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de que algun dia se verificará este anuncio deseado y venturoso, porque el estímulo de la fe, animada de la caridad, es el mas eficaz y delicioso de la tierra; y habiéndose preservado pura en aquellas vastas regiones, sedientas por otra parte de operarios españoles para cultivarla, todo coopera para que se concierten relaciones íntimas de comercio y de amistad entre nuestro Gobierno y los americanos.

20. De todos modos el obispado español, que antes y despues de la fundacion de la monarquía ha radicado tan gloriosamente la religion de Jesucristo, merece de justicia que el Gobierno de V. M. oiga con benevolencia su dictamen en materias religiosas, quedando á salvo los derechos correspondientes á la Corona para intervenir en cuanto dice relacion con el Estado, de lo que lejos de padecer agravio la autoridad civil se la origina un nuevo beneficio para consolidarse con mas aceptacion y fundamento, porque no hay vínculo tan seguro y respetable como el de la mútua alianza del Gobierno con la Iglesia. Sí, no temo repetirlo; cuando los pueblos, testigos de esta armonía moral, advierten agradablemente que las personas eclesiásticas, y en especial los Obispos, predican y enseñan con su ejemplo la obediencia y respeto á la potestad civil, conminando con la perdicion eterna á los que, dominados de sus pasiones, violan el juramento de fidelidad ó interrumpen el ejercicio de las leyes; cuando los pueblos, digo, aprenden del

sacerdocio estas lecciones, no pueden menos de formar una alta idea del poder supremo, y de reconocer visiblemente la mano de Dios en el orden social que les gobierna. Recíprocamente, cuando el mismo pueblo, propenso por naturaleza al culto religioso, observa por otra parte que los generales, magistrados y los mismos augustos Reyes, en medio de su grandeza y esplendor del trono, se glorían de honrar á la Iglesia y sus ministros, comprenden facilmente la escelencia divina de la religion, y penetrándose de sus deberes se enseña prácticamente á respetar las autoridades civiles y eclesiásticas, connaturalizándose asi con aquel admirable carácter nacional que ha distinguido en todos tiempos la sensatez de los españoles.

21. Fundado en estas razones poderosas, el infrascrito vive persuadido, en medio de su escasa ilustracion, de que ningun servicio mas adecuado y eminente puede prestar al Estado en la crisis peligrosa que por todas partes nos asedia, que el de mostrar claramente y sin rodeos, á pesar del peligro, el único modo de orillar las dificultades políticas en que se hallan complicadas las mas de las cuestiones religiosas, que en suma es el de valerse para el efecto de la autoridad de los Obispos y supremacía de la Santa Sede en union con la Corona. Y véase aqui, Señora, de una vez completamente descubierto el plan de mis ideas, las que sin esta aclaracion podrian acaso no ser bien interpretadas. Hasta aqui, obligado por necesi

dad á blasonar á cada instante de la unanimidad de los Obispos en declinar la competencia de la potestad civil respecto de las materias eclesiásticas, y empeñado tambien en la defensa de la supremacía pontificia, presumirian tal vez ciertos hombres prevenidos, que intentaba ponderar un privilegio tan relevante con siniestras miras, ó con el designio de proponer exageradas pretensiones y reparaciones imposibles; pero desarrollados ya mis pensamientos, V. M. verá patentemente ahora cómo la feliz concurrencia de la unanimidad de los Obispos me sirve de fundamento principal para elevar á su alta consideracion mis reflexiones, con el único objeto de salvar la patria del naufragio, y templar sus horribles y largos padecimientos con la paz deseada de la Iglesia.

22. No obstante, para facilitar mejor su inteligencia, recordaré á V. M. ahora lo que en un principio declaré hablando sobre la materia, á saber, que atendidas las conmociones contínuas de la época y la exaltacion furibunda de los partidos, no carga sobre el Gobierno toda la responsabilidad del lamentable estado en que se encuentra la afligida España. El Señor por sus altos juicios parece que, sin embargo de haber establecido en las naciones autoridades civiles y eclesiásticas al frente de los pueblos, se ha reservado permitir de cuando en cuando una especie de sublevacion universal en los espíritus, que sobreponiéndose á toda clase de potestades, usurpa irresistiblemente el mando,

da la ley, destroza, arrolla y atropella, llevando consigo la desolacion. Si fuera dado al hombre penetrar los designios del Altísimo en catástrofes tan horrorosas, acaso podríamos conjeturar que el Señor avisa por medio de ellas á las supremas autoridades y á los poderosos que están sujetos al furor y venganza de los hombres, á fin de que este temor temporal contenga en sus escesos y pasiones á los que, confiados en la seguridad de su privilegiada posicion, mirarian con indiferencia el castigo de la vida eterna.

En el curso ordinario de los tiempos las personas comunes de la sociedad, además del freno de la vida futura, se hallan observadas constantemente bajo la vigilancia de las leyes, y pagan no rara vez sus transgresiones con castigos horrorosos, ó al menos viven alarmadas por el riesgo que amenaza de sufrirlos; en vez de que las supremas autoridades y ciertas clases favorecidas de la sociedad, libres de semejante contingencia, pueden entregarse impunemente á las pasiones y los vicios, sin que nada les cause sobresalto en esta vida. Verdad es que en la futura, eterna é inapelable, la justicia de Dios quedará vengada, y el impío clamará desesperado; pero esto no obstante, tal es la malicia y perversidad humana, que si los reyes y personages poderosos no tuvieran que temer en este mundo ningun lance fatal, sus crímenes, su audacia y disolucion se propasarian hasta un grado abominable, sin que hubiera

ningun recurso humano para refrenarles ó poner coto á sus demasías. Asi que, reflexionando atentamente con el auxilio de la fe sobre el orden moral del universo, no parece imposible encontrar razones congruentes de las revoluciones políticas que trastornan las monarquías y los mas poderosos imperios de la tierra. Pero en fin, sean los que quieran los inescrutables juicios del Omnipotente, una triste esperiencia nos enseña que en ciertas épocas permite á las revoluciones visitarnos; y que si su duracion no fuera abreviada, desapareceria para siempre el orden, se acabarian las ciudades, y reinos enteros se convertirian en desiertos: término funesto á que sin embargo no se estienden nunca, porque la misericordia del Señor las tiene puestas sus barreras, y va sentándolas por grados, hasta que restituye últimamente bajo una ú otra forma las potestades supremas, ordenadas por su inefable providencia para felicidad y gobierno de los pueblos.

CAPÍTULO IV.

Necesidad de un nuevo concordato.

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1. Supuestas las razones antedichas, nos hallamos plenamente autorizados para deducir, que sería tan imprudente intentar desconocer

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