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SEÑORA:

1.o EÑORA: El Obispo de Canarias, lleno de júbilo y satisfaccion al ver términada una guerra desastrosa y asegurado el cetro de Isabel II, se aprovecha de esta feliz nueva para volver á elevar su voz á V. M., con el principal intento de que el beneficio incomparable de la paz, tan halagüeña á la esperanza de la madre patria, sea estensivo á la Iglesia hispana, sumergida hasta ahora en el mas profundo dolor y lamentable abatimiento. Ya en mayo del año de 36 me hallé en la penosa situacion de representar á V. M., en un pliego igual al que

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acompaño por duplicado (núm. 1.), la incompetencia de las Cortes para constituirse en legisladoras de la Iglesia, encomendada privativa y esclusivamente por el Espíritu Santo á los Obispos en union de la Santa Sede; y por lo mismo, habiendo cumplido con mi obligacion en aquella fatal crisis, pensé tambien que, declinado con oportunidad el juicio de las Cortes, quedaba dispensado de alegar razones de ninguna clase en adelante, atento á que es un principio sentado é incontrovertible en el derecho civil y canónico, el de que interpuesta en un principio ante un tribunal la escepcion de incompetencia, claudican de nulidad todas sus providencias desde aquel momento. Aun cuando el infrascrito no hubiese recurrido entonces tan á tiempo, cierto es que la nulidad no dejaria de existir con tanta fuerza, por cuanto un prelado solo no representa la Iglesia nacional de España; pero siempre me quedaria el doloroso sentimiento de haber reservado á mis hermanos el grave.cargo de defender los derechos divinos del Obispado en una época peligrosa, con descrédito de mi persona y la distinguida nombradía que siempre ha gozado la Iglesia de Canaria. Por dicha mia no he incurrido en tal descuido, y lo que debe captar mas la atencion de V. M., es que tampoco ha cometido semejante falta ningun Obispo de esta esclarecida monarquía; pues á la verdad, á no constarnos que el Espíritu Santo ilumina, sostiene y vivifica la Iglesia, pareceria imposi

ble que tanto número de pastores dispersos en la Península é islas adyacentes, y las de América y el Asia, haya poseido el mismo espíritu, lenguage, y el mismo modo de pensar en la materia, sin conocerse ni escribirse, y siendo acaso de opiniones diferentes en casi todos los puntos sujetos á controversia. Un sentimiento tan unánime merece mucho respeto, y lo someto á la alta consideracion de V. M., á fin de que se digne penetrarse bien de su importancia, porque contrayéndole con reflexion á la historia de la Iglesia nacional, esta sola consideracion arrastra consigo el convencimiento. La Iglesia hispana, que desde los tiempos apostólicos no ha admitido nunca en su seno cisma ni heregía, hallándose ahora toda conforme en denegar la competencia de las Cortes para arreglar las materias eclesiásticas, ofrece al observador una garantía magestuosa sostenida por la mano de Dios visiblemente, que es la que hace la confianza de los fuertes. Mas para que se aprecie como es justo esta maravilla, la aclararé con referencia á pruebas depositadas por necesidad en las secretarías y archivos del Estado.

2. Cuando en 1.° de mayo de 1836 me consideré obligado, segun indiqué anteriormente, á elevar á V. M. aquella esposicion acerca de los Reales decretos de 8 y 24 de marzo, no dudaba de que los demás Prelados. concurrirían por su parte en defensa de los derechos de la Iglesia; pero aislado en toda la

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estension de la palabra en mi propia diócesis, sin saber el paradero de mi metropolitano, ni aun noticia de los Obispos que habian fallecido, y temiéndome por otro lado que, atendiendo á la distancia de mi residencia, las contingencias del mar, que tanto retrasan algunas veces el correo de la Península, y sobre todo el fatal estado del interior de España, sería arriesgado fiarse en la correspondencia, digo que por cada una de estas causas y todas ellas juntas, me decidí sin perder momento á elevar mi esposicion á V. M., pareciéndome que si me detenia á consultar á mis hermanos, daria lugar á que se llevase á cabó el arreglo del clero, y compareciese omiso en la posteridad el Obispo de Canarias con mengua de tan ilustre silla. Ignoro cuál suerte cabria á los demás prelados situados entre ejércitos y muchos partidos furibundos; pero no juzgo temerario suponer que, por un estilo ú otro, casi todos se .encontrarian en un caso muy semejante, y por consiguiente entregados á sus propias fuerzas. Si se añade á esta notable y aislada posicion la circunstancia.casi increible de no haberse entendido el Sumo Pontífice directa ni indirectamente con los Obispos, se aumentará con mas fundamento nuestra admiracion. En efecto, jamás he recibido comunicacion ninguna de la Santa Sede, sino las procedentes de dispensas y reservas por el conducto de Estado, á pesar de que no hay cosa mas facil en estas islas que el comercio epistolar de Italia valiéndose del

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