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do despues de mudar tantas veces la forma de Gobierno? Acabar con los Bancos de Génova, Ginebra, Amsterdam, Hamburgo; perder todas sus colonias, y transformar la Inglaterra en un coloso inmensurable que abarca con sus brazos todo el globo, sin haber sacado mas ventaja para sí que la cucarda tricolor. ¡Tanto entusiasmo con la revolucion francesa y las victorias de Bonaparte, seguidas de mil derrotas desastrosas!

Los revolucionarios que han puesto tanto orgullo en levantar una estátua colosal á su héroe, pueden estar seguros de que, á pesar de todos sus esfuerzos para alucinar al mundo, no hay persona despreocupada que no esté persuadida de que Napoleon engrandeció á la Inglaterra, sacrificó la Polonia, y dejó asi abierto el camino de la culta Europa á la marcha de los bárbaros. Pero volvamos á mis críticos.

Se me ha censurado en tercer lugar la escesiva condescendencia con que me esplico acerca de las pérdidas llamadas en mi escrito consumadas, sin embargo de que no habiendo especificado cuáles sean, podia entenderse de algunas absolutamente irreparables, como los edificios arrasados, los caudales consumidos, los libros, muebles y efectos estraviados, &c., &c.; pero sin necesidad de vindicar con esta respuesta natural aquellas espresiones, parece que habiéndome remitido en todo el contesto de mi escrito al juicio de la Santa Sede han sido interpretadas con un rigor demasiado caviloso, puesto que establecida por preliminar esta salvaguardia, nada importaba ya una opinion mia en la política, de cualquier clase que fuere, al triunfo de la buena causa.

Prescindiendo de esta solucion acorde con el derecho canónico, no negaré tampoco ahora, ya que se hace preciso suscitar una materia tan odiosa y revelar los adentros de mi corazon, que cuando tendiendo la vista por España advierto lleno de amargura la pasion tan general de adquirir bienes de la Iglesia, y la faci

lidad con que lo consienten los depositarios sobrecogidos de terror, no puedo menos de anhelar ardientemente que se cierren las puertas del tesoro antes que le veamos agotado, temiéndome con mucha razon que se agrave cada vez mas nuestra lamentable crisis, como sucedió en Inglaterra, Francia, Italia, y pasa recientemente en Portugal.

La cuarta observacion de algunas personas respetables pertenece a las inmunidades eclesiásticas, cuyo origen apropié accidentalmente en la página 259 á la potestad civil, sin haber salvado con ningun correctivo aquel pasage bastante desairado en realidad; pero recomiendo á mis censores que se penetren bien del sentido esplícito y bien claro de todo el párrafo, y se persuadirán desde luego de que siempre voy hablando alli en cuanto al modo de reconocerse por los príncipes las inmunidades, de cuya doctrina, lejos de parar perjuicio al derecho de la Iglesia, se la sigue como observa el abate Zacarías el beneficio de corroborarse con las leyes. Constantino, el gran Teodosio, Recaredo, Carlo-Magno y otros muchos piadosos monarcas, es innegable que se comportaron segun la ordenacion de Dios reconociendo las inmunidades de la Iglesia, pero tambien la dispensaron una gracia inapreciable autorizándola con su legislacion, pues de otro modo no hubiera entrado nunca en el goce pacífico de su prerogativa: es decir, que el origen de las inmunidades puede llamarse justamente civil tomándolas desde el acto de la posesion. Esta materia, que siempre ha sido delicada, necesita ahora mas pulso que nunca en atencion á que, menospreciados los anatemas de la Iglesia y desairados todos sus respetos, nos encontramos con una transformacion completa de la sociedad. Yo abundo muy edificado en los sentimientos de Benedicto XIV, que conociendo bien el espíritu innovador que se habia apoderado de los consejeros del Trono, nos exhorta á moderar cuanto sea posible

nuestras frases con tal que permanezca intacta la doctrina de la Iglesia, á fin de templar de este modo la oposicion del siglo y evitar rompimientos con los príncipes.

Se me ha censurado igualmente, que hablando de las falsas Decretales en el capítulo 4.0, atribuyo á su influjo la preponderancia adquirida por los Pontífices en Europa, dándose á entender de este modo, dicen los censores, que la Santa Sede se adjudicó una autoridad agena del Primado. Con todo me parece facil desengañarles de esta equivocacion remitiéndoles á la página 246, pues alli y en muchas otras profeso espresamente que reside en los Papas la autoridad y jurisdiccion radical de toda la Iglesia, y únicamente distingo el caso de la administracion de la justicia, la que sin embargo de derivarse mediatamente del Sumo Pontífice, es susceptible de mejorarse en su práctica, como se ha verificado en la presente disciplina, en virtud de la que los procesos se instruyen y sentencian en las respectivas diócesis, salvo algun espediente estraordinario que por su circunstancia se reserve la Santa Sede en uso de la plenitud de su potestad, segun espone el Concilio Tridentino.

Ultimamente, algunos amigos mios me han hecho un cargo mas fundado por desgracia, relativo al periodo de la página 289, que principia: "uno propondria," y concluye: "proporcionarse una concordia." Verdaderamente que yo mismo no comprenderia como habiéndome producido con tanta circunspeccion en todo el libro respecto á los esclarecidos Obispos de España, pude esplicarme asi en aquel pasage; pero he caido en la cuenta pronto reflexionando sobre el punto, y acordándome que cuando dictaba aquellos conceptos varios y estremados, solo me propuse verter las opiniones del vulgo en persona de los Prelados, con el designio de esforzar la necesidad de recurrir al Papa, sin tener presente entonces que aun en el

caso de permitirme por figura de retórica aprovecharme de su respetable nombre, deberia haber guardado toda la cultura y discrecion que prescribe en tal supuesto el decoro y la urbanidad, además de la jus

ticia.

No obstante, con la misma sinceridad que reconozco un descuido tan notable, diré tambien que se han equivocado manifiestamente mis censores pensando que se hallan ofendidas en aquel pasage las atribuciones del Obispado español (y en contradiccion, añaden, con mi doctrina profesada en este punto en todo el curso del libro), puesto que no cuento en nada con los Prelados para el Concordato; porque en primer lugar, la principal razon en que me fundo para desearle, consiste en que los Obispos le solicitan y reclaman á una voz; y en segundo, que el Concordato es por su naturaleza una escepcion de la regla general, pues se remite en todo al estilo diplomático observado en semejantes casos entre el Papa y el Gobierno.

Otras advertencias menos importantes tocaré ahora ligeramente por respeto á algunas personas acaso demasiado delicadas, pero deseosas de aclarar cualquiera espresion del libro, susceptible de una falsa interpretacion. En la pág. 35, lin. 1.a, viene sonando la siguiente cláusula: "mas cerca se encontraban de la independencia, el estado natural del hombre:" cuyo concepto piensan los censores que puede parecer equívoco á ciertos lectores familiarizados con sistemas filosóficos de infausta nombradía; pero refiriéndome yo en el contesto de mi libro á la narracion de Moisés, segun la que el estado patriarcal de las familias precedió luengas edades á los gobiernos políticos de las naciones, no cuadra bien contraer al caso las paradojas de un sofista, empeñado en defender que el estado natural del hombre era el de salvage y de cuadrúpedo, una de las estravagancias mas deshonrosas del espíritu humano.

En cuanto al título de "la Iglesia Hispana," mirado con displicencia por personas muy recomendables, solo diré que mi único y esclusivo objeto en valerme de tal denominacion, fué el de comprender bajo de la voz latina hispana las Iglesias de España y Portugal, cuya idea no hubiera estado bien espresada de otro modo.

Prévia esta ilustracion en obsequio de la mayor claridad de mis ideas, me complazco ahora en asegurar á mis censores que, lejos de haberme servido de mortificacion sus advertencias, me han causado un gozo espiritual inesplicable al contemplar el celo escrupuloso de los sabios de España en punto á conservar la sana doctrina en todas las cuestiones eclesiásticas. Esta persuasion me hace esperar, no solo que no han de conseguir los novadores introducir el cisma en nuestra patria, sino que ellos mismos, atraidos por la gracia á vista de una constancia tan ejemplar y general de la católica España, han de acogerse por fin á la misericordia de la santa Iglesia, y hemos de volver á ver, y pronto, llenos los templos de almas arrepentidas, y á entonar los cánticos de Sion con la paz, alegría y libertad que los entonábamos antes de estos lamentables dias.

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