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nes i segregaciones de territorios, qué de bienes no resultarian a la consolidacion de la paz venidera! I si hai alguna época a propósito para efectuar ese pensamiento, es la presente, en que nuestras nacionalidades no están tan firmemente constituidas, para que una reparticion causara la sangre i las lágrimas derramadas por los desgraciados hijos de Polonia.

La unidad de lejislacion debe ser otro de los importantes objetos del Congreso. Esa unidad representaria la unidad social i consolidaría la unidad política. Es inmensa la influencia que ejerceria en reforzar los lazos de union entre las naciones. Cuando se invocara las mismas leyes, los mismos principios de un estremo a otro del continente americano, cuando se pudiera ocurrir a los trabajos de los jurisconsultos de las repúblicas hermanas sobre las mismas leyes que nos rijen, se desarrollaria un juicio comun, un espíritu público legal, si así puede decirse, en toda la América española. La asimilacion de las lejislaciones modernas a la lejislacion romana ha sido talvez el vínculo mas fuerte entre la antigüedad pagana i la civilizacion moderna; ella nos ha dado a conocer la historia, la vida íntima de ese gran pueblo, casi tanto como las de las naciones contemporáneas. Por eso es que siempre que se ha tratado de unir las diversas secciones de una misma nacionalidad, los espíritus pensadores han propuesto la uniformidad legal como un medio necesario para alcanzar tal objeto. «Yo seria el primero, dice Rosmini, en pedir para la Italia lo que Thibaut pidió para la Alemania, a saber, un código comun para todos los paises italianos, aun mas, un procedimiento comun. Seria uno de los medios mas poderosos i pacíficos para reunir los miembros esparcidos de este bello pais. Es verdad que en la Union Norte-Americana hai tantas lejislaciones como los estados de que se compone: eso solo importaria que la federacion sud-americana tendria un elemento mas de cohesion. Por otra parte, probablemente no habria dificultades en la admision de esta idea. Algunas de las secciones americanas han ensayado ya trabajos de codificacion: ¿qué obstáculos habria en aceptar la obra de una de ellas en algun ramo de la lejislacion, cuando no existen entre ellas las diversidades de antecedentes i de costumbres que producen la variedad en las lejislaciones?

El Congreso debe aspirar a realizar entre nosotros, en lo posible, los grandes principios que la ciencia europea ha proclamado, i que los hábitos inveterados, las rancias preocupaciones impiden llevar a efecto en el viejo continente. Tiempo há que la ciencia económica ha clamado por la abolicion de aduanas, haciendo ver con la historia, que esa institucion no es mas que un resto de la barbarie feudal. Pero las viejas instituciones no pueden derribaise de un golpe, so pena de producir mayores males en su caida que los que se trata de remediar. Por eso es que los grandes estadistas, como Peel en Inglaterra, han procedido con mesura en la obra de destruccion de las aduauas, comenzando por la rebaja sucesiva de de

Pero

rechos. En los estados pobres de Sud-América, cuyos mas pingües ingresos provienen de las aduanas marítimas, seria insensatez sacrificar su existencia financiera al rigorismo de un principio. ¿ sucede otro tanto con las aduanas terrestres? De ninguna manera: en Chile se ha podido abolir los derechos de internacion de animales, sin gran gravámen para el Erario i fomentándose el comercio con las provincias arjentinas. ¿Por qué no estenderia ese principio a toda clase de comercio i entre todas las Repúblicas Americanas? Los pequeños perjuicios que de allí resultarian serian suficientemente compensados por el aumento de comunicaciones, de poblacion i de comercio en nuestras ciudades interiores. Si el comercio marítimo estranjero ha dado tanta importancia mercantil a nuestras poblaciones costaneras, el comercio interior, sin las trabas que lo limitan, produciria un efecto comparativamente igual respecto a las ciudades mediterráneas, que vejetan hoi dia en el abatimiento. Se comprende, por otra parte, cuánto no contribuiria a acercar los pueblos americanos una comunicacion tan libre como entre las provincias de una misma república, destruyendo esas antipatías nacionales o provinciales que la falta de contacto hace nacer. En España, en Francia durante los tiempos medios, en jeneral, en todas las naciones en que el feudalismo introdujo el sistema de las aduanas terrestres, han sido el dique mas poderoso a la constitucion de las nacionalidades i el mas fuerte baluarte del estrecho espíritu de provincia. Ahora bien, si se trata de establecer la nacionalidad sud-americana, de crear un espíritu propio americano, el Congreso debe consiguientemente reconocer el principio del libre cambio terrestre, que será precursor del marítimo.

A la cuestion de la abolicion de las aduanas terrestres, se liga otra que es su complemento necesario. Quiero hablar de los caminos i los ferrocarriles, esos caminos que vuelan como los ha llamado Blanqui, estendiendo un injenioso dicho de Pascal. Los caminos son las arterias por las que circula la vida de una nacion: así cuanto mas completa sea la viabilidad de un pais, tanto mas activa i vigorosa será su vida comercial, política i social, tanto mayor desarrollo recibirán los varios elementos de que se compone el cuerpo social. Ahora bien, el Congreso jeneral a quien está confiada la constitucion del organismo del gran cuerpo sud-americano, debe proponerse desde luego la formacion i vigorizacion de ese elemento constitutivo de todo organismo. Un buen sistema de caminos internacionales completaria la obra del libre cambio terrestre, facilitándolo e impulsándolo. Supóngase que una red de ferrocarriles sc estendiera de Panamá a Magallanes, de Valparaiso a Rio Janeiro, i figúrese la actividad, el comercio, la industria de que seria foco la América del Sur. Lo que mas ha contribuido quizá a dar a Estados Unidos su inmenso desarrollo mercantil e industrial, es su masa de caminos de hierro, mayor que en otra alguna nacion. Es su perfecta viabilidad la que ha produdido en esta nacion esa unidad de espí

ritu, que ni la comunidad de razas ni de lejislacion ni de relijion, puede haber introducido en la masa hetercojénea que la compone. Es indudable que el contacto entre todos los individuos de un pais, el roce de las costumbres, sentimientos e ideas, producido por la facilidad de las comunicaciones, es uno de los elementos primordiales que forman las robustas nacionalidades. Una de las mas graves causas de la debilidad de las secciones sud-americanas tomadas en conjunto, es precisamente la falta de contacto mútuo, la recíproca ignorancia de su estado que les hace recelar de la eficacia del ausilio de las otras. Un vasto sistema de caminos o ferrocarriles, que ligara todas las naciones del continente, unido a carreras de vapores por nuestras costas, remediaria este grave mal, estrecharia nuestras relaciones comerciales, i nos haria arrebatar a la gran República que tememos su arma mas poderosa. Si es verdad, por otra parte, que esas empresas son mas bien el resorte de compañías particulares; en Sud-América donde el espíritu de asociacion comienza apenas a a despertar, necesitan de la iniciativa de los gobiernos; i es la razon porque esa materia deberia ser otro de los objetos del Congreso jeneral.

que es

La colonizacion i la inmigracion: he ahí otra de las urjentes necesidades de las Repúblicas Sud-Americanas. Es la colonizacion la que vendrá a poblari fertilizar nuestos vastos territorios desiertos, la que resolverá el problema de la reduccion pacífica de nuestros indíjenas, la que dará impulso a nuestra marina por medio de las colonias pescadoras en nuestras playas inhabilitadas, la que nos pondrá en posesion de islas i territorios que pueden ser ocupados por naciones estranjeras. Es la inmigracion la que debe desarrollar nuestra industria en mantillas, dar la vida a nuestros campos, introducir brazos i capitales de que carecemos, aplicar las máquinas, los procedimientos de cultura que la ciencia ha descubierto i que aun nos son desconocidos. Serán ellas las plotarán nuestros veneros de riquezas todavía ocultos, las que derramarán la civilizacion en nuestras masas, las que reformarán los hábitos coloniales, proporcionando ese aprendizaje práctico de las costumbres i los usos útiles que no se estudia en los libros; por último las que llevarán a efecto nuestras instituciones liberales, que no son mas que una letra muerta en nuestros códigos i fuente de abusos en su aplicacion, popularizando las ideas i las costumbres políticas de que aquellas instituciones son consecuencia. Es indudable que esa empresa debe ser acometida conjuntamente por todas las Repúblicas Sud-Americanas, supuesto que tienen en ella un igual interes, i que unidas podrian realizarla mas fácilmente que por los esfuerzos aislados de cada una. En efecto, si debe tratarse de atraer una corriente de inmigracion en grande escala, como las que afluyen a Norte-América i a Nueva Holanda, las dificultades para atraerla serian mas fácilmente allanadas, asociando los medios i los recursos, consultándose a mas de otras las economías

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en ajentes, comisiones i buques de trasporte. El Congreso deliberaria tambien sobre cual de las naciones europeas convendria elejir para proveer a los grandes resultados que se promete de la inmigracion, i principalmente a esas necesidades de raza, que no deben echarse en olvido, cuando se propone robustecer i enriquecer la nuestra. ¿Sería la Francia, Italia, España, en jeneral naciones de raza latina, que se amalgamarian con la hispano-americana por su semejanza en relijion, idioma i costumbres? ¿O serian preferibles los paises de raza jermánica, para utilizar el jenio industrial que caracteriza esa raza i reformar las costumbres por esa misma lucha de elementos opuestos? ¿Adoptando este último sistema, quedaria otra cuestion por resolver? ¿Deberia elevarse al rango de institucion sud-americana ese principio de la libertad de cultos fundados en el derecho inalienable de adorar a Dios segun su creencia, como una condicion necesaria para el fomento de la inmigracion, o esc principio deberia ser sacrificado en provecho de la unidad de relijion, lazo el mas fuerte que puede ligar a los hombres i que constituye toda la robustez de la raza española? Hé ahí otras tantas cuestiones inherentes a la cuestion de inmigracion, sobre las cuales el Congreso jeneral está llamado a decidir.

La instruccion pública, señores, es otro de los pensamientos que el Congreso debe tener en vista, como una palanca moral que trastornará el mundo americano en sus costumbres coloniales, en sus ideas estacionarias, en todo su modo de ser político i social. La uniformidad en el sistema de instruccion entre todas las repúblicas hispano-americanas seria un lazo mas que reforzaria los otros, acercándolas por la intelijencia, como los caminos i el libre cambio las aproximarian por los intereses comerciales. Si se estableciera la homojeneidad en los estudios i en los grados de la instruccion superior se podria realizar fácilmente la útil idea de hacer valederos en toda la América española, los títulos universitarios espedidos en cualquiera de sus secciones. Se comprende cuanto no aprovecharia tal medida a ensanchar el estrecho círculo en que se ejercitan hoi dia nuestras profesiones, cuando el abogado recibido en Chile pudiera defender ante los Tribunales de Nueva Granada o Venezuela. El injeniero civil i el médico tendrian todo un vasto continente por campo de sus trabajos. La instruccion primaria, por otra parte, recibiria un gran impulso con la adopcion de un sistema uniforme. Desde que las Bibliotecas populares llegaran a ser una institucion en todos los paises sud-americanos, cuando el intercambio de los libros publicados en cada uno de ellos viniera a facilitar i fecundar ese gran pensamiento, cuando los trabajos, los progresos hechos por una República se convirtieran en el patrimonio comun de todas, el desarrollo intelectual seria inmenso: no habria ya Andes para nuestras ideas.

Otro objeto del congreso sería la garantía de la propiedad literaria. A medida que se estrechen las relaciones entre los paises

americanos i que sean mas conocidas las producciones literarias publicadas en todos ellos, serán mas de temer los fraudes de los libreros e impresores, en naciones que, como las nuestras, hablan un mismo idioma. La Francia ha celebrado en estos últimos años un tratado de esta especie con la Béljica, para impedir los abusos de los impresores de esta nacion, de que se quejaban los autores franceses. Por lo demas, esa garantía deberia estenderse, entre nosotros, a los privilejios esclusivos, reforzando así el estímulo a los descubrimientos, que esos privilejios fomentan.

Una de las medidas que reclama el desarrollo del comercio en Sud-América, es la unidad en las monedas, pesos i medidas. La adopcion del sistema decimal, que no tardará en ser una regla comun a todos los paises civilizados, fomentaria el comercio mútuo de las repúblicas americanas i con las naciones estranjeras. Las dificultades de su planteacion serian alejadas con mas facilidad por los esfuerzos simultáneos de todos los paises hermanos. Por eso es que el Congreso Jeneral deberia proponerse por uno de sus objetos la realizacion de ese proyecto.

Entre otras grandiosas ideas, cuya planteacion cooperaria al gran fin del Congreso Sud-Americano, seria una la creacion de una sociedad de historia i de antigüedades americanas. Tal institucion, léjos de ser una empresa meramente literaria, tendria una alta importancia social. En efecto ¿cuál es la causa de ese desaliento, de esa desconfianza en sus fuerzas para contrarestar el poder norte-americano, que es uno de los mas graves síntomas del mal que aqueja a la América española? Es la ignorancia de nuestro pasado, de la enerjia de las tribus indíjenas, cuya causa representamos, de nuestras penalidades comunes del coloniaje, de la costosas luchas de nuestra independencia i de esos felices augurios de porvenir que no debemos frustrar. I bien; la sociedad de historia americana resucitará esos recuerdos, esos dolores i esas glorias, nos hará sentir nuestra nacionalidad en el pasado i preguntarnos, porque no somos hermanos en el presente i unidos para siempre en el porvenir.

Seria otra importante empresa fomentar el espíritu de asociacion, ese gran principio que da la vida i la grandeza a las naciones i que entre nosotros se halla aun en jérmen. Sociedades de inmigracion, de agricultura, de beneficencia; en una palabra, todas las asociaciones que tiendan a desarrollar cualquiera esfera de nuestra actividad social, verificarian la industria i el comercio, por la comunicacion de las ideas i la union de las fuerzas.

Las esposiciones de industria, establecidas ya en todos los paises cultos, deberían ser tambien protejidos por el Congreso Jeneral. Se concibe cuanto impulso no imprimirían a nuestras manufacturas, a nuestra industria agrícola i comercial, esas ferias en que se exhibirían todos los productos naturales i fabriles de Sud-América, que hoi dia nos son casi desconocidos.

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