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CAPITULO VII.

Don Gaspar Marin es nombrado asesor del presidente, y don Gregorio Argomedo secretario. Pronunciamiento de los liberales, á consecuencia de un banquete en casa del conde de la Conquista.- Mal éxito de los miembros del cabildo en su proyecto de aumentar el número de rejidores. — Medidas que toma don José Antonio Rodriguez para impedir la instalacion de la junta de que se trataba. Su cita para comparecer en casa del presidente y su enérjica respuesta. - Dificu'tades que encuentra la real Audiencia para hacer jurar obediencia á la rejencia de España.- Interpelacion del ayuntamiento contra don José María Romo, por causa de sus sermones sediciosos.

La caida de Carrasco era, plena y completamente, obra de la real audiencia. Esta fué quien la proyectó, quien esparció su utilidad, y, finalmente, quien salió con ella. Lo que resta, ahora, á saber, es si consiguió lo que queria con esta especie de éxito, es decir, si aquella suprema corporacion pudo atajar la reforma encerrando el movimiento en un cuadro de estrechos límites, ó mediano, conforme, en fin, con los deseos y los intereses de la monarquía.

Ya se sabe que en una revolucion social apoyada en principios de derecho, de justicia y de libertad, todo impedimento se hace ilusorio, aun cuando el pronunciamiento se hiciese por una minoría débil é impotente. El carácter de estas revoluciones es el obedecer á las inspiraciones y á las necesidades de la época, y de adelantar sin volver nunca la cara. Es cierto que los progresos son lentos, casi imperceptibles y nunca jamas uniformes; pero todo esto no les impide el ser continuos, y, por lo tanto, suficientes para llegar á los límites que les señala el desarrollo proporcional de las ideas y de las luces de

la nacion. Esta es la marcha progresiva de toda civilizacion, y esta misma marcha estaba reservada para las diferentes comarcas de la América, dominada durante tres siglos por un verdadero espíritu de debilidad y de sumision.

La real audiencia, al hacer nombrar el conde de la Conquista presidente del país, habia querido hacer creer que cedia á los deseos del pueblo y del partido reformista. Era este un medio que le habria asegurado una cooperacion jeneral, en caso de necesidad; pero tenia por fatal consecuencia el dar mas atrevimiento y mas pretensiones al mismo partido; porque, en las grandes conmociones populares, en las cuales los espíritus se hallan tan violentamente ajitados, las concesiones son sumamente peligrosas; á la primera se sigue la segunda, y de debilidad en debilidad la autoridad pierde muy luego su derecho, y, por consiguiente, su fuerza moral. Toro Zambrano era, sin duda alguna, un personaje que por su nacimiento y sus bienes de fortuna podia ejercer el mayor influjo en el país, que lo amaba y lo consideraba. Su apego á la monarquía era franco y sincero, y, con respecto á su carácter, era brillante en virtudes y cualidades; pero ya de edad de ochenta y seis años, ya se comprende que tambien tenia las que da la decrepitud. Sus alcances eran muy limitados; no tenia enerjía ni voluntad propia, y sus ideas, ya bastante mudables, dependian del último que le hablaba. Así lo vamos á ver, durante su corta administracion, en una fluctuacion continua de pensamientos y de acciones; acosado, alternativamente, por los dos partidos, y, alternativamente, sometido á sus diversos caprichos, mudando á cada instante de opinion, y concluyendo, como

era de prever, por adoptar aquella cuyo símbolo era : actividad, vigor, penetracion y ciencia.

El primer pensamiento de este nuevo gobernador, al entrar en el mando, fué puramente y altamente moral manifestando la voluntad firme de reconciliar los espíritus, y de reunirlos en un mismo centro de sentimientos de afecto y de adesion á Fernando VII. Este pensamiento podia, tal vez, haberle sido sujerido por la real audiencia, que tenia sumo interes en restablecer el órden, con olvido de todo lo pasado; pues afin de hacer variar el influjo popular, atrayendóselo á su propio favor, habia mandado celebrar el nombramiento de aquel presidente con solennes funciones, durante las cuales se esparcieron proclamas que respiraban una paz y beatitud muy propias á serenar los espíritus apocados, pero no menos opuestas á la enerjía necesaria para sostener debates acalorados y vehementes de progresos. De que los Chilenos se hubiesen sometido, sin murmurar, á una obediencia pasiva, durante tres siglos, no se seguia que hubiesen de permanecer para siempre en aquel triste y vergonzoso servilismo. El conde de la Conquista no era para ellos el paladion de la monarquía y de su eterno sistema de imobilidad. Lejos de eso, su título le imponia una mision mucho mas importante y noble, cual era la de constituirse, como instrumento de transicion, el representante de una era de fin y de renovacion que tendia á dejar en olvido y borrar enteramente lo pasado, preludiando á lo venidero. Era, por consiguiente, preciso, por decirlo así, apropiarse este influyente personaje, imbuyéndolo de ideas del siglo, ó bien llevarlo por la mano, como á un ciego, é insensiblemente, al fin á que lo destinaba la Providencia.

Entre los hombres de talento de la época, figurábá D. S. Gaspar Marin, aun jóven y natural de la Serena, y avecindado, desde su niñez, en Santiago, en donde por su mucha capacidad habia ganado, en concurso, la cátedra de Leyes en la Universidad, la presidencia del colejio de abogados y, finalmente, el título de asesor del consulado. Pero en lo que se distinguia sobremanera era en la elocuencia brillante con que le habia dotado la naturaleza. Hablaba con admirable pureza; tenia una memoria prodijiosa, á la cual debia sú grande erudicion, y, resumiendo en sí todas las eminentes cualidades del orador, tenia un ascendiente de persuasion tal, que ninguna opinion contraria le resistia. Amigo y consejero, ya mucho tiempo habia, del conde Toro, este lo llamó á su lado, tan pronto como ascendió al gobierno, para que fuese su asesor, con gran disgusto de los realistas, los cuales tenian demasiada prevision para no temerle, por la escesiva travesura de su talento. A poco tiempo despues se le asoció, como secretario del presidente, el impetuoso y audaz Argomedo; de suerte que estos dos ilustres patriotas eran las dos colunas de gobierno del conde de la Conquista.

La real audiencia no tardó en conocer que se habia dado chasco á sí misma, y en sentir amargamente el haber tenido arte y parte en aquella mudanza de gobierno, adquiriendo, en breves dias, el convencimiento de que el jefe que habia juzgado conveniente oponer á las ideas destructoras de la revolucion era un sujeto crédulo, débil, fácil de engañar, y, por consiguiente, propio á comprometer, involuntariamente, los derechos de la monarquía. Este temor, ya bastante fundado, se hizo mucho mas inquietante aun á consecuencia de un ban

quete que el presidente dió á los S. S. de aquel supremo tribunal, y al cual fueron tambien convidados el cabildo, los jefes militares y otras muchas personas de distincion. Todos creian (y sin duda alguna tales eran las intenciones del presidente) que aquella reunion ofreceria una coyuntura favorable para reconciliar algun tanto los partidos; pero, lejos de eso, solo sirvió á hacerlos, recíprocamente, mas desconfiados y odiosos. En el número de los convidados habia muchos que eran exaltados, y entre los cuales el doctor Vera, que acababa de llegar de Valparaiso, y que, por esta razon, se presentaba adornado de la aureola de gloria, ganada en su injusto destierro.

Al principio de la comida, sin embargo, su lenguaje era puramente jovial, alegre, agudo y picante, pero, muy pronto, animado por las miradas espresivas de los patriotas, y el recuerdo de las persecuciones que acababa de padecer, su agudeza se cambió en indirectas mordaces contra la monarquía, y en sátiras contra los corifeos del partido realista. Su vervosidad seductora no tardó en cautivar la mayor parte de los convidados, y, desde luego, la conversacion dejeneró en discusiones políticas las mas ruidosas, y casi tumultuosas. Por mas que el presidente y algunos oidores manifestaban su desagrado, se rompieron los diques de la circunspeccion, y todos hablaban en términos y de manera que no se oian ya mas que pullas é invectivas contra la administracion (1) colonial y contra las injustas pretensiones del gobierno.

Don Francisco Antonio Perez, especialmente, las ridiculizaba con la mas salada agudeza.

(1) Conversacion con don Miguel Infantes.

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