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capitales que por su poblacion y riqueza ejercen un influjo poderoso en todos los rádios de la circunferencia de una nacion, é imprimen el sello y fuerzan á se guir el rumbo de sus resoluciones, con todo siempre la que es asiento de la autoridad suprema y residencia del poder soberano, influye grandemente y da aliento y calor á los que están acostumbrados á mirarla como el corazon de la vida oficial, y como el centro de donde emana y se deriva el impulso que mueve todas las ruedas de la máquina del Estado. Mas la oportunidad no se aprovechó, y la capital quedó huérfana de gobierno. La poblacion, acaso amedrentada con el escarmiento del 2 de mayo, y recelosa de que se repitiera si volvian los franceses, no le nombró. La junta suprema que habia dejado establecida Fernando VII. se habia desautorizado á sí propia dando validez á las renuncias de Bayona, y sometiéndose á la autoridad de los delegados de Napoleon. Quedaba el Consejo de Castilla, no mejor conceptuado que aquella, por su conducta, vacilante y tímida unas veces respecto al gobierno intruso, otras evidentemente censurable y reprensible. Con pocas esperanzas de ser obedecido, aunque con pretensiones fundadas en antiguas preeminencias, por mas que nadie se presentaba á disputarle el poder, tampoco él se atrevia á tomarle, hasta que un desórden ocurrido con motivo del asesinato de un tal Viguri, tachado de mala conducta y de adicto á Napoleon, le deparó ocasion y le alentó á arrogarse el

poder supremo, de que habia verdadera necesidad de encargarse alguien, aunque era lástima no hubiese caido en otras manos.

Mas no tardó en esperimentar aquel cuerpo el ningun prestigio de que gozaba en la nacion, pues habiéndose dirigido á las juntas de provincia y á los generales de los ejércitos, á las unas para que enviaran diputados que en union con el Consejo acordasen los medios de defensa, á los otros llamándolos tambien á la capital, recibió de aquellas y de éstos duras y ágrias contestaciones dándole en rostro con su sospechosa conducta; distinguiéronse por la acritud del lenguage en sus respuestas, entre las juntas la de Galicia y Sevilla, entre los generales don José de Palafox. Mas no por eso desistió de su propósito de constituirse en centro de autoridad, y para sincerarse de los cargos que se hacian á su anterior conducta publicó un Manifiesto á la nacion. Favorecian á su intento ciertas desavenencias y altercados suscitados entre las mismas juntas, cosa no estraña en poderes aislados é independientes, nacidos y formados en momentos difíciles, críticos y de gran perturbacion. Rivalidades y discordias habian mediado entre la de Sevilla y Granada, con motivo de querer aquella que le estuviese ésta subordinada y sometida, haciéndose necesaria para su avenencia la mediacion eficaz de hombres respetables y cuerdos. Habian formado una sola las de Castilla y Leon, pero desavenidas luego con el general Cuesta, retiráronse á

Ponferrada, y de allí á Lugo, donde unidas con la de Galicia intentaron constituir una general que representára todas las provincias del Norte. Sin embargo, Astúrias no se prestó á este plan, ya por rivalidad con la de Galicia, ya porque columbrase y prefiriese una central y suprema.

Reconocian todos los hombres pensadores la necesidad de un nuevo poder, identificado con la revolucion, y que representára la autoridad soberana. Cuestionábase sobre la forma y organizacion que sería mas conveniente darle: halagaba á algunos un régimen federativo que no aniquilara la accion de cada localidad, que podria ser mas directa y activa, y por tanto mas eficaz en la clase de lucha que se habia comenzado; preferian otros la reunion de las antiguas Córtes del reino, como representacion mas nacional, y como institucion ya conocida por muchos siglos y respetable en España; y opinaban otros por una junta central suprema, compuesta de individuos y representantes de las que ya existian en las provincias. Sobre no carecer de inconvenientes los dos primeros sistemas en circunstancias como las de entonces, presentábase el tercero como el mas hacedero y fácil. El bailío don Antonio Valdés, que presidia las tres juntas de Castilla, Leon y Galicia, consiguió persuadirlas á la adopcion de éste último, conviniendo en concurrir con el nombramiento de diputados á formar una central con las demas del reino. Prevaleció en las más esta misma idea;

Astúrias, Valencia, Badajoz, Granada y otras dieron pasos en este sentido, y Murcia puede decirse que se habia adelantado á todas, escitándolas en una circular que les dirigió á formar un cuerpo y á elegir un Consejo que gobernara á nombre de Fernando VII. Y hasta Sevilla, no obstante el sentimiento que debia naturalmente causarle descender de la especie de supremacía que desde su instalacion habia ejercido, se adhirió al fin al comun dictámen nombrando individuos de su seno que la representaran en una junta única y central.

La dilacion ocasionada por las anteriores diferencias solo habia venido bien al Consejo, que á su sombra continuaba apoderado de la autoridad, con la esperanza de conservarla tanto mas tiempo cuanto la junta tardara en reunirse. Sus providencias no eran ciertamente para atraerse las voluntades de los hombres ilustrados, ni tampoco las de los comprometidos en la insurreccion popular; puesto que á vueltas de tal cual tibia medida en favor de la causa de la independencia, perseguia y aun procesaba á los que tenian papeles de las juntas, coartaba la imprenta, como quien se asustaba de la propagacion de toda idea liberal, y reducia á dos veces por semana la publicacion de la Gaceta, recientemente hecha diaria. Fiaba sobre todo en la proteccion de los generales, que por los motivos que después diremos habian concurrido por este tiempo á Madrid, y principalmente en la del general Cuesta, anti

guo gobernador del Consejo, nada aficionado al elemento popular, y ya indispuesto por esto mismo con las juntas de Leon y Galicia. Atrevióse en efecto Cuesta á proponer á Castaños dividir el gobierno de la nacion en civil y militar, confiando la parte civil y gubernativa al Consejo, y reservando la militar para ellos dos en union con el duque del Infantado. Columbró Castaños el fin que podia envolver la proposicion, y no se dejó ni seducir ni fascinar de ella. No fué Cuesta mas feliz en otra proposicion que hizo en consejo de generales que se celebró en Madrid en aquellos dias (5 de setiembre), para que se nombrara un comandante en gefe: en ninguno de los otros encontró eco su indicacion. Amohinado Cuesta con estos dos desaires, salió de Madrid, y descargó su despecho contra la junta de Leon, de que anteriormente, como indicamos ya, se hallaba resentido, haciendo arrestar á sus dos vocales el presidente don Antonio Valdés y el vizconde de Quintanilla, en camino ya para representarla en la central. Como rebeldes á su autoridad quiso tratarlos, y los hizo conducir y encerrar en el alcázar de Segovia: no bien quisto ya del pueblo el general Cuesta, acabóle de indignar con esta tropelía.

Pero ni esta ni otras maquinaciones alcanzaron á atajar el vuelo de la idea ya dominante de junta central. Iban ya concurriendo á Madrid diputados de las de provincias, y solo se dudaba cuál seria el punto mas conveniente para su reunion. Repugnaban algunos que

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