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portuno detenerse en la relacion detallada de aquellos triunfos prodigiosos tan gratos á la memoria nacional, nada sin embargo parece mas á propósito para penetrarse del profundo respeto de los progenitores de V. M. á la santa madre Iglesia, nada mas propio, añadiré para profundizar en las causas secretas de la grandeza española, que fijar la consideracion en el entusiasmo religioso que reinaba entonces en todas las hazañas. ¿Quién es capaz de esplicar de otra manera los maravillosos combates que ilustraron las cumbres y los valles asturianos? ¿Quién tampoco de darnos razon de la restauracion súbita de la monarquía, y de aquella fuerza enérgica de los guerreros cristianos poco antes tan abatidos? Yo he leido en las historias el imperio de los persas llenar de espanto al mundo durante sus victorias, pero desaparecer como una sombra con los triunfos de Alejandro; he visto el imperio griego caer á su vez delante de las águilas romanas, y en seguida á la orgullosa Roma, presa de los bárbaros, ser borrada del número de las naciones, sin volver jamás á recobrar su puesto y nombradía ni persas, ni griegos, ni romanos. Solo el imperio español es el que se me presenta, invadido, arrollado, deshecho por los sarracenos, y reducido á las peñas cóncavas de los montes asturianos, aparecer nuevamente en Covadonga enarbolando el estandarte de la cruz, y precipitándose sobre sus conquistadores no parar en su carrera hasta

dar la vuelta al mundo, y plantarle en Méjico, Lima y Manila..... Perdonad, Señora, si arrebatado del antiguo esplendor de nuestra amada patria, tan humillada en los presentes dias, he cedido á la imaginacion mas de lo que debiera. Yo confesaré voluntariamente este desacuerdo, con tal que los enemigos de la Religion me permitan observar, que es el mayor absurdo de cuantos pueden ocurrir en materias de crítica pedir pruebas contra la independencia de la Iglesia al siglo de Pelayo y sus piadosos sucesores. En un tiempo en que se figuraban los cristianos ver rodar los montes desgajados sepultando á los moros fugitivos, y setenta y ochenta mil infieles tendidos en Olalle por un puño de cristianos que invocaban el nombre de la Virgen, es necesario haber perdido el juicio para imaginarse encontrar entre aquellos fieles las opiniones de Lutero y de Wiclef. Lejos de esto, la razon auxiliada de la crítica y la esperiencia nos anuncia lo mismo que la historia de España continúa refiriendo, á saber, , que la independencia de la Iglesia se conservó con tanto respeto y tan intacta, que á la par de como iban adelantándose las reconquistas, se restablecieron tambien todos sus templos; práctica facilitada en los cánones de España con motivo de los godos arrianos, cuyas iglesias despues de su conversion ocupaban los católicos por derecho de posliminio. Asi que, lejos de sorprendernos vestigio alguno de usurpacion en aquella época, se encuentran

amontonados monumentos eternos de la munificencia y gloria de los monarcas, tanto que á poco tiempo de haber fallecido D. Pelayo, hácia el año de 739, pudo ya restaurar D. Alonso el Católico la catedral de Lugo, y mas adelante la de Astorga, en las que se ven depositadas, como es público y notorio, las pruebas de su piadosa y magnánima generosidad.

14. Con todo, á pesar del patrocinio de los reyes y sus favorables intenciones, no debe perderse de vista que, hallándose la Iglesia hispana en la absoluta imposibilidad de gobernarse por su antigua disciplina, disuelta que fue la monarquía de los godos, necesitaba de un medio estraordinario para salvarse del naufragio. Las sillas de sus cinco metrópolis, y las sufragáneas hasta el número de sesenta mas ó menos, guarnecidas de moros, no permitian la convocacion de los Concilios ni la asistencia periódica de los Obispos, por lo que indispensablemente se habría de resentir la administracion de la justicia, especialmente contra los superiores que hubiesen incurrido en alguna culpa grave. Uno y otro se presentaba impracticable á las partes agraviadas, por cuanto interceptada la comunicacion con las sillas metropolitanas, entre las que se encontraban ya algunas extinguidas, no podia interponerse apelacion de los Obispos; y en el caso de que mereciesen estos ser procesados, faltaba tambien juez competente que lo realizara. Estas consideraciones en general manifiestan clara

mente la situacion crítica de la Iglesia hispana; lo que se conocerá mejor volviendo los ojos á Toledo, su principal y mas ilustre silla, y la que en tan triste situacion parecia destinada para ser el centro de la unidad nacional y el fanal de los Obispos. Sin embargo, por desgracia aquella metrópoli tan esclarecida por sus celebérrimos Concilios, sus santos Pontífices y distinguidos escritores, yacia entonces sepultada en la ignominia, pues habiendo principiado á desacreditarse con la supuesta ó verdadera conjuracion de Sisebuto, se desconceptuó mucho mas despues con la verdadera ó fabulosa historia de D. Opas, creida generalmente del vulgo; y últimamente acabó de perder su reputacion con motivo de las máximas heréticas que sostenia á la sazon Elipando, su metropolitano. Quiero decir, que si en aquellos deplorables momentos la Iglesia hispana no hubiera estado tan radicada en la Cátedra de Roma, dificil fuera libertarse del cisma ó la heregía, y mas atendido el carácter del referido Elipando, tan sumamente audaz y violento, que no le hicieron falta los libros de Lutero para llamar á Roma Babilonia, negar la supremacía del Pontífice, y tratarle con el mayor vilipendio.. Estaba además estrechamente unido con Felix, Obispo de Urgel, poseia mucha erudicion, una elocuencia poco comun, estraordinario orgullo, y sobre todo se hallaba en proporcion para adulterar las actas de los Concilios Toledanos, y prevalecerse del respetable nombre de San

Julian, San Ildefonso, San Eugenio y San Isidoro, en cuyas autoridades apoyaba su especie de nestorianismo.

No faltaron ciertamente en la Iglesia de España escritores beneméritos que réfutasen sus novedades, denunciándolas al público con oportunidad, entre ellos el célebre San Beato, llamado el Liebariense, Hetereo Obispo de Osma, y el monge Bonoso; siendo de advertir que los dos primeros, aunque carecieron de libros para confrontar las autoridades apócrifas alegadas por Elipando, salieron de la dificultad con mas gloria de la fe de nuestra Iglesia hispana, pues opusieron á los testos apócrifos la autoridad de San Gregorio Magno, profesando en consecuencia el principio de que la doctrina de los Papas era la norma de la Iglesia. Pero ¿de qué hubieran servido todas estas plumas y otras muchas contra un metropolitano como Elipando, cuya soberbia y petulancia no solamente pretendia someter todos los Obispos á su voto, sino diria que si bien comprendo sus escritos, que despreciaba la monarquía creada por D. Pelayo? Gracias a la Providencia, la adhesion de los españoles á la Santa Sede les salvó de un enemigo tan peligroso, y del contagio de la heregía que iba infestando la península. En aquella ocasion tan crítica el Papa Adriano I, uno de los mas esclarecidos Pontífices de su siglo, advertido con oportunidad de los errores perniciosos propagados en España, á pesar de la gran distancia que le

yo,

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