritu, que no debia pervertir lo bello i lo verdadero en el arte, como no podria conculcar lo justo en las relaciones sociales.

En esas circunstancias se iba a estrenar la Universidad de Chile en su primera sesion solemne, i su digno rector, mi maestro don Andres Bello, me encarga la primera memoria histórica que debia presentarse, previniéndome que echaba sobre mí la inmensa responsabilidad de dar el tipo de los escritos de historia nacional, en cuyo campo, vírjen e inculto hasta ese momento, no habia nada que aprovechar. Aquel sagrado encargo era mas bien una órden que yo debia obedecer, mas por entusiasmo, que por confianza en mis fuerzas. Desde mi niñez no habia dejado de estudiar la historia de América, rastreando de aquí i de allá, con mil dificultades, cuanto era posible alcanzar en aquellos tiempos. Pero mis estudios me habian llevado a conclusiones que casi siempre eran rechazadas por mi maestro, cuando no guardaba silencio, i rara vez apoyadas por él i dilucidadas.

Mis ideas en la materia eran pura novedad, que hacia sonreir a mis amigos. Allí están espuestas en mis Investigaciones: no tengo para qué repetirlas aquí. Yo creia entonces, como ahora, lo que no he venido a leer en autores europeos sino en estos últimos años, que era necesario rehacer la filosofia de la historia, porque no basta estudiar los acontecimientos, sino que es indispensable estudiar las ideas que los han producido; pues la sociedad tiene el deber de correjir la esperiencia de sus antepasados para asegurar su porvenir. Las naciones no pueden entregarse a ciegas en brazos de la fatalidad: deben preparar el desarrollo de las leyes morales que las encaminan a su ventura. Ahora bien, ¿acaso no necesita correccion la civilizacion que nos ha legado la España? Debe reformarse

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