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La misma magnanimidad mostró Legaspi con los de Manila, no obstante haberle recibido tan mal, que antes de desembarcar quemaron el pueblo y se pasaron á Tondo, del otro lado del Pásig, con su hacienda. Legaspi envió á Goiti y á sus intérpretes, para que los sosegasen, asegurándoles que iban de paz; con cuya promesa se presentaron Rajá Matandá y Lacandola; y, venciendo el mal con el bien, les prometió su amistad, disimulando la traición de Lacandola, que alteraba y movía á la guerra á los pueblos comarcanos; y mientras los soldados del campo pedían que se le quitase la vida, como á traidor declarado y manifiesto, él se contentó con privarle de los medios de hacernos mal, quitándole la artillería. Así fué cómo los luzones se rindieron, vencidos del amor y nobleza de los españoles.

Fué Legaspi tan amigo de la justicia, que su muerte se originó del amor que tuvo á esta virtud; pues falleció por el disgusto que le ocasionó el agravio cometido por un soldado; disgusto recrecido por haberle pedido una persona grave del campo cierta recompensa inmerecida. Su muerte fué digna de un héroe cristiano, purificando antes su conciencia con una confesión general y recibiendo el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

Después de Legaspi, la más brillante figura de la conquista de Filipinas es la de Juan Salcedo, su nieto, quien, remontando el Pásig, pacificó la provincia de la Laguna de Bay, después de haber vencido en Cainta á los naturales acaudillados y seducidos por los moros; quienes, á no haber aportado en aquel tiempo los españoles á estas islas, pronto se hubieran apoderado de ellas, y hasta el día de hoy se hubiera profesado en todo el Archipiélago la inmunda secta de Mahoma. Redujo también las provincias de Camarines Norte, Pangasinan, Ilocos y Cagayán, imitando en todas sus empresas la prudencia y cristiandad de su abuelo, y dejando á su muerte por herederos de sus bienes á los indios.

Tales rasgos de generosidad y nobleza de sentimientos, son frecuentes en los conquistadores filipinos. Testigo, el alférez Amador de Ariarán, que fundó un hospital para curar á los indios enfermos de su encomienda. Testigo, el maestre de campo Pedro de Chaves, que levantó la iglesia de Sampaloc. Testigo, el general Pedro de Sarmiento, héroe de Ternate, que tenía en su casa mesa siempre dispuesta para los pobres. Testigo, en fin, don Luis Dasmariñas, que gobernó estas islas seis años después de la muerte de su padre, fundador de la obra pía, llamada de la Miseri

cordia, juntamente con el presbítero Juan Hernández de León, el general D. Juan de Ezquerra y el P. Antonio Pereira, de la Compañía de Jesús. Estos ejemplos de las clases más elevadas eran imitados por el vulgo de los soldados; y, si recorremos las páginas de la Historia Universal, tal vez no encontraremos una conquista, donde haya imperado con más fuerza la voz del deber y de la justicia, entre el estrépito de las armas, que en la conquista de Filipinas.

¡Dichoso, pues, el Archipiélago filipino, en haber tenido por conquistadores, ó mejor dicho redentores de la barbarie, á varones tan esclarecidos, justos y piadosos, como Legaspi, Salcedo, Dasmariñas, Corcuera y otros mil. que se han sucedido hasta nuestros días!

CAPÍTULO XIV

De cómo las Indias Occidentales y Orientales deben siempre permanecer unidas á España, según el Código de Indias

Para que se acabe de ver en qué títulos fundaban los Reyes de España su soberanía sobre las Indias, y que según derecho no pueden nunca ser separadas ni enajenadas por el Gobierno de la nación, ó por el mismo Soberano; como remate de esta primera parte vamos á copiar la ley 1.a del libro 3.o, título 3.o, del Código de Indias, que dice así:

<<Por donación de la Santa Sede Apostólica >>y otros justos y legítimos títulos, somos Se»ñor de las Indias Occidentales, Islas y Tierra >>firme del mar Océano, descubiertas y por >>descubrir, y están incorporadas en nuestra >>real Corona de Castilla. Y porque es nuestra >>voluntad y lo hemos prometido y jurado, >>que siempre permanezcan unidas para su >>mayor perpetuidad y firmeza, prohibimos la >>enajenación de ellas. Y mandamos que en >>ningún tiempo puedan ser separadas de nues

>>tra real Corona de Castilla, desunidas ni di>>vididas en todo ó en parte, ni sus ciudades, >>villas ni poblaciones por ningún caso ni en >>favor de ninguna persona. Y considerando la >>fidelidad de nuestros vasallos, y los trabajos >>que los descubridores y pobladores pasa>>ron en su descubrimiento y población, para >>que tengan mayor certeza y confianza de que >>siempre estarán y permanecerán unidas á >>nuestra real Corona, prometemos y da>>mos nuestra fe y palabra real por Nos y los >>Reyes, nuestros sucesores, de que para siem>>pre jamás no serán enajenadas ni apartadas >>en todo ó en parte, ni sus ciudades ni pobla>>ciones por ninguna causa ó razón, ó en favor >>de ninguna persona, y si Nos ó nuestros su>>cesores hiciéremos alguna donación ó enaje>>nación contra lo susodicho, sea nula, y por >>tal la declaramos.>>

Hasta aquí las leyes de Indias, que en esta parte no creo estén derogadas. De modo que si un Ministro de la Corona, ó el Rey con todo el Consejo de Ministros, hiciese algún tratado que tuviese por objeto enajenar la isla de Cuba ó Filipinas, sería un acto nulo.

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