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forzaba á detenernos en nuestra carrera, y de que justamente de ahí podía venirnos, al fin, la quietud que tanto deseábamos. La duda iba, en efecto, desvaneciéndose conforme ibamos leyendo y considerando con interés siempre creciente los tomos que nos venían de la gran obra; tanto, que, al concluir la lectura y examen del último, no pudimos menos de exclamar con cierta amargura envuelta en resignación y asombro: «¡Está visto que la Biblioteca de nuestros autores no es ni puede ser empresa de un solo individuo!». Añadamos ahora que, si ésa ha de responder á las exigencias de la moderna bibliografía, aun no parece llegada la coyuntura de acometerla, ni es siquiera de presumir que llegue mientras primero no se acuda á trabajos parciales que le sirvan de preparación y apoyo, y de que todavía andamos sobradamente escasos. Testigo, como decimos, el mismo Sommervogel, que, á pesar de haber dispuesto y validose de cuantos recursos bibliográficos le prestaba el siglo xix, deja, eso no obstante, en su voluminosa colección de nueve tomos en folio, inmensas lagunas que rellenar, y no pocos ni insignificantes yerros que están clamando por su debida y pronta rectificación.

Por lo que á nosotros hace, sólo nos toca advertir que ya desde el año mismo de 1890, como impulsados por una fuerza interior, cuya eficacia habíamos de reconocer más adelante, comenzamos á separar instintivamente y reunir en dos secciones diversas los autores cuyos articulos teníamos ya compuestos en nuestra Biblioteca latina, con intento de hacer lo propio con los que fuésemos componiendo en lo sucesivo. En la primera entraban exclusivamente los que hubiesen pertenecido á la antigua Asistencia de España; en la segunda, los de las cinco restantes de Portugal, Italia, Alemania, Francia y Polonia, según la división y nomenclatura de aquellos tiempos. Porque es de saber que nunca pensamos en alargarnos á más de lo que alcanza la parte de la Biblioteca de la Compañía que pudiéramos llamar antigua, distinguiéndola de la nueva, à imitación de lo observado por Nicolás Antonio en su Bibliotheca Hispana, y luego después por Latassa en la suya de Escritores Aragoneses.

Lo que nos indujo à limitarnos á ella fué la experiencia que tenemos de que no ofrece tanta dificultad ni urge tanto la lista de autores posteriores á la restauración de la Compañía, como la de los anteriores ó sobrevivientes á su extinción. Pues, fuera de que aquéllos son mucho más conocidos por causa de que, ó aun viven, ó hace poco que murieron, basta el trabajo mecánico de recorrer los catálogos, bien de personas, bien de libros impresos é inéditos, que se hacen hoy en día con toda regularidad y se sabe dónde existen, para que pueda cualquier curioso ir redactando, sin gran molestia ni esfuerzo, los articulos de la Biblioteca nueva. No sucede lo mismo con la antigua, por haberse perdido en su mayor parte los

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catálogos, especialmente de autores, y tenerlos que suplir á costa de trabajo y paciencia, cuando haya modo de suplirlos. Pues aun ése falta más veces de lo que suelen imaginarse los que nunca se han visto precisados á andar en busca de ellos.

Cúmplenos, sin embargo, confesar que no somos, á Dios gracias, de los menos afortunados en este punto. Además de haber podido disfrutar de cuanto notable ha salido hasta ahora en materia de bibliografia, hemos logrado hacernos con documentos aun más importantes, si cabe, que los mismos que el año de 1874 determinaron nuestra vocación: tantos, en verdad, y tan preciosos, que no creíamos que pudieran conservarse en tan crecido número, ni contener tan exquisitas é ignoradas noticias como las que nos han suministrado.

¡Lástima que á estos hallazgos no correspondieran otros, de orden inferior, si se quiere, y aun, al parecer, vulgares, pero que distan mucho de serlo, por cuanto ni penden siempre de la sola industria, ni caen siquiera al alcance del simple bibliografo!

Público es y notorio que, mientras en otras naciones apenas hay libro suyo de que no se hayan contado, por decirlo así, hasta los ejemplares. que se conservan, todavía en España nos queda por descubrir y conocer una tercera parte, cuando menos, de los impresos entre nosotros. Convencidos de tan triste verdad que tanto nos deshonra, y fundados en que el medio más certero para dar con ellos es ir revisando uno por uno y, en algunas ocasiones, hoja por hoja, los que se hallan amontonados en nuestras bibliotecas, ése fué precisamente el método que desde un principio nos propusimos seguir, y el que indefectiblemente hemos seguido en todas aquéllas en que, ó hay facultad para semejante revisión, ó nos la otorgaba la generosa condescendencia de su dueño en las particulares, ó de su director en las públicas.

Pero esto no en todas nos fué posible, por más que lo solicitamos con la candorosa pretensión de quien se figuraba tener derecho á impedir que sea únicamente la polilla la que goce á su placer de nuestras rarezas bibliográficas, y se cebe sin rival en los tesoros más codiciados de las letras, las ciencias y las imprentas españolas. Así que, en unas hubimos de resignarnos á revolver los índices y fiar de sus anuncios, no pocas veces con terribles desengaños, y todas con el encogimiento propio de quien teme exponerse á molestar con sus demandas y pedidos á los encargados de servirle. En otras, faltónos aun esa mezquina compensación de los indices, ya porque carecen de ellos, ó ya porque, teniéndolos, interdicen rigurosamente su manejo á los profanos. De suponer es que haya razones muy poderosas que justifiquen semejante disposición. Pero, la verdad, udamos que pueda idearse otra más adecuada para que la improba labor

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del simple aficionado á esta clase de investigaciones quede siempre sujeta al caprichoso imperio de la casualidad, y condenada á no pasar de pura tentativa ó ensayo, de notas sueltas y fragmentos á medio zurcir de una verdadera bibliografia.

En las actuales circunstancias sería manifiesta sinrazón exigir ni pretender más de la nuestra, aun después de treinta años de incesante batallar con impresos y manuscritos, y de haberla reducido, con mejor acuerdo, á términos más modestos y fáciles de recorrer de los que nos habíamos propuesto al emprenderla.

Como quiera, chasqueados y todo en lo que más llano de conseguir nos fingiamos, pero provistos, en cambio, de numerosos documentos que en alguna parte pueden subsanar esa falta, hemos llegado, por fin, antes de que se nos concluyera la vida, á formar una, á lo menos en tamaño y extensión, más que mediana Biblioteca de Escritores de la Compañía de Fesús, pertenecientes á la antigua Asistencia española, que comprendía las Provincias de Toledo, Castilla, Aragón y Andalucía, en España; la de Cerdeña, en Italia; y las del Perú, Chile, Nuevo Reino de Granada, Quito, Méjico, Paraguay y Filipinas, en las que fueron Indias nuestras.

Reservando más particularidades y aclaraciones para cuando sea servido el Señor de que se publique dicha Biblioteca, sólo observaremos aquí que el presente Catálogo es una parte suya muy esencial, pero de tal naturaleza, que puede constituir por sí misma una obra completa, aun separada del cuerpo á que pertenece. En esa forma viene á ser un Diccionario más por el estilo de tantos como con diversos títulos y llamadas han impreso Baillet, Placcio y Mylio, Aprosio de Ventimiglia, Rassmann y Schmidt, Aitze, Lancetti, Giardina, Barbier, Melzi, Passano y Rocco, Quérard, van Doorninck, Manne, Cushing, Halkett y Laing, Weller y varios otros en Alemania, Inglaterra, Francia, Bélgica, Italia, Holanda, etc., sobre anónimos y seudónimos, disfrazados y enmascarados, plagiarios y testaferros, mercaderes y compradores y aun rateros ó ladrones literarios. Todos ellos han sido de opinión, como lo han mostrado por la práctica, de que esta nueva rama de la bibliografía puede desgajarse del tronco sin ningún perjuicio suyo, y ofrecer bastante atractivo y pábulo muy gustoso á la curiosidad de los lectores.

El mismo Sommervogel siguió su ejemplo años atrás en su Diccionario de obras anónimas y seudónimas de escritores de la Compañía de Jesús. Pero es muy sensible que se contentara con poco más de extraerlo precipitadamente de la Biblioteca de los hermanos Backer; y más todavía que, al reproducirlo después muy aumentado, aunque á modo de simples referencias, lo rebajara al nivel de uno de los varios indices con que termina

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la suya. Mas no es ni aun eso lo peor del caso, sino que realmente no pasa de ser un índice, como lo fué también en su redacción primera, y un indice que, por añadidura, sólo sirve para remitirnos á un texto donde tampoco aparece, por lo común, lo que buscamos: conviene á saber, el fundamento, la razón y las pruebas de lo que se nos dice.

No negaremos que un Diccionario de esta especie, cortado por el patrón de los hispano-latinos ó latino-hispanos que suelen ponerse en manos 'de los estudiantes de gramática para soltarlos á la traducción de los autores y composición de lo dictado en clase, pueda servir para sacar de compromisos a quien no pretenda más que hacerse con alguna indicación ligera, ó iniciarse en los rudimentos de aquella parte de la bibliografía envuelta en una como sombra de enigmas y misterios. Pero eso no basta á quien desea ahondar más adentro en ella, y busca la razón de lo que se le afirma, y aun se cree con derecho á que se la den con la claridad y pre⚫cisión no siempre asequible en materia tan obscura muchas veces, como difícil, espinosa y controvertida. Ya pasaron los tiempos en que tenía fuerza y autoridad la palabra de un hombre honrado, seguro de que no se engañaba en lo que decía, y reconocido por incapaz de engañar á nadie. Hoy es achaque y epidemia general, de que apenas se libra la gente más corta de vista y menguada de entendimiento, no dar crédito ni asenso sino á lo que se le mete por los ojos ó se imagina alcanzar con su discurso: peregrina mezcla, por cierto, de pirronismo y racionalismo que ha llegado á invadir con sus dudas y pretensiones hasta el apartado y tranquilo campo de la bibliografía.

Por fortuna, sólo puede servir semejante desafuero para más y más ilustrarla, por el mismo caso que pone en nueva obligación á los que la cultivan, de proceder más solícitos y puntuales en su trabajo, de esmerarse en que no se confunda el nombre de bibliografo con el de simple librero de viejo, de mostrar que su oficio es algo superior al de los acarreadores y gañanes ó mozos de cordel de la república de las letras: en una palabra, de probar con el ejemplo que también hay en bibliografía ocasiones y suertes, muchas y muy notables, en que no bastan los puños y las espaldas, ni siquiera la casualidad y la fortuna, sino que es necesario pedir socorro á la erudición, al ingenio y al raciocinio.

Una de ellas es cuando ocurre tropezar con un autor de quien sólo nos consta que, bien por humildad ó deferencia, bien por precaución ó reserva, bien por cualquiera otra causa ó pretexto, quiso ocultarse a los aplausos, ó á las venganzas personales, de sus contemporáneos. Otra, cuando, por consecuencia natural, se nos presentan centenares de libros que se sabe de cierto, ó se dice, ó se sospecha, ó se puede sospechar que son de autores que nos pertenecen, pero en cuyas portadas se

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omitió su nombre de propósito, ó se sustituyó con otro muy diverso. Lo que en algunos de estos lances, y en otros parecidos, tiene que sudar el bibliografo diligente para salir del atolladero, es negocio de que no puede formarse idea un extraño, por más que se lo quieran explicar. Veces hay en que tiene que acudir á siete ú ocho libros, de mano ó de molde, y consultarlos con la mayor atención, leyéndolos y releyéndolos desde el principio hasta el fin, sólo para ver si consigue ponerse á la pista de tal cual noticia vaga que le sirva de guía y clave con que abrirse algún portillo ó resquicio para entrar donde quizás halle el sendero que le conduzca al camino que ha de seguir en busca de lo que pretende. Pues, y aun puesto en él, ¡qué cuidado no necesita, y qué habilidad para no desviarse! ¡Qué conocimiento del terreno que pisa! ¡Qué especie de intuición práctica de cuanto le rodea! Y ¡qué ojo tan perspicaz y fijo en lo que se clava, como de astrónomo que va á descubrir una estrella perdida en el espacio! Verdad es que con frecuencia una indicación anterior ó un feliz hallazgo le ahorran de marearse en tan intrincado laberinto de trabajos que pudieran llamarse preparatorios, y de apelar á procedimientos tan sutiles y delicados como los que supone tarea tan ardua y enojosa; pero también lo es que, aun en esos mismos casos, nunca ha de caminar á ciegas el bibliógrafo, sino iluminado con la luz de la crítica más imparcial y severa, y bien enterado de las circunstancias más mínimas que afectan al autor de quien trata, ó al libro cuya procedencia se empeña en averiguar.

Pues ¿qué diremos de aquellos otros en que se hallan divididos los pareceres, ó faltos de fundamento, ó nacidos de encontrados intereses, cuando no de aviesas intenciones ó pasiones mal domadas? ¿Quéė, de muchos otros en que no le queda más norte que el de su discreción y experiencia, ni más luz que la de su razón, con que pueda romper por las espesas tinieblas que le ocultan la verdad, ó la de cierto instinto y como vocación propia de estado, que se la hace buscar precisamente allí donde se esconde, ó la de sus múltiples y variadas noticias, no sólo históricas y literarias, sino también picarescas de determinadas épocas, lugares, condiciones y personas, que le dirija para dar con ella, y ponerla en claro?

Pero basta de consideraciones en que pudiéramos alargarnos con suma facilidad, y nos alargaríamos con especial fruición, si no viéramos que habrían de ser inútiles para los entendidos, que saben hacerse cargo de su gravedad y trascendencia tan bien ó mejor que nosotros; é inútiles igualmente para los demás, puesto que no pasaría de sermón perdido, como dicen, cuanto hubiéramos de predicarles sobre este punto.

Dadas, si gusta, por excusadas aun las anteriores, sólo pedimos que no se las juzgue exageradas, como realmente no lo son; y que se nos conceda que la parte, sobre todo, consagrada en la bibliografía al estudio,

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