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su puntual cumplimiento, se habria necesitado que por ambas partes hubiese una buena fe absoluta. Pero lejos de ello, las relaciones de patrones e inquilinos estaban ordinariamente fundadas en una desconfianza recíproca; i mientras los segundos satisfacian de mala gana sus compromisos o trataban de eludir el cumplimiento de sus obligaciones, los primeros reagravaban las cargas i se hacian inexorables en sus exijencias. Habia sin duda propietarios bondadosos i caritativos que daban a sus inquilinos un trato benigno, que los socorrian en sus necesidades i que tenian algun interes por su bienestar; pero el mayor número observaba con los suyos un réjimen que se diferenciaba bien poco de aquel a que estaban sometidos los indios de encomienda. Se creia jeneralmente que las condescendencias que se les guardasen, no hacian otra cosa que relajar la disciplina, fomentar la ociocidad i obtener un pésimo servicio. Con frecuencia, los grandes propietarios ejercian una parte del poder público como inspectores o ajentes subalter nos de los subdelegados o como comandantes u oficiales de las milicias del distrito; pero sea que poseyeran esa autoridad, o por el solo título de dueños de la tierra, imponian sus órdenes con el carácter de lei que nadie podia revocar, i ejercian o se arrogaban el derecho de administrar justicia a sus inquilinos, i de aplicarles penas. La fuerza de hábitos tradicionales habia sometido a éstos a una sumision absoluta i humilde, que se mostraba en todos los accidentes de sus relaciones con el patron Cualquiera que éste fuese, ya tratara a sus inquilinos con dureza o con bondad, recibia de ellos todas las manifestaciones de acatamiento. Por mas que el inquilino fuera libre para mudar de residencia i para cambiar de patron, rara vez lo hacia de su propia voluntad, ya porque estaba connaturalizado con esa existencia i habia tomado cariño a la tierra en que residia, i en que, en la mayor parte de los casos, habian residido sus mayores, ya porque sabia que no tenia mucho que ganar con el cambio. Por otra parte, los propietarios recibian con gran desconfianza a los inquilinos que habian abandonado una hacienda para buscar residencia en otra.

Aquella organizacion, que convertia a cada propietario en una especie de señor feudal i a sus inquilinos en vasallos, daba a los primeros una grande influencia social. Podian aquellos, i así solian hacerlo, formar dentro de sus haciendas partidas armadas para perseguir malhechores, o para defender algun punto vecino de la costa en que se temia un desembarco del enemigo; i en toda emerjencia contaban bajo sus órdenes tantos hombres cuantos inquilinos tenian sus propiedades. El dia en que asomó la revolucion de la independencia, pudieron apre

ciarse los efectos de aquella organizacion, cuando se vió a los campesinos empuñar las armas bajo la voz de sus patrones, combatir a veces como guerrilleros, i a veces tambien, enrolarse en grupos en los cuerpos regulares del ejército i convertirse en soldados intrépidos i sufridos.

La condicion de los inquilinos, a mas de humilde, era mui poco lucrativa. El producto de la porcion de terreno que podia cultivar por su propia cuenta, no siempre alcanzaba para alimentar sus familias. Vivian en jeneral en suma pobreza, en ranchos estrechos e incómodos, rodeados de niños en harapos i faltos de casi todos los recursos que el trabajo i una mayor cultura proporcionan fácilmente aun a las clases sociales ménos favorecidas. "Los niños, decia don Manuel de Salas, no conocen ocupacion; i las cortas labores de las mujeres (tejidos, mantas, alfombras), despues de recibir su precio como limosna, no las alcanzan a sustentar."

Por triste que fuera la condicion de los inquilinos, era mas penosa todavia la de los simples peones a salario que recorrian los campos buscando trabajo ora en las faenas agrícolas, ora en el laboreo de las minas. Esta poblacion flotante de los campos, no era entonces mui numerosa, por cuanto el trabajo para esa clase de jente no era abundante, desde que los cultivos se hacian en reducidas proporciones, i desde que para esos cultivos casi bastaban los inquilinos de cada hacienda. Sin embargo, el espíritu inconstante del bajo pueblo, arrastraba a muchos a esa vida aventurera, sin residencia fija, i sin mas estímulo que el de satisfacer escasamente las necesidades de cada dia. Como los traba jos agrícolas estaban casi esclusivamente reducidos a las siembras i a las cosechas, no procuraban ocupacion mas que durante algunos meses del año, de donde provenia que se pasaban temporadas mas o ménos largas en que esas jentes vivian en completa ociosidad, dando libre suelta a sus inclinaciones al vicio i al merodeo. Don Manuel de Salas, en algunas líneas que hemos copiado mas atras, demostraba con sentida elocuencia que la triste condicion de esas jentes, mas que el fruto de la pereza de que se les acusaba, era la consecuencia de la postracion industrial del pais; que por falta de libertad comercial no ofrecia estímulos para el trabajo. Un prolijo cronista de esos tiempos dice que era mayor todavia la miseria de los pobladores en los campos en el obispado de Concepcion (43).

(43) Carvallo, Descripcion histórico-jeográfica del reino de Chile, p. II, cap. 14.

8. Las epide 8. La miseria de las clases inferiores, la ociosidad mias i sus escon su cortejo de vicios, i la ignorancia jeneral, produtragos. cian males de otro órden. Aunque la repeticion de mortíferas epidemias i la frecuencia de crímenes sean plagas de todos los pueblos de la tierra, es lo cierto que bajo el réjimen colonial tuvieron en nuestro pais un desarrollo tal que casi se resiste el historiador a creer los hechos que halla consignados en los documentos de la mas incontestable respetabilidad.

A pesar de la salubridad jeneral de su clima, el reino de Chile estuvo espuesto desde los primeros dias de la conquista a frecuentes epidemias mas o ménos graves, que diezmaban la raza indíjena i que hacian a la vez grandes estragos entre los españoles i mestizos. La falta de hábitos hijiénicos en todas las clases sociales, la sepultacion de los muertos en las iglesias, la miseria en que vivian las jentes del pueblo, la escasez de recursos que entonces se esperimentaba para curar las enfermedades o para prevenir su aparicion, i sobre todo la ignorancia de los médicos i curanderos, eran causas mas que suficientes para que esas epidemias adquirieran en poco tiempo un alarmante desarrollo. Las actas del cabildo de Santiago consignan con rigorosa puntualidad la noticia de la presencia de cada epidemia, i trascriben los acuerdos tomados por los capitulares para hacer rogativas, novenas i procesiones a tal o cual santo; pero no dan indicaciones patolójicas suficientes para caracterizar la enfermedad; i aunque hablan en términos jenerales de los horribles estragos, no dan noticia del número de víctimas que hacia. Eran, por lo comun, fiebres contínuas que los contemporáneos, i aun los mismos médicos designaban con los nombres jenéricos de chavalongo (voz indíjena que significa dolor o abrumamiento de cabeza), de tabardillo i de malcito (44).

La mas frecuente i la mejor caracterizada de esas epidemias, era la

(44) Entre las enfermedades reinantes en Chile en los últimos tiempos de la colo.. nia, se contaba la sífilis, mui comun en algunos pueblos en que hacia considerables estragos sobre todo por la ignorancia de los médicos para curarla. A este respecto, hallamos lo que sigue en la relácion de los viajes de Lapérouse. "Ninguna enfermedad es particular a este pais; pero hai una que es bastante comun, i que no me atrevo a nombrar." Lapérouse, Voyages, vol. II, p. 61. I el abate Molina, en la pájina 26 de la segunda edicion de su Historia natural (Bolonia, 1810), dice: "El mal venéreo habia hecho pocos progresos en las tierras que habitan los españoles; pero, siento decirlo, ahora se ha propagado no ménos que en Europa. Durante las guerras de la independencia, los jefes militares se abstenian de acuartelar tropas en ciertos pueblos para sustraerlas al contajio de esa enfermedad.

de viruelas. Introducidas por primera vez en Chile en 1561; hicieron inmediatamente espantosos estragos entre los españoles i entre los indios, i llegaron a ser antes de mucho una enfermedad endémica del pais. Constantemente habia casos aislados de viruelas; pero en los meses de otoño, sobre todo cuando tardaban las lluvias o habian sido escasas el año anterior, reaparecian las viruelas en toda su fuerza causando millares de víctimas. El 20 de junio de 1765, cuando comenzaba a disminuir una nueva opidemia de viruelas, el cabildo de Santiago asentaba en su libro de acuerdos que en pocos meses habia causado la muerte de "mas de cinco mil personas de ambos sexos entre grandes i chicos. En abril de 1790, el presidente don Ambrosio O'Higgins anunciaba al ministerio de Indias que la última epidemia de viruelas (en 1788-9) habia dejado 1,500 muertos en la ciudad de Concepcion, que no tenia mas que seis mil habitantes, i otros mil en las villas i campos inmediatos (45). En una epidemia del otoño de 1806, el cabildo de Santiago decia que el contajio i la mortalidad excedian a todos los cómputos de que se tenia conocimiento i a las listas necrolójicas que contienen los papeles de otros paises. Las viruelas recorrian las ciudades i los campos sembrando por todas partes el terror i la desolacion, sin que nada pudiera ponerles atajo. Los que salvaban de la muerte quedaban desfigurados, muchos de ellos ciegos; todo lo cual aumentaba el pavor de las poblaciones. Sea que las viruelas hiciesen su aparicion en la provincia de Concepcion o en la de Santiago, inmediatamente se establecian cordones sanitarios en las orillas del Maule, i a veces en otros rios dentro de cada provincia, i se obligaba a los pocos viajeros que se trasladaban de un punto a otro, a hacer largas cuarentenas, que les irrogaban no pocas molestias i perjuicios. Sin embargo, esas precauciones fueron siempre ineficaces. La epidemia se estendia a pesar de los cordones sanitarios; i la esperiencia, que demostraba la absoluta inutilidad de estas medidas, no bastó para desterrarlas.

En 1765, segun contamos en otra parte (46), un padre de la órden

(45) El teniente Viana (de la espedicion de Malaspina), que estuvo en Concepcion en febrero de 1790, avalúa igualmente en 2,500 personas las víctimas de la última epidemia de viruelas por que acababa de pasar esa provincia. Véase su viaje antes citado, páj. 90.

(46) Véase el tomo VI, pájinas 227-30.- El abate don Juan Ignacio Molina, en el lib. I. de su Historia Natural, páj. 38 de la traduccion castellana, atribuye la introduccion de la inoculacion en Chile al padre hospitalario frai Matías Verdugo, chileno tambien de nacimiento como el padre Chaparro, i fija la fecha de los prime

de San Juan de Dios llamado frai Pedro Manuel Chaparro, ensayó con resultado prodijioso la inoculacion de las viruelas; pero este preservativo, cuyos beneficios fueron evidentes desde luego, no pudo jeneralizarse cuanto convenía. Ademas de que era necesario que el inoculado poseyera ciertas comodidades para soportar la pequeña enfermedad que le producia aquella operacion, la rutina i la ignorancia oponian a ésta una resistencia inquebrantable. Los dolorosos estragos causados en todo el reino por las repetidas epidemias de 1788, 89 i 90, indujeron a las jentes a recurrir a la inoculacion; pero de todas maneras, ésta no pudo estenderse mas que entre las clases acomodadas. La introduccion de la vacuna en 1805, segun contamos mas atras (47), produjo en el primer momento mui limitados beneficios. El pueblo, fácilmente crédulo para dejarse engañar por las supercherías mas vulgares que fomentaban su supersticion i su ignorancia, se negaba tenazmente a hacerse vacunar; i fueron necesarios esfuerzos inauditos para propagar, siempre en escala inferior a las necesidades, el fluido benéfico que debia salvarlo de una plaga asoladora.

9. La criminali

dad:

persecu cion ineficaz de los malhechores: los indultos: el derecho

9. La otra plaga de la sociedad colonial que hemos recordado mas arriba era la estraordinaria frecuencia de crímenes contra las personas i contra la propiedad. Un juicioso cronista que escribia a mediados del siglo de asilo en las último, en un pasaje que hemos reproducido íntegro iglesias. en otra pájina de este libro, estimaba en mas de doce mil el número de individuos que en esos años vivian en Chile esclusivamente del robo (48). Los documentos que nos han quedado de esa época i las relaciones escritas por nacionales i por estranjeros, dejan ver que aquella apreciacion no es exajerada (49).

ros ensayos en 1768. Esta aseveracion ha sido seguida por otros escritores, pero es evidentemente equivocada. El hecho de que el padre Chaparro fué el introductor de la inoculacion en 1765 consta de los documentos de la época i del testimonio de dos cronistas contemporáneos, Carvallo i Perez García, que lo han referido con algunos pormenores. Carvallo, ademas, dice que en esa época ya habia muerto el padre Verdugo.

(47) En el cap. 23, 88 5 i 6, hemos referido prolijamente la historia de la introduccion de la vacuna.

(48) Olivares, Historia civil del reino de Chile, lib. I, cap. 23. Hemos reproducido integro este pasaje en el § 3 del cap. 10 de esta parte de nuestra Historia, donde dimos otras noticias sobre este mismo asunto que creemos innecesario repetir aquí.

(49) "El populacho de Concepcion es mui ladron.., decia lacónicamente Lapérouse, Voyages, v. II p. 64.

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