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18. Como quiera, el ensayo práctico que se ostentó en Francia de un cisma religioso cimentado sobre el poder legislativo, ha dejado indisputable el mérito de la sumision de los Obispos al soberano Pontífice siempre que se trate de las materias eclesiásticas. En efecto, varias personas timoratas bien intencionadas y de grandes conocimientos, sin embargo de que respetaban en silencio las autoridades constituidas, como no podian menos de advertir la multitud de abusos introducidos en el ramo gubernativo de la Iglesia, casi habian llegado á persuadirse que, verificada de hecho una reforma aunque ilegítima, se compensaria este defecto con el ejercicio heróico de las virtudes evangélicas, y un orden activo y edificante en el ministerio clerical y servicio de las parroquias. Pero cuando el espectáculo horroroso de la Francia, permitido por Dios para escarmiento universal del mundo, nos manifestó patentemente que de tantos Obispos constitucionales unos habian apostatado, otros hecho dimision y contraido matrimonio, y que aun los mas pundonorosos llevaban consigo la nota de regicidas y de complicidad en las impiedades abominables de la Convencion; digo, que cuando se recuerdan estas memorias tan amargas, las personas mas sedientas de reforma reconocen, ya desengañadas, como mas útil y prudente depositar su confianza en las autoridades puestas por Dios á pesar de sus mayores desaciertos, que arrojarse en el partido de los revolu

cionarios; y tanto mas, cuanto que á todo trance sabemos todos que los católicos verdaderos nunca quisieron comunicar en Francia con los Obispos cismáticos. Estos por su parte no se hicieron recomendables á la Corona en lo sucesivo, pues sin embargo de haber debido su existencia á la sancion de la Constitucion del clero, que suscribió mal de su grado Luis XVI, prestaron todos ellos el juramento de odio eterno á los reyes, no á causa de su predileccion á la democracia, sino llevados de su adhesion servil á los gobiernos, bajo cuyo sistema nadie pone en duda que hubieran pronunciado otro mas enérgico contra las repúblicas, si un tirano les hubiera exigido el juramento: pero Napoleon, demasiado penetrante para ocultársele el caracter de aquellos reformadores mercenarios, consideró mas decoroso á su persona salir de ellos de una vez, y los extinguió de una plumada en su concordato con el Papa. ¡ Tan frágil es, Señora, una Iglesia creada sin anuencia del soberano Pontífice!

19. Pero ya es hora de que, dejando á un lado á los adversarios de la potestad eclesiástica obstinados en ofuscar el principio mas sólido de la religion, dirija á V. M. mi reverente discurso, esponiendo separadamente á su alta consideracion el respeto que merecen por todos títulos al Gobierno el voto unánime de los Obispos de la Iglesia hispana y la supremacía de la Santa Sede, partes integrantes de esta controversia religiosa. Los primeros sin faltar

á la modestia pueden acreditar con diez y ocho siglos y medio de la historia, que han sabido mantener incorrupta la fe de Jesucristo en esta vasta monarquía, sin embargo de que por reglas ordinarias parecia imposible conseguirlo durante la larga dominacion de la morisma. Consejeros constantes en aquella edad calamitosa, y aun compañeros de armas de sus ínclitos monarcas, al mundo consta la gloria que adquirieron en el servicio de la religion y del Estado. No contaré la última recomendacion entre los distinguidos timbres que realzan su memoria, pues aunque la cualidad de Obispos no les exoneraba en su tiempo de tomar parte en las batallas, mi intento se reduce á representarlos esclusivamente como prelados, y hacer valer la estimacion que se grangearon conservando nuestra divina religion y la observancia de la primitiva disciplina, asegurada en la coleccion de nuestros Concilios nacionales. Tan fieles á los monarcas como firmes en la religion de nuestros padres, la historia testifica que el ejemplo, la doctrina y perseverancia de San Leandro y San Isidoro extirparon el arrianismo, é identificaron desde Recaredo el cetro español con la ortodoxia; y que estos santos doctores, modelos de la Iglesia hispana, fueron el espejo constante de los Obispos en los siglos sucesivos.

En efecto, durante la dilatada dominacion de los sarracenos, la España, en la alternativa incesante de los combates, ya prósperos ya ad

versos, sufre muchos reveses en su gloria: los pueblos, los próceres y aun los mismos Reyes, cediendo á la impetuosidad de las pasiones, comparecen alguna vez ante la posteridad con dictados poco decorosos; pero el cuerpo de los Obispos, en cuanto á su cargo principal de mantener el depósito de la fe y la unidad con la Santa Sede, nunca mancha su reputacion. La España lanza los moros de su suelo, respira, queda libre, y al momento observamos al célebre guardian el P. Fr. Juan Perez, y á una junta de Obispos, aconsejar la espedicion del gran Colon á la inmortal Reina de Castilla; sin grandes conocimientos matemáticos, convenimos, pero por lo mismo mas digno de llamar la atención á los sábios reflexivos, puesto que solo el celo por la fe sirvió de estímulo para inspirar el pensamiento mas grandioso de la especie humana, y poner en movimiento la corte de Isabel. Aun ciñéndonos á la península se percibe claramente que la España se hubiera encontrado desconcertada en la carrera de su gloria y civilizacion, si el gran Cisneros no hubiera enseñado el camino de asegurar el comercio interior del reino con la creacion de las hermandades; el fomento de la agricultura con los pósitos de granos; el arte de preservar á los monarcas del tirano influjo de los magnates con su aplicacion al gabinete y los negocios; y sobre todo, si no hubiera cifrado su política en un gobierno central que, partiendo desde el trono y la capital, se comunicará á todas las provin

cias de la monarquía. Sin el genio incomparable de Cisneros Carlos I no hubiera hallado elementos para desplegar la grandeza de su carácter, ni Europa saliera de la infancia y aislamiento en que yacian entonces las naciones. Desde aquella época memorable, constituida la nacion con una organizacion mas ejecutiva, y estendido el horizonte de la ilustracion moderna, los Obispos, aunque formaban siempre uno de los brazos de la monarquía, se limitaron á salvar incorrupta la sana doctrina de la religion, en cuyo desempeño se distinguieron constantemente, cooperando asi mas de lo que parece á la alta gloria y esplendor á que se encumbró la España á breve tiempo.

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Sin embargo, trasladándonos al continente americano aún podemos observar que en aquellas vastas regiones, en sus islas y en las Filipinas, el obispado español contrajo méritos propios de su alta gerarquía, y adquirió un nombre estraordinario que ha sobrevivido á las colonias desmembradas, ha escitado la admiracion de los mismos protestantes, y se ha preservado del anatema fulminado en América contra los españoles en general, por cuanto habiendo comparecido siempre el influjo episcopal como el escudo de los pueblos y los indios, ha trasmitido una memoria tan grata á aquellos naturales, que ahora mismo ofrecen esperanzas de reconciliacion con la madre patria si supiéramos apreciar un prestigio tan peregrino y envidiable. A mí no me queda duda

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