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Dasmariñas, por mandado de Felipe II y á instancia del Padre Alonso Sánchez de la Compañía de Jesús, el año de 1590. La Obra Pía, llamada de la Misericordia, fundó otro Colegio para niñas, que al principio estuvo unido al de Santa Potenciana, y después se separó de él, y tuvo casa propia desde el año 1632, llamándose Colegio de Santa Isabel. En 1696 los Padres de la Sagrada Orden de Predicadores dieron principio al Beaterio de Santa Catalina, destinado no solamente para Religiosas, sino también para la educación de las niñas. Ignacia del Espíritu Santo, mestiza de Binondo, dirigida por un Padre Jesuíta, dió principio á otro Beaterio, llamado de la Compañía cuyas reglas fueron aprobadas por el Arzobispo de Manila el año de 1732. La Madre Paula de la Santísima Trinidad, dió origen en 1750 al Beaterio de Santa Rosa, destinado igualmente á la educación de las niñas. Los Padres Recoletanos fundaron el Beaterio de San Sebastián, el año de 1736.

Esto sucedía en el siglo pasado; mas en el presente no es fácil decir cuánto se ha difundido por todo el Archipiélago filipino la instrucción de la mujer. Apenas llegaron á Manila, en 1862 las beneméritas Hijas de la Caridad, cuando se encargaron de la enseñanza en varios Colegios de señoritas, y del

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régimen interior y asistencia á los enfermos, en la mayor parte de los Hospitales de las Islas. Hoy tienen á su cargo los siguientes establecimientos: el Colegio de la Concordia, con 280 colegialas internas, 70 externas y acogidas; la Escuela Municipal de niñas de Manila, á la que asisten 332 niñas externas; el Colegio de Santa Isabel, con 50 colegialas de Santa Potenciana, 50 de Santa Isabel, 43 pensionistas y 62 externas; el Beaterio de Santa Rosa, con 250 niñas internas y 50 externas; el Asilo de Looban, con 160 niñas; el Colegio de Santa Isabel, de Nueva Cáceres, con 145 niñas internas, 25 normalistas y 152 externas; el Colegio de San José de Jaro, con 124 alumnas internas y 170 externas; el Hospicio de San José, con una multitud de niños y niñas, además de los dementes allí recogidos; el Colegio de la Sagrada Familia, agregado al Hospital de San José de Cavite. Finalmente, siendo Gobernador General de las Islas el Excmo. Sr. D. Eulogio Despujol, llegaron las Religiosas, llamadas de la Asunción, para encargarse de la Escuela Normal Superior de Maestras, á la cual han agregado un Colegio de señoritas, donde se les da una esmerada educación y una instrucción al nivel de los Colegios más afamados de Europa.

Con esta rápida ojeada sobre la instrucción

pública en Filipinas, se ve claramente que España, y en particular las Ordenes religiosas, son autoras de uno de los beneficios más grandes que pueden hacer los Gobiernos á los pueblos, que la divina Providencia ha puesto bajo su amparo y dirección.

El día en que Filipinas se olvidase de este beneficio, no se encontraría en ningún idioma un nombre capaz de expresar el exceso de su ingratitud.

Por temor á ella, España no volverá atrás, ni permitirá que los indios sean desposeídos del beneficio de la enseñanza, y vuelvan á caer en la noche de la ignorancia y barbarie de donde salieron. ¡Que no debe atribuirse á la ilustración, que perfecciona al hombre, la causa de las perturbaciones actuales; sino á las perversas ideas que algunos mal aconsejados filipinos fueron á beber en las envenenadas fuentes de las logias de Europa!

CAPÍTULO VI

El sexto beneficio de la soberanía de España en Filipinas, es el fomento de la agricultura, industria, comercio, y el aumento de población trocando en prosperidad la pobreza de las Islas

Suma era la pobreza de Filipinas, á la llegada de los españoles á las Islas.

La agricultura era tan escasa, que casi todos los terrenos estaban incultos. Los naturales no conocían el arado. Hacían las sementeras con el instrumento universal, de los indios, llamado bolo, especie de machete, que traen al cinto metido en una vaina de madera; con el cual abren camino por las selvas, derrumban los árboles, chapean los bosques, hacen una hendidura en la tierra, donde arrojan la semilla para que nazca, crezca y dé fruto con el calor y las lluvias. Los únicos productos agrícolas, de que se alimentaban, eran, el palay ó arroz, el maíz, el sagú, que es el meollo de una palma, el plátano, el camote, el ube y el coco. No criaban vacas ni caballos, sólo tenían carabaos para cabalgar. Se dedicaban á la pes

ca; y de las palmas del coco y de la nipa sacaban un poco de vino. Su vestido era del filamento del abacá, del tindug, del algodón y de la piña.

De todos estos productos no les quedaba nada para la exportación, y muchos años padecían hambre, sobre todo cuando la langosta les comía las cosechas. Sólo en la isla de Panay, el año 1566, unas veinticinco mil familias perecieron de hambre, por efecto de la langosta.

La industria de los filipinos primitivos se hallaba reducida al laboreo del oro, que se recogía en las minas de Paracali, en los ríos de Butúan y Cagayán, y en los lavaderos de Bohol, Masbate, Catanduanes y Cebú. De este oro hacían joyas: sortijas, cadenas, collares y vajilla, y conservaban el resto en pepitas y en polvo. El valor de estos productos era como de unos cien mil pesos al año. Además tenían en las casas algunos telares, en donde con la fibra de las sobre dichas plantas, tejían telas para vestirse.

El comercio era tan pobre, que no se conocía la moneda, ni había una onza de plata; ni sabían los del país escribir los guarismos, ni había ningún comerciante que supiese la aritmética. Toda su contratación era con algunos pancos de la China, de la India y del Japón,

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