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Sea de esto lo que se quiera, Camilo Henríquez volvió de Quito al Perú.

Don Joaquín Campino dice en la carta antes citada: «En fines del año de 1810, que estuve yo en Paita i Piúra, Camilo Henríquez acababa de embarcarse para Valparaíso desde aquel puerto, a donde había regresado de Quito. Dejó en aquellas poblaciones muchos recuerdos por los grandes sermones que decían haber allí predicado».

Camilo Henríquez declara en la relación que dio a luz en El Censor haber venido a Chile para despedirse de su patria, por decirlo así, porque había formado el propósito de irse a encerrar en un convento que su congregación poseía en el interior del Alto Perú.

Sin embargo, don Joaquín Campino supone «que el motivo de la venida de Henríquez a Chile debió ser la noticia de la revolución que se había hecho aquí en setiembre de 1810, su amor patrio i de la libertad, i, lo que no debía ser poco para él, huír de la inquisición».

Camilo Henríquez, en una carta dirijida a su cuñado don Diego Pérez de Arce, atribuye su vuelta a Chile a los motivos indicados por Campino. Sus palabras terminantes no dejan lugar a dudas: «Hablemos de mi venida a Santiago. Me hallaba convaleciente en Piúra, cuando supe el gran movimiento que nuestra madre patria, Chile, tomaba hacia su felicidad. Volé al instante a servirla hasta donde alcanzasen mis luces i conocimientos, i a sostener en cuanto pudiese las ideas de los buenos i el fuego patriótico. He sido bien recibido, i voi a ser destinado a trabajar en la grande obra de la ilustración pública».

Creo fácil de esplicar la especie de contradicción que aparece entre este aserto i la relación publicada en El Censor.

Sin duda, Henríquez vino a Chile con el propósito de servir a la revolución, si esto era posible; pero determinado a ir a encerrarse en uno de los conventos del Alto Perú, si por desgracia no podía cooperar al triunfo de la buena causa. De otro modo, se habría ido directamente al apartado asilo de que hablaba.

II

Camilo Henríquez se relaciona con los innovadores en Santiago. -Estado de Chile en 1810.-Corrupción de la administración colonial.-Camilo Henríquez esparce una proclama manuscrita en que sostiene la idea de la independencia.-Motín encabezado por don Tomás de Figueroa.-Camilo Henríquez presta a este jefe los últimos ausilios.

Camilo Henríquez volvió a Chile a fines de 1810, según se desprende de la carta de don Joaquín Campino copiada en el capítulo anterior.

Apenas llegó a Santiago, procuró ponerse al habla con los innovadores; i mui luego se intimó con ellos, afiliándose bajo su enseña.

El recién venido tenía una gran ventaja sobre el mayor número de sus correlijionarios políticos. Sabía a punto fijo lo que se proponía realizar.

El nuevo adepto abrigaba el convencimiento profundo de que la enmancipación de la América Española era un suceso inevitable en el trascurso del tiempo.

Las premisas de su conclusión descansaban en sólido cimiento.

Por una parte, as colonias estaban hartas de ser esplotadas como una mina o heredad.

Por otra, la España no depondría jamás su orgullo i suspicacia de metrópoli, ni renunciaría voluntariamente el monopolio de un mundo.

Debiendo ocurrir mas tarde o mas temprano un rompimiento ineludible entre aquellas fuerzas contrarias, convenía aprovechar la coyuntura de la invasión de Napoleón en la Península Ibérica para conseguir el triúnfo a menos costa.

El ejemplo de los Estados Unidos estaba manifestando que la empresa era ardua, pero no imposi

ble.

El espectáculo de la gran república ajitaba como una seducción permanente, i atraía como un imán irresistible.

Chile debía tomar el mismo derrotero para lle gar a la riqueza, a la ilustración, al poder.

-Sigamos ese faro, sol de la América, decía Camilo Henríquez con su lenguaje pomposo.

Debo prevenir que el diestro tentador raciocinaba en esta forma a puerta cerrada i en voz baja.

Los revolucionarios chilenos, escepto unos pocos, tenían instintos, tendencias, conatos, mas bien que un propósito firme i deliberado de chocar con la madre patria.

Todos aborrecían el réjimen colonial i deseaban con ansia su reforma; pero no se atrevían a negar la obediencia a una autoridad acatada durante siglos.

El país yacía en una postración lamentada i lamentable.

Había penuria de dinero, de armas, de instrucción, etc.; había penuria de todo.

Solo sobraban preocupaciones.

Hé aquí la situación política de la atrasada colonia antes del 18 de setiembre de 1810, trazada por el mismo Camilo Henríquez en 1816:

«La población de Chile se divide en dos clases: nobles i plebeyos. Aquéllos son, en jeneral, hacendados, i todos entre sí parientes. Los plebeyos, por vivir precisamente en las posesiones de los nobles o por ser jornaleros i paniaguados suyos, están sujetos a una total dependencia de aquéllos, la cual verdaderamente es servidumbre. Casi ninguno de los nobles tuvo educación: unos pocos recibieron en el seminario i conventos una instrucción monacal. Esceptuando como seis de ellos, nadie entiende los libros franceses; ninguno, los ingleses. Así, pues, las obras filosóficas liberales les eran tan desconocidas como la jeografía i las matemáticas. Ni sabían qué era libertad, ni la deseaban. Mayor era aun la ignorancia de la plebe; i como en ella ha permanecido, fue indispensable sacarla de su letargo. Esto es obra de largo tiempo i de la política. La plebe adora el nombre del rei, sin saber qué es. Ella juzga que únicamente debe pelearse por la lei de Dios, sin bbservarla i sin saber qué es lei i qué es Dios». El 18 de setiembre de 1822, repetía:

«¿Qué comparación cabe entre nuestro estado actual i el del año de 1810? ¿Quién que hubiese conocido entonces el estado de nuestra pericia, de nuestro poder i de nuestros medios, habría podido persuadirse de los obstáculos que íbamos a vencer, de los triúnfos que teníamos que conseguir, i que estaba reservado a nosotros llevar la libertad a nuestros hermanos mas allá del mar, i derrocar por mar i tierra aquel coloso de tres centurias, que, con un pie en el Perú, i otro en el Pacífico, mantenía la opresión i el terror en todos los puntos de este vasto continente?

«Pasemos ahora al estado que tenían la opinión i las ideas en nuestro país en 1810. Era tan triste, que la revolución tuvo que hacerse, i continuar por cuatro años, fundada en nuestra fidelidad a Fernan

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