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PRÓLOGO.

Cual montañas que por más elevadas va avistando el navegante, y por la especial disposición de ellas en la costa le marcan el mejor rumbo para entrar en el puerto de su destino, se destacan de las expediciones marítimas por el Poniente, después del descubrimiento del nuevo mundo, tres figuras separadas en el tiempo y desiguales en magnitud: la una terminando la estela de sus exploraciones en los territorios más importantes que aislaban las ondas vírgenes del Pacífico; la otra dándoles el nombre con que la posteridad habría de conocerlos; la tercera ampliando el descubrimiento y asegurando la conquista, y las tres marcando al historiador los términos para entrar en la región que enlaza sus jornadas.

Magallanes, Villalobos y Legazpi abren, pues, el primer período de la Historia del descubrimiento y conquista de las Islas Filipinas.

No quiere esto decir que todos los sucesos de las expediciones capitaneadas por los dos primeros sean antecedentes obligados del asunto, ni que no haya alguno incidentalmente relacionado en las intermedias de Loaysa y de Álvaro

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de Saavedra Cerón. Sólo se da á entender que exceptuando los esencialísimos de las dos primeramente nombradas, y si se quiere los incidentales de las segundas, desarrollados en la región á que el asunto se contrae, importan unos y otros, más que á la historia de Filipinas, á la concreta de las Molucas, y sobre todo á la especial de los viajes hacia el Poniente, que tanta gloria dieron á la Corona de Castilla, tanta luz á la Geografía y Cosmografía, y tanto y tan merecido renombre á Juan Sebastián del Cano.

Como quiera que sea, publicadas desde el primer tercio del siglo actual todas aquellas expediciones al Maluco; conocidas también las intentadas y no realizadas hacia el Poniente, cumple sacar ahora á luz los papeles, en su gran mayoría inéditos, que prepararon la de Villalobos; deparándoles así tal circunstancia su lugar más oportuno, y al libro su mejor comienzo con una expedición que por nacer en ella el nombre de la región á que se refiere, ser limitado su destino respecto al de las anteriores y constituir un antecedente necesario á la de Legazpi, es la llamada á abrir sus primeras páginas.

Aunque la publicación que en la Colección de Indias se hizo de las relaciones de García de Escalante Alvarado y Fray Jerónimo de Sanctiesteban sobre este viaje desflora en cierto modo el asunto y obliga á un sucinto reextracto como medio de evitar la consulta, deja toda su originalidad á la parte interna, tan importante ó más que la externa, de que es necesario complemento, y siempre de estudio más útil por su mayor y más vasta aplicación. De aquí que no se omitan papeles considerados antes secundarios, y estimados en su justo valor por la crítica moderna, que entiende no se puede estudiar sin ellos la parte más trascendental de la

historia. Por tal motivo aparecerán capitulaciones íntegras, instrucciones detalladas, ordenanzas particulares, proyectos sobre derrotas, dictámenes de disentimiento, reales cédulas, cartas y provisiones, de lectura ciertamente árida y fatigosa, pero que ahora supliendo noticias, ahora prestando luz á la investigación, firmeza á la crítica y certidumbre á la conjetura, rectifican errores, advierten omisiones, disipan nieblas, integran los hechos y levantan la narración al nivel de la verdad.

Y no son palabras doctrinales traídas aquí para que huelguen hasta el momento oportuno; que sin salir de este tomo encuentra la tesis aplicación inmediata y demostración cumplida. Merced á algunos documentos se logra saber que la expedición de Legazpi, que la generalidad creía destinada desde su principio á la conquista y población de Filipinas, salió con el propósito de poblar en Nueva Guinea (1), no debiendo en todo caso continuar hacia el Archipiélago más que algunas naves, con el único fin de rescatar los cautivos ó prisioneros procedentes de expediciones anteriores; merced á otros se averigua la causa que determinó la variación radical de su destino; otros denuncian los resortes tocados para cohonestar la determinación; de alguno se infieren

(1) El P. Fray Juan de la Concepción, en su Hist. general de Philipinas, segunda parte, cap. II, apunta la idea con referencia al P. Grijalva; pero mezclando la verdad con el error al suponer que «las pretensiones de Urdaneta eran de que en la Nueva Guinea fuese el fixo establecimiento desde donde se sujetase el Maluco.» Basta leer el parecer del Agustino (doc. 13) para convencerse de que nunca creyó el Maluco dentro de la demarcación de Castilla, y de su respeto al empeño hecho por el Emperador á la Corona de Portugal. Concretándose solamente á las palabras trascritas, deja la duda en pie, y en el ánimo la sospecha de que Grijalva no conoció la causa de la mudanza, ni la forma de llevarse á cabo, ni todo lo demás que aclaran los documentos de que se ha hecho mérito.

los móviles de este cambio; confirma uno la reserva que la crítica debía conjeturar, explicando el modo de guardarla; y el estudio detenido de todos, enlazando hechos y fechas, da nueva faz á tan importante asunto, toques nuevos á sus principales figuras, y nombre á un cualquier piloto relacionado con los destinos de un pueblo, siquiera lo presente cual la chubascosa nube que después de apartar la nave de su derrota, vuelve deshecha en menuda lluvia á confundirse con el elemento de su origen.

Los documentos de este libro están tomados en su gran mayoría de las copias que á fines del siglo anterior sacó y confrontó D. Martín Fernández de Navarrete en varios Archivos, con especialidad en el de Indias; mas no conteniendo. la esmerada colección inédita de aquel escritor ilustre más que los referentes á viajes ó expediciones marítimas, ha sido preciso acudir al rico depósito de nuestra historia colonial para completar el período con algunos, no menos interesantes, que afectan á la parte política ó de gobierno al iniciarse la fundación de la colonia.

En los primeros se nota alteración en la ortografía hasta el extremo de aparecer disfrazada la de la época, dando esto á entender que el erudito escritor creyó oportuno sacrificar la propiedad á la claridad: en los segundos se guarda la de los originales ó las de las copias coetáneas de donde se han tomado. En unos y en otros se respeta la que tienen, y aun las variantes sobre la misma palabra, no sólo las que entonces era lícito usar, sino aun aquellas que no puedan en buena crítica reconocer otra causa que la negligencia del escritor ó la deficiencia del copiante. Cierto que así ha de extrañarse la diversa ortografía en documentos de la misma época y á veces de igual procedencia; pero es

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