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Yo quisiera que me dijesen los que disputan la independencia de la Iglesia, cuál era el gobierno temporal que en aquella catástrofe dirigia á la de España. Ella subsistia siempre, verdad es, pero era como obra de milagro. Al modo que despues de muchas y grandes nevadas la tierra se oculta al parecer á los vivientes, y solo se descubren las elevadas copas de los árboles, adonde las aves vuelan á bandadas, la Iglesia, en aquellos horrorosos dias, presenta el único punto de vista que ofrecia algun asilo, y al que se refugiaban los habitantes consternados. Muchos Obispos y sacerdotes, abrazados con la cruz de Jesucristo, salian imitando á San Leon al encuentro de los bárbaros, y sólian templar su encono y amansar algun tanto su fiereza; pero por desgracia, apenas se fue restableciendo la tranquilidad, y la sociedad empezaba á repararse, cuando nuevos torrentes de bárbaros, vándalos, suevos y alanos, menos feroces que los godos, empujándose unos á otros como las olas del mar sin saberse donde principia el movimiento, se lanzaron á probar fortuna al teatro de la guerra; por lo que la España, no bien convalecida del primer sacudimiento, se encontró asaltada de otro golpe acaso mas terrible por el carácter detestable de la heregía arriana, de que estaban contaminados los nuevos agresores. Para cúmulo de sus amarguras no faltaban á la Iglesia tampoco en aquella época enemigos semejantes á los que despues la han insultado contándola los

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dias. El filósofo Porfirio, que escribia por entonces y se complacia en la violacion de las sagradas vírgenes, ridiculizaba las virtudes evangélicas, y presagiaba el fin de la Religion. San Agustin, lleno de ciencia y caridad, salió al encuentro al sofista; pero era necesario haber alcanzado el pontificado de San Leandro para avergonzar al blasfemo de sus pronósticos, haciéndole admirar la gloria de la Iglesia hispana, coronada con un triunfo completo á los doscientos años de combate. Limitándome á su independencia, principal objeto de mis raciocinios, V. M. observará que, despues de haberla dejado indisputablemente reconocida durante los primeros cuatrocientos años, hemos sido sorprendidos en los siglos V y VI con la irrupcion espantosa de los bárbaros, quienes precedidos de la desolacion y apoderados de España, la dividieron entre sí á la suerte como el predio de una herencia, arrojando para siempre de ella á los romanos.

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6. Sin embargo, estas mismas conmociones y lamentables acaecimientos que destruyeron el imperio mas poderoso del universo, juntamente con su idioma, sus leyes, y costumbres, ofrecen una prueba mas de la independencia eclesiástica en España, por cuanto en vez de acomodarse los Obispos á las nuevas demarcaciones que los bárbaros se señalaron convencionalmente ó á la fuerza, continuaron guardando el régimen gubernativo aplicado á las provincias del tiempo de los romanos. En consecuen

cia la Iglesia hispana, reuniéndose cuando encontraba ocasion en sus Concilios durante los referidos siglos V y VI, anatematizó, extirpó las heregías, refrenó la relajacion de costumbres, reformó los abusos, contuvo á los bárbaros, y conservó siempre su autoridad é independencia.

Tan pronto congregada en Tarragona como en Braga, Zaragoza, Toledo ú otras dióce sis, tal cual el contínuo movimiento de las guerras permitia, contamos en los mencionados siglos ocho ó nueve Concilios, presididos varias veces por Metropolitanos, acreditándose en todo el curso de ellos que la Iglesia se gobernó constantemente sin intervencion de autoridad civil, con absoluta independencia: independencia que, pues se hace preciso ya decirlo, ha sido la causa del alto grado de esplendor y prosperidad á que se elevó despues la España; porque, respondan si no los detractores, ¿qué espectáculo presentaria ahora la nacion si su Iglesia, rendida á la influencia política de los romanos ó al terror de sus amenazas, hubiese dado lugar á la idolatría y abandonado el culto del Señor? ¿Qué sería de ella si, en vez de oponer un muro inespugnable al arrianismo, de que estaban inficionados los primeros reyes godos, hubiera consentido prevalecer en nuestro suelo la mas perniciosa de las heregías? ¿No es por ventura la mas grande, la mas plausible de sus dichas que la Iglesia hispana, sosteniendo heróicamente á favor de su indepen

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dencia el depósito de la fe, llegase por fin á convertir con su fortaleza y mansedumbre y la sangre de los mártires á sus mismos perseguidores, renovando en el tercero Toledano, á presencia del piadoso Recaredo, el memorable ejemplo de Constantino en el Concilio, de Nicea ?

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Puntualmente esta gloria inapreciable de la Religion comparece tan enlazada con la nacional propiamente dicha, que es imposible separarlas. Por una parte la Iglesia de España alzó los ojos en su derredor; y como si las palabras del Profeta se hubieran dicho literalmente en su gracia, vió congregados a su lado multitud de hijos venidos de remotos climas, y aumen→ tando su redil los que antes la perseguian y ultrajaban por otra la nacion, felizmente mezclada y confundida ya la sangre de los naturales 'con la de los godos, suevos y alanos, y proscritos hasta los vocablos que pudieran servir de recuerdo á los resentimientos, tuvo el gozo de ver salir de su seno la gran familia española, á la que estaba reservado estender por un nuevo mundo, juntamente con la cruz de Jesucristo, sus proezas, nombradía, y el habla magestuosa de Castilla. Era necesario tener á la vista la homilía de San Leandro, pronunciada en aquel celebérrimo Concilio, para penetrarse bien de lo que la Iglesia entiende por independencia, y convencerse de la sinrazon con que se vulnera el honor de sus defensores. Alli se nota claramente que San Leandro no se

congratula de la conversion del rey y la valerosa nacion goda por motivos de interés humano, sino por el triunfo de la Iglesia contra las puertas del infierno, en lo que no recibe humillacion el solio, antes por el contrario mucho lustre y engrandecimiento. "Alégrate, dice el santo Doctor, salta de alegría, ó Iglesia de Dios, al contemplar la tristeza trasformada en gozo; aparta á un lado tus vestiduras de luto, y adórnate con las de gala. Al modo que el labrador no llora por perdidos los granos que esparció en la siembra considerando los abun→ dantes frutos que espera en la recoleccion, tú no debes llorar tampoco por perdidas tus oraciones, viendo volver ahora á tu gremio los que habian estado separados. Llegará dia sin duda, continúa el Santo, en el que si existen algunos paises en el mundo que no hayan sido iluminados todavía por los rayos de la fe, les alcanzará esta dicha pronto, y entonces será completo tu triunfo." No hay rasgo, Señora, mas interesante en toda la antigüedad de España que las ideas vertidas en esta admirable homilía; pero á propósito de la independencia de la Iglesia, por toda ella resplandece que el Santo, nombrando siempre al ínclito Recaredo con el mayor acatamiento y reverencia, eleva hasta las nubes sus virtudes, felicita á la Iglesia de su conversion, y da gracias a Dios de que los Reyes entren en su gremio, para dilatar la fe con su ejemplo y autoridad por todas las naciones.

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