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crito y de palabra la oposicion irresistible que implicaba el celibato con las leyes de la naturaleza. De modo que las Iglesias de Europa de todas aquellas regiones presentaban un aspecto incomparablemente mas lamentable que las españolas dominadas por los sarracenos, y arrancaban lágrimas de dolor á algunos pocos varones timoratos que sobrenadaban al naufragio. ¿Permitirá Dios estos escándalos para prevenir á la Iglesia en lo sucesivo contra la usurpación de los príncipes seglares? ¿Para convencer á los Obispos y metropolitanos de la nulidad en que se verian siempre de resistir á los potentados de la tierra si no estaban apoyados en la cátedra de Roma? ¿Para enseñar á las naciones, á costa de una esperiencia larga y deplorable, que no perjudica ba tanto á la Iglesia la dominacion temporal del enemigo, aunque fuese mahometano, como la opresion de sus hijos sacrilegos é imperiosos? Adorando los inescrutables juicios del Señor, lo que no admite duda es, que si el sistema de los señores feudales se hubiera consolidado en las demás naciones, la cristiandad se resintiera infinitamente mas que en sus combates contra el paganismo; pero como la Iglesia de Dios es de fe que ha de durar hasta la consumacion del tiempo, el Espíritu Santo la socorrió cuando menos se pensaba con un auxilio estraordinario, que extirpó de raiz tantos escándalos, en cuya relacion voy á empeñarme sin demora, porque nos conducirá directamente á las regalías y á los concordatos; y

me lisonjeo con mucho fundamento, que la luz que difunde esta noticia en la esposicion de la materia, dulcificará á V. M. la pequeña molestia que esperimente en su lectura.

Varios Pontífices, entre ellos Alejandro II, habian empleado todos sus esfuerzos para contener el general desorden, corrupcion de las costumbres y fatal trastorno de la disciplina eclesiástica; pero casi todos quedaron infructuosos hasta que la Providencia colocó al célebre Hildebrando en la Silla pontificia. Este varon estraordinario se habia dado á conocer con el caracter de fortaleza y santidad que tanto le distingue presidiendo el Concilio de Leon en Francia en calidad de legado, pues á consecuencia del castigo que impuso á un Arzobispo simoniaco hicieron voluntariamente dimision cuarenta y cinco Obispos, Revestido Hildebrando de la tiara con el nombre de Gregorio VII, bien se percibe la parte que habia de tomar en la reforma de su siglo y de la Iglesia. Dos eran los desórdenes principales que arrastraban la perdicion de la sociedad cristiana en aquellos tiempos tan calamitosos: el primero, anteriormente apuntado, el de la escandalosa simonía; y el otro el vergonzoso vasallage que ejercian en la Iglesia los reyes y barones á pretesto de feudos Ꭹ . de investiduras; y ambas plagas se propuso estirpar el memorable Pontífice, á pesar del formidable poder de los partidos y la ferocidad de sus costumbres. Con este objeto convocó un Concilio en Roma en 1074, en el

que, restableciendo los antiguos cánones de la Iglesia, anatematizó la simonía y la incontinencia de los clérigos; y acorde en sus principios, depuso incontinenti al opulento Arzobispo de Brema y al Obispo de Bamberg. En seguida celebró un segundo Concilio en 1075, condenando las investiduras de los legos, origen de la relajacion y escándalos de la Iglesia, y la causa primordial del vasallage que sufria. Ambas medidas, tan justas, pero al mismo tiempo tan odiosas á los hombres pervenidos, provocaron una alarma general. Príncipes, Reyes, Arzobispos, Obispos, clérigos y nobles se conjuran contra el santo Papa. La prevaricacion era tan universal que apenas se encontraban escepciones. "Si vuelvo la vista á los Obispos, escribia en una carta, con dificultad encuentro alguno que ocupe la Silla por medios canónicos; no conozco un príncipe que prefiera la gloria de Dios, y los romanos, lombardos y normandos, entre quienes vivo, tienen peor conducta que los judíos y paganos." Llevando en cuenta estas consideraciones la escuelǎ moderna, cumpliendo la prediccion del ilustre conde de Maistre, ha hecho justicia al santo Papa, pues hasta los protestantes, franceses y alemanes han confesado á su modo, que solo un hombre como Gregorio VII pudiera haber acometido la reforma de costumbres de su siglo, refrenado á un mismo tiempo Reyes, Emperadores, Obispos, Arzobispos, clérigos y legos, y restablecido los moldes, por decirlo asi,

de la disciplina de la Iglesia, arrojando al fuego los. que con oprobio de su autoridad la habian sido suplantados.

3. No con menos ilustracion han vindicado los mismos sabios, con especialidad Ichenf, la buena fe de aquel memorable Pontifice, aun en los cases mas ruidosos con el Emperador y príncipes de Alemania, puesto que procedió en sus providencias apoyado en testos espresos de la legislacion sajona. Pero como quiera que sea un homenage debido á la justicia la pública protestacion de ambas verdades, siempre habrá de convenirse en que Gregorio VII y varios sucesores, estrañándose de los límites de la jurisdiccion eclesiástica que les incumbia defender contra las exageradas pretensiones de las investiduras y el abuso de los potentados, se permitieron despues otras facultades en los derechos del trono y las naciones, preocupados con el prestigio de las falsas decretales, que fraguadas á mitad del siglo IX gozaban en el XI de un gran séquito en Europa, y eran citadas como una autoridad irrecusable. Las falsas decretales: véase aqui el tercero y último contras te que presentaba la disciplina eclesiástica de Europa, enteramente diferente de la peculiar de nuestra Iglesia hispana; contraste que debe tomarse en consideracion con especial esmero para no caer en el lazo de un partido audaz y turbulento, que manteniéndose constantemente en un alarde hostil contra la independencia eclesiástica, se propone descarriar la opinion

pública, exagerando las fatales consecuencias de aquella produccion apócrifa, y alarmando con las falsas decretales, no solamente desconocer las genuinas y verdaderas de Unigenitus, Auetorem fidei, &c., sino desechar tambien la supremacía de los Papas, disolver los vínculos sagrados del Estado con la Iglesia, y sobre todo exonerar el trono de las obligaciones que tiene contraidas con la Santa Sede, estendiendo maliciosamente las atribuciones del patronato real en materias religiosas á un grado que nunca se conoció en la católica España.

El patronato, esta cuestion resuelta ya definitivamente, la vuelven á suscitar de nuevo los adversarios de la Iglesia; y las falsas decretales van á servirles de pretesto. Ya se sabe que cuando se apela á este recurso tan vulgar, vago y odioso, la causa está desesperada; pero no les quedaba otro mas aparente á nuestros enemigos, porque Masdeu, promovedor céle→ bre de novedades, ora fuese por pundonor literario, ora cediendo al escozor de su conciencia, despues de haberse cansado en acumular fábulas y casos inconexos concitando la animadversion universal, concluyó con declarar paladinamente, "que su intento no era disputar á los teólogos y canonistas sus razones fundamentales en defensa de la autoridad de la Iglesia, sino solamente referir como historiador los hechos que habia hallado depositados en los archivos y bibliotecas." Ahora bien, esta confesion de Masdeu dejó en descubierto ente

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