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tema, las riquezas con que se intentase darles precio ó regularles; y asi solo pueden admitirse donativos.como espresiones de la caridad, porque esta, bien entendida, es un amor vivo de Dios que aspira al reino de los cielos; y el que tributa á la Iglesia en este sentido sus bienes las ó sus diezmos, no-pide mas retribucion que oraciones, y el consuelo de una infinita remuneracion en la bienaventuranza. Cumpliendo con esta ordenacion de Dios, el pobre que presenta sus humildes ofrendas y el Rey que tributa sus espléndidos dones á la Iglesia, miran al sacerdote como el conducto, sagrado por donde se elevan sus votos al Altísimo; el sacerdote considera al pobre y al monarca como los instrumentos visibles de que se sirve Jesucristo para sostener su Esposa, y unos y otros, unidos al espíritu de la religion, forman en el sentido místico el reino de Dios que milita sobre la tierra.

9. Si los testos de la Escritura y la doctrina de la Iglesia impusiesen respeto á todas las clases de sus adversarios, por mas que esforzasen sus ingenios no podrian replicar á la esplicacion antecedente; pero la fatalidad que persigue á los Obispos de esta época consiste en que, despues de haber empleado el tiempo y su discurso en acumular pruebas en defensa de su autoridad, fundada en la revelacion, se encuentran con que sus adversarios, que al principio les argüian con dificultades, apoyados en los libros santos ó en los Concilios generales,

terminan con despreciarlos absolutamente, fundando su juicio en la razon natural y teorías filosóficas, segun las que; no siendo compatibles en una nacion dos soberanías independientes, por mas que les hayamos convencido de que las palabras esplicadas de Jesucristo en nada contradicen, antes bien establecen la autoridad de la Iglesia, siempre insisten en que debe quedar subordinada al gefe del imperio, porque en una nacion no puede haber dos soberanos. Yo confieso que miro á esta clase de sofistas con una particular aversion que contraje desde mis años juveniles. Aficionado con singular preferencia á la lectura de Ciceron, empleé muchas horas leyendo su célebre tratado de la naturaleza de los dioses, en el que saliendo al teatro los mas célebres filósofos de la antigüedad, ya me encontraba con uno que negaba la Providencia abiertamente, ya con otro que defendia la pluralidad de dioses, con este que hacia un dios del sol, con aquel mas inclinado á la luna y las estrellas, ya con otro entusiasta del fuego, el agua, la tierra, el aire; y asi por este estilo acumulando delirios y despropósitos para fundar cada uno su sistema. Advirtiendo al mismo tiempo que en los primeros versículos del Génesis se da una idea sublime del magnífico Criador del universo, y la de todas las criaturas que le adornan le adornan y hermosean, me pareció desde un principio miserable la condicion del hombre cuando discurre sin el norte de larevelacion; pero la elegancia y admirable arte

con que Ciceron introduce los personages, y espone y contrasta los raciocinios y opiniones, me consolaba en parte de mi estudio, y no lloraba las horas entretenidas en esta ocupacion. Sin embargo, cuando, mas adelantado despues en los conocimientos naturales, reflexioné que ninguno de aquellos sofistas alcanzó la mas remota idea de la distancia y dimension de los astros, de la figura de la tierra, ni tampoco de lo que ellos llamaban elementos y adoraban como dioses; cuando reflexioné, repito, sobre tanta ignorancia y tanto aparato de sabiduría, me convencí para siempre de que no hay tiempo mas perdido que el empleado en lecturas semejantes. Desde entonces me pareció que los sofistas con toda su jactancia vienen á ser como las olas de la mar, que meten mucho ruido hasta que revientan, y no dejan mas vestigio que la espuma. Permítame V, M. este desahogo, porque habiendo promovido los sofistas tantos alborotos con la incompatibilidad de la soberanía ó independencia de la Iglesia y la del Estado, á pesar de constar asi de las Escrituras y de la admirable respuesta del Salvador: "dad al Cesar lo que es del Cesar, y á Dios lo que es de Dios," en cuyas divinas palabras, aunque no hubiera mas prueba, están patentes las dos autoridades, se necesita antes de todo hacer conocer que los que combaten las verdades anunciadas en la revelacion violentan todos los testimonios de la historia, todas las legislaciones; y despues de examinadas sus teorías con la luz

de la razon, se desvanecen por sí mismas sin dejar mas vestigio que la verbosidad. Por ventura no existieron simultáneamente en la an¿no tigua ley la soberanía del sacerdocio de Aaron y la de los reyes de Israel? ¿No han existido tambien del mismo modo la de los reyes de España y Francia, Inglaterra, el Austria y otras muchas monarquías? ¿No existió igualmente la de Constantino, Teodosio, &c., y la de la Iglesia romana? Luego sin duda puede existir en realidad un orden que ha subsistido muchos cientos de años en mil reinos y repúblicas, sin contar el ejemplo de la antigua ley.

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No obstante, cuando los sofistas salieron arguyendo con esta novedad, ya que no se atrevieron á negar unos hechos tan sabidos, los exageraron simultáneamente, deduciendo de su mismo testimonio que el Estado habia subsistido, porque supeditado á la Iglesia con humillacion habia enagenado su soberanía. Este descubrimiento en boca de los declamadores se llevó de calles, Pocas novedades han ocurrido. que escitasen tanta agitacion; ninguna mas infundada ni que produgese mas funestas consecuencias. Partiendo del principio de que la Iglesia habia usurpado la soberanía de los pueblos, se admitió como un axioma de política incontrastable, que para gobernarse bien las monarquías en adelante, y lo mismo las repúblicas, el Estado deberia dominar la Iglesia; y como si se hubiera dado la seña del combate, todos los soberanos sin escepcion se conjuraron contra la

divina Esposa. Se citaba el ejemplo de la Inglaterra, y este argumento pasaba por indisoluble. En realidad los sofistas no traian nada de nuevo sus especies, antes producidas por el heresiarca Dóminis, Wiclef, &c., no adquirian en sus plumas mas que el prestigio que gozaba hacia medio siglo la cabala atea. La prosperidad de Inglaterra, sin contar con que su pueblo es el mas pobre y miserable de Europa; la prosperidad de Inglaterra, repito, tenia en contraste al frente la miserable condicion de la Iglesia griega, la mas infamemente avasallada de todo el universo, y la del imperio ruso, cimentada sobre la esclavitud; pero no á todos los lectores les es dado desenredarse de los sofismas de los antagonistas de la religion, y ha sido preciso para desengañar á muchos que el ejemplo de la Union americana los dejase descubiertos. La soberanía del pueblo americano, única que existe en toda la estension de la palabra, y de la que las de la Europa no son mas que un simulacro, no solo no pone obstáculo á la independencia de la Iglesia católica, sino que la ve estenderse y aumentarse como la espuma con entera sujecion al Sumo Pontífice; y asi es que en el espacio de veinte años se han aumentado sus obispados hasta el número de doce (*), y la descendencia

(*) Segun el discurso del célebre Oconnell pronunciado en Liverpool el año próximo pasado, resulta el número de vointe y siete Obispos y un Arzobispo.

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