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gracias á la Santa Sede de los derechos que goza por el concordato, pues si se restituyesen los negocios á la primitiva disciplina, perderia los mas inestimables. Los escritores venales han ocultado esta verdad á la lisonja de los Gobiernos, pero no hay cosa mas facil de probarse. Cierto es que si la Iglesia hispana, lamentando sus antiguos Cánones, se olvidase del principio bien establecido, de que despues de haberse variado una disciplina por la Iglesia no debe restaurarse sino por su misma autoridad, podria suscitar disputas peligrosas. Cierto es que. su coleccion canónica, la mas antigua de todo el Occidente, libre de las falsas decretales interpoladas en las cartas sinódicas de los Papas, ofrece el testimonio mas brillante de los primeros tiempos para acreditar la constante intervencion de los Pontífices en las decisiones de las materias eclesiásticas en los casos estraordinarios que llegaban á su noticia, y de la libertad de los Obispos y Concilios en todos los demás de un curso ordinario; descubriéndose asi los dos polos de la antigua y nueva disciplina, sobre los que gira la Iglesia católica, reconciliadas ambas en la esencia aunque diferentes en lo accidental. Cierto es tambien que el yugo ominoso de los moros, en vez de servir de ocasion para deslucir esta preciosa coleccion, fuélo por el contrario para hacerla mas ilustre por la version árabe que emprendió el presbítero Vicente, y dejó concluida el año de 1049, y que el peculiar estilo de sus cómputos por eras, y el

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no comprender los cánones llamados apostólicos, la deja distinguida de todas las de Occidente, que adoptaron la de Dionisio el Pequeño, y eleva la gloria de la Iglesia hispana á un punto á que ninguna otra puede remontarse en razon de la antigüedad. ¿Pero qué tienen que ver estas prerogativas de nuestra Iglesia, estos codices antiquísimos, estos nueve documentos casi milagrosos que se nos han transmitido á pesar de las irrupciones de los bárbaros y larga opresion de la morisma? ¿Qué tienen que ver, digo, estos sagrados depósitos de la Iglesia hispana con las pretensiones introducidas ahora por las Cortes? Antes parecia que todos estos testimonios eran otros tantos títulos para imponerlas un respeto venerable. Antes mas bien se infiere que una Iglesia conservadora de tantos depósitos preciosos, y entre otros de las primeras leyes (Fuero Juzgo) de la nacion, se habia hecho acreedora á la consideracion distinguida de las Cortes, en vez de darlas fueros para dominarla. ¿En qué fundan, pues, su competencia? Hay acaso en todo el curso de los diez y ocho siglos y medio una época, un corto intervalo en el que la Iglesia hispana haya sido regida por el gobierno temporal? Hable su historia.

¿

3.o La Religion penetró y se propagó en España desde los Apóstoles, á cuyo tiempo no existia mas monarquía en nuestro suelo que el poder imperial de los romanos, idólatras fanáticos, que inhumanamente embravecidos desde

Neron contra el nombre de Jesucristo, solo emplearon su autoridad en inventar tormentos y embriagarse en sangre de los mártires; y á menos de defenderse que las hogueras, cárceles, los potros, las ruedas y cuchillas que sacrificaban las cabezas de los cristianos comprueben la intervencion del gobierno temporal en la disciplina de la Iglesia, nadie podrá alegar en aquellos dias argumento de otra clase. Las persecuciones iban sucediéndose unas á otras sin intermision; pero á pesar de sus atrocidades espantosas, y encontrarse España en la region mas occidental de Europa, la fe se estendia por ella con una celeridad que causa admiración á los escritores dedicados á este género de estudio, en términos que los críticos opuestos á la opinion de la venida de San Pablo y Santiago, y tal vez de San Pedro y varones apostólicos, á nuestra Península, se encuentran con todo el peso del célebre dilema que hacia San Agustin á los que negaban los milagros de Jesucristo, pues en tal caso vendrian á decir que la España habia abrazado el Evangelio sin predicadores. Como quiera, el imperio de la cruz se dilató por todas sus regiones durante los dos primeros siglos; y aunque no es facil señalar el curso sucesivo del progreso de la fe, siempre resulta que se introdujo, conservó y aumentó en medio de las atrocidades mas horrendas, pues sabemos por Tertuliano, escribiendo á la entrada del siglo III, que la España era toda cristiana á aquella fecha, cons

que

tándonos además por el poeta Prudencio
no hubo persecucion alguna que no esclareciese
á Zaragoza. San Cipriano y San Agustin elo-
gian á cada instante á nuestros mártires. San
Vicente, las dos Eulalias de Mérida
y Barcelo-
na, los niños Justo y Pastor de la antigua
Compluto, la ilustre Leocadia, gloriosa Santa
Librada, y otros muchos mártires y confesores
menos conocidos, son libros vivos de la fe, que
componen la historia eclesiástica de los primiti-
vos siglos de España, y las víctimas sagradas
que atrajeron la bendicion de Dios sobre su
suelo, con tanta copia de gracia, que vemos ya
en su Concilio Iliberitano Obispos tan ilustres
como San Valero y el inmortal Osio, quien
gobernó despues todos los Concilios de su tiem-
po en pluma de San Atanasio.

Suponiendo ahora que el Concilio Iliberitano se celebró hácia el año de 301, se deduce legítimamente que la Iglesia hispana estaba constituida, vigilada y regida por los Obispos desde los tiempos apostólicos hasta aquella edad, contra todo el furor y á despecho de los Emperadores; y por consiguiente queda sin disputa demostrada su absoluta independencia durante tres siglos completos. El cuarto, en el que vamos á entrar ahora, se abre lugar con la memorable conversion de Constantino y la paz dada á la Iglesia en el año de 313; pero este acaecimiento, tan importante en su historia general, apenas ejerce influjo en la de España por su posicion geográfica y distancia de

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Constantinopla hasta el Concilio de Nicea, presidido por el inmortal Osio; y aun despues no forma tampoco época muy diferente con relacion al asunto á que me estoy contrayendo, pues la Iglesia hispana continuó manteniéndose bajo su antiguo pie, sin mas diversidad que haber sido menos perseguida en lo sucesivo.

Antes de la paz de Constantino los Obispos la gobernaban en conformidad á los cánones del Concilio Iliberitano, y al cúmulo de sus obligaciones se les agregaba el inminente riesgo del martirio, viéndose obligados muchas veces á ocultarse en las soledades y montañas escabrosas, en vez de que posteriormente vivian sin tanto peligro, gozando suficiente aptitud para convocar Concilios mas frecuentes y consultar á los Papas sus dificultades. En ambos casos su independencia era igual, y únicamente varió la conducta de los romanos, cesando en parte sus persecuciones: digo en parte, porque con motivo de haber infestado el arrianismo, á los sucesores de Constantino, aún se les ofrecieron muchas ocasiones para renovar los martirios en el Oriente, y mancillar en España el nombre del ínclito Osio, personage el mas ilustre que habria quizás en la historia de la Iglesia desde el Concilio Niceno, si no hubiera deslucido por esta causa como algunos quieren, y no los mas informados (*), cien años de gloria con un momento de flaqueza.

(*) Véase al P. Maceda, que vindica perfectamente á Osio.

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