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tomada con empeño podrá usted verla realizada.

Y ya que hablamos de pendolistas, indicaré un punto que se relaciona con dichos oficiales. Refiérome á las listas que escritas en francés, áun cuando no haya convidados extranjeros, se presentan diariamente en el almuerzo y comida de S. M. En sencillez, mérito artístico, forma, tamaño y buena calidad del papel, exceden á las de los grandes banquetes de Palacio. La parte estampada en oro se compone de orla, corona, elegante monograma (A [XII] B), y epígrafe de MENU DE S. M. Luego con letra de mano se escriben los nombres de los manjares, pero sin señalar fecha, ni menos si el menu es de almuerzo ó de comida, lo cual hay que deducir por la clase de platos que se presentan. - No es mi objeto llamar la atención de usted sobre tales omisiones: es, sí, decirle que la parte manuscrita de estos menus diarios no debía ponerse en un carácter de letra vacilante, común y adocenado, sino en la gallarda española ó italiana que saben hacer esos buenos amanuenses que no faltan en muchas oficinas de la corte. Excuso añadir que las faltas de lo apuntado á plu

ma son más y mayores que las notadas en las listas impresas.

Celebro que apruebe usted mi indicación de nacionalizar la data de los menus, pues por algo hemos de dar principio, y por algo advirtió D. Quijote que el comenzar las cosas es tenerlas medio acabadas. Celebro asimismo que encuentre usted la olla podrida digna del Palacio Real de España. Mejor que yo sabe usted que casi diariamente se servía en la mesa de Doña Isabel II, y este argumento debe ser muy atendible para un servidor tan digno como usted y tan afecto á seguir y á conservar las tradiciones de esa augusta casa. Pero tropezamos con un inconveniente que yo no puedo vencer, y es LO REPUGNANTE DEL NOMBRE de este plato nacional. Así lo dice el cortés, erudito, castizo y notable discurso que desde un periódico de Madrid (El Tiempo, 16 de Abril 1876) me dirige el Sr. Knaut, discurso que me permito recomendar á usted y á todos los amantes de la literatura gastronómica. Por mi parte, y queriendo mostrarme agradecido, porque la ingratitud es hija de la soberbia, y uno de los mayores pecados que se sabe, coloco á los pies del adversario los ramos y las

coronas del vencimiento y del triunfo, contestándole aquello que se responde al Orate fratres en las misas del rito de Santo Domingo. Si á usted le parece oportuno, podemos echar un memorial á la Academia Española, suplicándole que se digne cambiar el repugnante nombre de olla podrida por el de búcaro perfumado, ó por otro más poético, limpio y galano. Este es el único medio que me ocurre para salir del atolladero, y vamos andando.

Al presentar un menu para el día del futuro cumpleaños de S. M., no hice más que un borrón ó ligerísimo croquis, enderezado únicamente á decir las partes de frances y de español que la lista debía contener. Trabajé como el dibujante que traza un escudo de armas para indicar la posición de la cimera, tenantes ó lambrequines, y luego pone cuatro rasgos en los cuarteles, sin pararse en si, contra las reglas de heráldica, señala color sobre color ó metal sobre metal. Yo respeto en un todo las acertadas correcciones de usted, sin aventurar, respetable Maestro, más observación que la de parecerme sencillo y no imposible el trufar los perdigones. —Si me equivoco, confío en que usted me absolverá.

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Por no hacer demasiado largo este escrito, me abstengo de entrar de lleno en pormenores sobre los vocablos que han de quedar en francés y los que deben traducirse al castellano. Influye mucho en esto la desinencia, el oído y la costumbre, y por consiguiente á la costumbre, al oído y á la desinencia hay que atenerse. Repase usted las listas de los banquetes oficiales dados en los cuatro últimos años por los diversos Corregidores de Londres; las del Ministro de Comercio de Italia y las de los Municipios de la capital de Austria y ciudad de Buda-Pesth, para obsequiar á los jurados extranjeros de la Exposición de Viena (1873), cuyos menus se hallan respectivamente en inglés, italiano, alemán y húngaro, y notará usted que el lenguaje de la cocina admite traducción á todas las

lenguas de Europa. Reconozco que el tecnicismo de la gastronomía siempre ha sido difícil, y advierto que el mismo Cervantes, tan entendido en diversas materias, creyó (según el modo que tiene de decirlo) que cabial era palabra extraña, y nos dejó en toscano, li buoni pollastri, picioni, presuto e salcicie. Vea usted por qué mi demanda se concretó á que las listas se redactasen

en castellano, pero solamente en la parte posible.

Me sorprende la afirmación de usted al consignar que ni aun en español puede ponerse el bacalao á la vizcaína. Creo que toda persona que sepa siquiera lo que es un menu ha de saber por fuerza que la venteril y limitada cena del Ingenioso Hidalgo se compuso del pescado que llaman abadejo, bacallao, curadillo ó truchuela; que los comensales de Monipodio tuvieron una cazuela grande llena de tajadas de bacallao frito, y que con los apodos de don bacallao, alma de almirez, denostó al vencido Don Quijote la discreta y desenvuelta Altisidora. — Tome usted un ejemplar del Arte de Nauegar, famosa obra del Maestro Pedro de Medina, que á mediados del siglo XVI se tradujo á varias lenguas de Europa, y en la curiosa Carta de Marear que se halla al fin del volumen, leerá usted la palabra bacallaos, apuntada debajo del vocablo tierra nueva. Pocos, poquísimos alimentos habrá que sean tan conocidos como el pez de que nos ocupamos.

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No han faltado personas, y por cierto de gran renombre literario algunas de ellas, que han dispensado al Jigote la hon

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