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CAPITULO VIII.

Desesperacion de los realistas al ver los progresos de la revolucion.-Procuran levantar algunas tropas á sus espensas. — Pasos que dan para ganar al presidente á su partido.— Indecision de este jefe é inconstancia de sus opiniones. -Al fin, toma partido por los liberales, y al anuncio de la llegada del jeneral Elio de Montevideo á Chile, como presidente, se decide por la instalacion de una junta suprema. - Competencia que tiene con la real Audiencia. - Desasosiego de los diferentes partidos.— El ayuntamiento reune en los arrabales casi todas las milicias de los contornos de la ciudad. — Ultimo esfuerzo de la real Audiencia para impedir la convocacion de una junta.

La determinacion irrevocable de los patriotas era el suplantar, por una junta nacional, el gobierno absurdo que los habia avasallado hasta entonces, y aniquilar, de una vez, la triple resistencia representada por la ostentacion de poder, la sumision y el interes; ó, en otros términos, por la Real Audiencia, el clero y los Españoles. Ya muy debilitados por la corriente impetuosa de las ideas revolucionarias, y reducidos, por la pérdida de su influjo, á una minoría impotente, los realistas quisieron, sin embargo, hacer un esfuerzo, procurando rechazar todo pronunciamiento insurreccional por la fuerza de las armas. Desgraciadamente para ellos, el número de los soldados, con que creian poder contar, habia disminuido mucho, y, por colmo de desgracia, tambien temian que hubiese insubordinacion en la compañía de artilleros, considerada, hasta entonces, como batallon sagrado, áncora de esperanza y de salvacion.

En efecto, el comandante Reyna, en cuya fuerza descansaban todas las esperanzas, manifestaba, sobre el particular, los mas inquietantes presentimientos; lle

vado, por una parte, de sentimientos racionales de libertad, y temiendo, por la otra, que se introdujese la desmoralizacion en sus tropas, no cesaba de quejarse de la impotencia de las milicias, que, por su corto número (segun él decia), nunca podrian resistir á la terrible tempestad que se preparaba. Este fué el motivo por el cual Manuel Antonio Talavera persuadió á los jenerosos patriotas, defensores de la causa real, á que pusiesen en pié, á sus espensas, algunas compañías con las cuales pudiesen contar, como lo hicieron con el mayor entusiasmo, prestándose noble y voluntariamente todos los realistas á cuantos sacrificios fueron necesarios. En muy pocos dias, se contaban mas de sesenta suscriptores, unos por tres soldados, otros por cinco, y hubo suscriptores que suscribieron por diez, que habian de ser equipados y sostenidos por ellos. Nadie puede saber en que hubiera parado aquel arranque, si el presidente, por instigacion del cabildo, no se hubiese opuesto abiertamente á él, amenazando con severas providencias á don Roque Allende, que era uno de los comisarios de la suscripcion.

Los preparativos de armamento y de defensa, juntos al estado de ajitacion de los ánimos, no podian menos de turbarlos y de darles mäteria á serias reflexiones, sobretodo en una ciudad, en donde, desde el principio de la conquista, no se habia oido un tiro, á no ser en regocijos públicos, y, las mas veces, en honra del advenimiento de un monarca, o de la llegada de un gobernador. Todos se preguntaban á sí mismos en que vendria á parar, cual seria el fin final de una libertad que pocos comprendian, rechazada imperiosamente por el clero, y, por otro lado, proclamada como aurora de los

progresos, y como precursora de prosperidad y de felicidad futuras. Los entendimientos cortos, subyugados por el prestijio de la fe, y por sentimientos de temor, de indiferencia y de moderacion, veian aquel tumulto con grande zozobra, al paso que las clases inferiores, naturalmente inclinadas á la licencia y al desórden, hallaban en él toda su existencia, y todos los elementos de desarreglo que convenian á sus vulgares sensaciones. Los motores de la insurreccion sabian muy bien que, favoreciendo la inclinacion de las masas, tendrian en ellas un poderoso auxiliar para conseguir, por medio de la fuerza, cuanto era negado á la razon; pero habia, en esta conducta, algun riesgo, y algo de demagójico, que era indispensable evitar, ó, á lo menos, moderar con bastante vigor para no verse arrojados afuera de los límites de sus sínceras intenciones. Al mismo tiempo, era de su deber el dar un semblante de legalidad al movimiento, haciendo cómplice de él al mismo presidente, de modo que aprobase ciegamente y sin censura todas las resoluciones que saliesen de su club. Por este medio, evitaban convulsiones violentas, y la revolucion se realizaba bajo el patronato, casi directo, del jefe del estado.

Pero los realistas que vijilaban, siempre alerta, los pasos de los patriotas, comprendieron muy luego que su propio interes exijia que también ellos atrajesen á su partido al presidente, á pesar de la especie de repulsion que les causaba; porque, en efecto, lo consideraban, en cierto modo, como una ciudadela que era preciso atacar sin descanso y hacerle brecha para que no cayese en poder de sus enemigos, porque, dirijiendo así sus tiros, agotarian los cortos restos de fuerza y de actividad que les quedaban.

Justamente á la sazon, llegó una noticia que no podia menos de decidir la cuestion, en atencion á que suscitaba grandes debates entre los dos partidos. Carrasco, como lo hemos dicho ya, habia sido denunciado en Cádiz como un hombre sin enerjía, sin talento y totalmente incapaz de resistir á las ideas turbulentas del siglo. Uno de los primeros cuidados de la Rejencia gobernadora fué llamarlo á España remplazándolo por el jeneral don Francisco Xavier Elio, militar de nervio y de resolucion, y, por consiguiente, dispuesto á cortar, á toda costa, los vuelos á los enemigos de la monarquía. Su viaje por Buenos-Aires daba lugar á los patriotas para operar la revolucion, pero al mismo tiempo los obligaba á anticipar su plazo, y se aprovecharon de la ajitacion que reinaba, despues de algunos dias, en diferentes barrios de la ciudad, para dar á entender al presidente cuan inoportuno y peligroso seria el desistirse del poder en favor de un estraño que no ofrecia garantía alguna á la tranquilidad del país. Y, luego, lisonjeando su vanidad y orgullo, le aconsejaban hiciese avortar todos aquellos fatales proyectos, y proclamase la instalacion de una junta gobernadora, cuyo presidente perpetuo seria él mismo, de derecho.

Estas insinuaciones, hechas con reserva en momento oportuno, se manifestaron al público el dia 12 de setiembre, dia en que los desórdenes, que iban creciendo, exijieron una reunion de las primeras corporaciones en casa del presidente. En presencia de la Real Audiencia, y de los comandantes militares, no dudó el alcalde don Agustin Eizaguirre asentar que ya habia llegado el momento de seguir el ejemplo de España, nombrando una junta capaz de adoptar medidas enérjicas para re

chazar toda invasion, en caso de ataque, á fin de conservar el país á su amado Fernando VII. Probó, en seguida, que el derecho de propia conservacion era el mas justo, y aun tambien un deber el mas solenne que tuviesen que llenar; y, en este particular, el alcalde estaba apoyado, con vivo teson, por todos los demas miembros del cabildo, principalmente por don Fernando Errazuris, el cual añadió que escluyendo aquel sistema de gobierno, de hecho, al brigadier Elio de la presidencia, como tambien á su asesor don Antonio Garfias, era un deber para ellos el escribirles á Montevideo para ahorrarles la fatiga de un largo é inútil viaje.

Esta proposicion fué aceptada, sin dificultad, por el conde de la Conquista; pero su indecision no le permitió resistir á las respuestas diestras del rejente, el cual trató de probar que por la misma razon de haber jurado obediencia y fidelidad al supremo consejo de rejencia no tenia especie alguna de derecho para alterar sus decretos, y, por consiguiente, no podia negarse á recibir la persona que habia sido nombrada para ir á dirijir los asuntos, tan delicados como enredados, de aquella capitanía jeneral; y que, en cuanto á la constitucion del país, la responsabilidad que habia tomado de conservarla en toda su integridad era tanto mas grave, cuanto la habia jurado delante de Dios sobre los santos evanjelios. En seguida, el rejente pasó á probarle que el público tenia mucha mas aprension de las vanas y quiméricas especulaciones de los patriotas, que de una invasion enemiga, á la sazon, sobretodo, que la reina de los mares, la Inglaterra, combatia en favor de la madre patria; y que, para tranquilizarlo completamente, bastaria publicar un bando anunciando la firme resolucion de no ha

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