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CAPÍTULO V

De cómo castiga Dios á los sediciosos contra las autoridades legítimas

Para que se vea cuánto aborrece Dios el pecado de rebelión contra las autoridades, vamos á referir, tomándolo del Libro de los Números en el capítulo XVI, lo que ocurrió en la sedición de Coré, Datán y Abirón, en el pueblo de Israel. Había nombrado Dios caudillo y supremo gobernante de su pueblo á Moisés, y sumo Sacerdote ó Pontífice á su hermano Aarón. Sucedió, pues, que Coré, primo hermano de Moisés, y Datán y Abirón, varones principales de la tribu de Leví, dejándose llevar de la envidia y ambicionando los cargos de caudillo y de sumo sacerdote, promovieron una sedición contra Moisés, tratándole de tirano, y contra Aarón, contra el cual también murmuraban entre el pueblo, arrastrando á su partido hasta doscientas cincuenta personas de sus familias y amigos. Presentáronse en actitud hostil a los dos Jefes del

pueblo, diciendo: Básteos ya con lo que habéis hecho hasta aquí. ¿Por qué os ensalzáis tanto sobre el pueblo y nos estáis gobernando con tiranía?

Al oir esto Moisés postróse en tierra, y dijo luego á los revoltosos: Mañana declarará el Señor quiénes son los suyos, y esos serán sus ministros. Tome cada cual su incensario, tú, Coré, y todo tu séquito: y mañana, tomando fuego, ponedle incienso delante del Señor; y el que eligiere el Señor, ése será el Santo. A tí, Coré, y á los hijos de Leví ha hecho el Señor la honra de escogeros para el servicio del Tabernáculo, y no contento con tal privilegio, ¡aspiras aún á arrogarte el sumo sacerdocio, y sublevar á toda tu gente contra el Señor?

Datán y Abirón se negaron á acudir, y seguían acusando á Moisés de tirano. Presentóse Coré con doscientos cincuenta, que tomaron cada cual su incensario, y Aarón el suyo. Manifestóse la gloria del Señor, y, hablando á Moisés y Aarón, les dijo: Apartaos de en medio de esa reunión, y en un momento los consumiré. Intercedieron Moisés y Aarón, para que por el pecado de uno no pereciesen todos; y entonces mandó Dios que hiciese Moisés retirar á todo el pueblo de las tiendas de Coré, Datán y Abirón. Hízose así, v dijo

Moisés: En esto conoceréis que el Señor me ha enviado para que gobierne su pueblo, y que no me he puesto yo en ello por mi propia voluntad. Si éstos que me acusan murieren de la muerte ordinaria de los hombres, no me ha enviado el Señor. Pero si el Señor hiciere una cosa nunca vista, de manera que la tierra abriendo su boca se los trague á ellos y á todas sus cosas, y bajen vivos al infierno, sabréis entonces que han blasfemado contra el Señor.

No bien hubo acabado de hablar, cuando la tierra se hundió debajo de los pies de aquéllos, y se los tragó con sus tiendas y todos sus haberes, y envueltos en tierra bajaron vivos al infierno y desaparecieron de en medio del pueblo. A los alaridos de los que perecían, todo Israel echó á huir, diciendo: No sea que nos trague también á nosotros la tierra. Y llovió fuego del cielo, y abrasó á los doscientos cincuenta, que ofrecían el incienso.

Al día siguiente toda la multitud, inficionada ya por aquella rebelión, murmuraba contra Moisés y Aarón, diciendo: Vosotros habéis dado muerte al pueblo del Señor. Y como tomase cuerpo la sedición y creciese el tumulto, Moisés y Aarón se refugiaron en el Tabernáculo de la alianza; la nube lo cubrió y apareció la gloria del Señor.

Y dijo el Señor á Moisés: Retiraos de en medio de esa turba; que ahora mismo voy á acabar con ellos. Y estando postrados en tierra los dos, dijo Moisés á Aarón: Toma el incensario, y, cogiendo fuego del altar, pon encima el incienso y corre á toda prisa hacia el pueblo para rogar por él; porque el Señor ha soltado ya el dique á su ira, y la mortandad se encruelece. Haciéndolo así Aarón, y corriendo al medio de la multitud, á la cual devoraba ya el incendio, ofreció el incienso; y puesto entre los vivos y los muertos, intercedió por el pueblo y cesó la mortandad. Los muertos abrasados por el fuego, que encendió la ira de Dios, fueron catorce mil y setecientos hombres, sin contar los que perecieron en la sedición de Coré.

Véase, en este ejemplo, cuán inicuo es el crimen de rebelión contra la autoridad legítima; pues fué castigado con una pena tan horrible y espantosa por un Dios, que no puede ser injusto. No hay delito que Dios haya castigado con mayor rigor. Y esto no una vez sola. Todas cuantas murmuraron los israelitas contra su jefe Moisés, otras tantas castigó Dios al pueblo con cruentas matanzas.

Absalón, hijo de David, por haber sublevado las tropas contra el Rey su padre, fué derrotado, y en la huída quedó colgado de los

cabellos en una encina, y murió atravesado el corazón con tres lanzas, que le clavó Joab. Drahomira, madre de S. Wenceslao, Rey de Bohemia, fué tragada viva por la tierra, por haber promovido una rebelión, en que murió mártir aquel santo monarca; y no hay reino que al sublevarse contra sus legítimos soberanos, no haya sido castigado por Dios con terribles calamidades.

Así lo atestigua sin excepción la historia, de cuyas enseñanzas se desprende claramente que Dios jamás perdona el delito horrendo de los que se sublevan contra sus legítimos soberanos, tomando como propia su causa; puesto que los Reyes legítimos son representantes en la tierra de la majestad de Dios y depositarios de su autoridad. Reconózcase, pues, la justicia de Dios, patente en los ejemplos citados y otros muchos que pudiera citar; temámosla todos, y no se haga nadie, con obstinada rebelión, reo de tan extraordinarias calamidades.

Empero, para que resalte esto más á lo vivo, citaré en el capítulo siguiente otro caso de esta venganza de Dios en un suceso de la historia de nuestro mismo país.

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