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tremados, ninguno de ellos desea una medida que pusiese término á sus esperanzas. Ya es tiempo que, cediendo todos los buenos ciudadanos de sus pretensiones, se consolide un gobierno firme y permanente, que asentado sobre las bases de justicia universal, rescate la España de la deplorable situacion en que se encuentra. El concordato que propongo á V. M. es un medio absolutamente necesario para esta empresa política; medio por otra parte facilitado en la misma revolucion á pesar de su carrera atropellada, puesto que paralizada al aspecto terrible de los precipicios que le salen al encuentro á cada paso, ha tenido que soltar prendas que la dejan en un visible descubierto. Esta observacion, que tampoco ha sido elevada todavia á V. M. por ningun escritor público, no puede ser bien comprendida si no se la esplana con pruebas conducentes, por lo que haré mérito ahora de algunas mas principales en los pliegos que me restan.

CAPÍTULO V.

De la tendencia de algunas órdenes del Gobierno al concordato.

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1. El cetro de Castilla, aunque desmembrado, Señora, de los poderosos imperios del

continente americano, disfruta aún, en medio de tantos infortunios, colonias importantes y opulentas en las Antillas y en el Asia, que merecen la alta consideracion del Gobierno de V. M. Hablaré primero de las del Asia, porque agregan á los cuantiosos rendimientos pecuniarios la recomendable circunstancia del lustre que acompaña al renombre español en aquellas riquísimas posesiones. La envidia de los estrangeros, fijándose en los eclipses que padece la gloria nacional en épocas adversas, intenta disminuir su antigua gloria exagerando maliciosamente ciertos lunares que la tildan; pero quieran ó no quieran observan mal de su grado en las Filipinas el recuerdo de un pueblo belicoso, que abriéndose paso por el estrecho de MagaHlanes, se lanzó intrépidamente en la vasta estension del Océano Pacífico, y dió la vuelta al mundo dejando impreso en aquel archipiélago . remoto el sello de su heroicidad.

2. Sin embargo, no es el valor ni la pericia militar tan cumplidamente desplegada en aquellos nuevos climas lo que reclama ahora mi atencion, sino una circunstancia peregrina que entonces y ahora, despues de trescientos años, encarece la conquista. Los españoles en el descubrimiento del nuevo continente, asi como los demás europeos que se establecieron alli mas adelante, encontraron un fenómeno, un prodigio, una fatal contradiccion incógnita en los anales de la historia; á saber, habitantes bárbaros, flojos, desnudos, y tan incapaces, apáti

cos é indiferentes, que preferian la muerte al mas ligero trabajo y á la mas suave ocupacion, precisando en consecuencia á los conquistadores á mantenerlos con el sudor de su rostro, ó á arrojarlos de su territorio.

3. Esta oposicion insuperable, que jamás cedió á cuantas medidas y consejos prudentes adoptó la corte de Madrid, no podia menos de deslucir el concepto de los conquistadores, por cuya razon los estrangeros, prontos á levantar su voz contra los españoles, han empleado todos sus esfuerzos en calumniar su nobilísimo carácter, imputando á solo el orgullo nacional los escesos que se cometieron en aquella situacion dificil, siendo asi que para afrenta de la humanidad ahora mismo se está viendo, despues de trescientos años, que los indios, indiferentes á todas las cosas del mundo, y espectadores frios de la civilizacion europea, únicamente aprenden los vicios, y sobre todos la embriaguez, continuando torpemente en una aversion invencible á la agricultura y á las artes, de las que provienen las sustancias alimenticias y el fomento de la sociedad. Entrando en cuenta estas justas observaciones, las calumuias de los estrangeros se desvanecen al momento, y mas reflexionando luego que aun en la actual ilustrada época, en la que los conocimientos han progresado tanto y la esperiencia ha doctrinado á los hombres en el arte de civilizar las colonias, los anglo-americanos, poseedores pacíficos de vastos dominios, exterminan por el

hambre las tribus salvages segun adelanta su prodigiosa poblacion. Con todo, como la calumnia produce siempre cierto mal efecto en el espíritu del vulgo, inclinado á la maledicencia y la venganza, el nombre español careceria de un testimonio adecuado contra las exageraciones de sus enemigos si no salieran al frente las islas Filipinas, en las que nuestros mayores, libres de la alternativa mencionada contra la que lucharon en el continente americano, tuvieron lugar de desplegar la generosidad que les es propia, pues apoyados en la santa Religion, que engrandece y vivifica las virtudes, verificarou la conquista de aquel archipiélago famoso sin derramar una gota de sangre, sujetando al suave yugo de la fe á sus pacíficos y recomendables habitantes. Se trata de cerca de cuatro millones de almas, y de una renta que rinde á la Corona un ingreso líquido de cinco millones de pesos fuertes. Pero prescindiendo ahora de una recomendacion de tanto peso, y ciñéndome á mi pensamiento, lo que principalmente debe considerarse es el género de gobierno establecido en aquellas remotas regiones, pues entregadas en la parte moral, civil y política á los frailes encargados de las parroquias, todo se administra con perfecta subordinacion y la mayor dulzura, en medio de que sus naturales profesan una fidelidad inviolable á la Corona, de lo que son buenos testigos los ingleses cuando desembarcaron en Manila el año de 1762. La seguridad inalterable que reina en ellas, las

ventajas pecuniarias y comerciales que resultan de su posesion, el brillante honor que prestan aquellos establecimientos á la madre patria contra las calumnias de los estrangeros, la economía paternal con que gobiernan, mejor diria edifican, aquellos piadosos religiosos, y otras mil razones que omito en obsequio de la brevedad, obligaron á los mas audaces adversarios del monaquismo á detenerse en la carrera del precipicio, y permitir una escepcion respecto de las islas Filipinas (*); de modo que despues de proclamar el Gobierno abiertamente que la nacion no admite votos monásticos, ha parado en confesar, no á instancia de los Obispos y los Papas sino impelido de sus propios intereses, que necesita absolutamente de ellos para no perder las Filipinas.

4. Tenemos frailes en las Filipinas, y por otras causas semejantes nos vamos á encontrar con ellos en la Habana y todas las Antillas. Se sabe que la Habana, tan famosa desde su conquista, representa en la actualidad un emporio del comercio, y que por su dilatada estension, igualdad de temperamento, su incomparable puerto, sus riquezas y posicion geográfica, sirve de escala y al mismo tiempo de eslabon de ambos continentes; de tal suerte, que ocupada por una nacion marina como la Inglaterra, haria tributarios en aquellos mares á todos los pabellones del mundo. Aun considerada bajo el

(*) Véase en el documento 6.o la esposicion que la motivó.

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