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que tenian que asistir, los ministros pretendian el primer lugar, despues del presidente, fundándose en reales cédulas, que no podian en manera alguna servir de regla, y, demonstrándolo así los miembros de la junta, se seguia una correspondencia pueril, ridícula, que dejeneraba luego en resentimientos de amor propio, bien que impotentes.

Por otra parte, muchos realistas, que antes de la reunion habrian sido fieles á las voluntades de la real Audiencia, la desampararon despues, inducidos á ello por deseos de la tranquilidad, primera condicion de existencia del hombre de razon y moderado. Lo mismo sucedió tambien con muchos relijiosos, los cuales, en sus sermones, ya se atrevian á predicar que el nuevo gobierno emanaba de Dios mismo, lo que era admirablemente útil y necesario en aquellas circunstancias (1).

Este pronunciamiento de los realistas no era precisamente ocasionado por pensamientos de ambicion, culpables y reflexionados, sino que provenia de la satisfaccion que resiente el individuo apacible y sin opinion de tener por superiores á hombres de probidad y virtud, dignos de su confianza. Bajo este aspecto, los miembros del nuevo gobierno tenian títulos que ningun Chileno podia contestar. Dejando á parte las flaquezas de la naturaleza humana, y de las que nadie nace exento, los antecedentes de dichos miembros eran los mas honrosos, y presentaban las mejores garantías de la buena suerte del país, pues representaban todas las clases, todos los partidos: clero, ejército, España, progresos, y, enfin, todos los intereses.

Sin duda era penoso el no ver entre ellos miembro

(1) Historia manuscrita de Melch. Martinez.

alguno del ayuntamiento, verdadera cuna de la libertad chilena; pero esta ausencia no provenia de olvido, ni de falta de miramiento, sino de las protestas que ellos mismos hicieron de no aceptar empleo alguno, ni para ellos ni para los suyos; y esto con el solo objeto de confundir las murmuraciones de sus enemigos, que les imputaban miras de vanidad y de ambicion (1).

(1) Memoría de Man. Ant. Tocornal.

CAPITULO X.

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Las provincias reciben con júbilo la noticia de la instalacion del nuevo gobierno. -Solo la de Coquimbo se niega á reconocerlo. — La junta pasa notificacion de su advenimiento á diferentes potencias. — Nuevos esfuerzos de BuenosAires para revolucionar á Chile.— Idea de un congreso jeneral americano.Pedido de sables y fusiles, y leva de nuevas tropas.-Suspensiones de las sudelegaciones. Regreso de los desterrados Rojas y Ovalle.- Recibimiento en Santiago de don Juan Rosas.-Su política.- Sombra que causa al ayuntamiento.- Convocacion de un congreso nacional para el 15 de abril.

La revolucion de Chile estaba hecha. Inquieta y turbulenta la víspera, firmó, el dia siguiente, su acta de instalacion en medio de vivos trasportes de entusiasmo, y fué proclamada por la porcion mas noble y mas influyente de la sociedad chilena. Su aparicion no causó ni esceso ni violencia. El buen órden no padeció la menor alteracion. Los empleados conservaron sus empleos, y todos los intereses quedaron protejidos bajo la salvaguardia de un poder que se apresuró á desmentir el espíritu de desmoralizacion que sus enemigos le atribuian.

Pasados los primeros dias de regocijos, la junta gubernativa pensó en enviar circulares anunciando aquel grande acontecimiento, y manifestando sus leales intenciones hácia su amado monarca. Las provincias ocuparon sus primeras atenciones, por ser las mas interesadas en aquella metamorfosis y tener la mejor parte en ella. Para llenar aquel encargo, fueron escojidos los sujetos de la primera distincion. El rejidor Errazuris marchó á Valparaiso; don Gabriel Valdivieso, Borja Irarrazabal y don Bernardo del Solar se dirijieron á la parte del norte, y

don Anselmo de la Cruz y José María Rosas al sur. Este último llegó hácia el 10 de octubre á Concepcion, la víspera de la huida del intendente Alava, que se embarcó en el buque la Europa, á la sazon de partida para el Perú.

El recibimiento que le hicieron allí fué tan brillante como espresivo y prometia las mas cordiales simpatías con un gobierno que las autoridades civiles se apresuraron á reconocer, dos dias despues, y á proclamar con música y salvas de artillería (1).

El juramento de las tropas de Concepcion no se verificó hasta el dia 17, y lo prestaron bajo la direccion de don Tomas de Figueroa, teniente coronel graduado y comandante interino de batallon, el cual desempeñó su papel con el mas loable celo dando parte de aquella jura al nuevo gobierno, con espresiones de la mas acendrada adesion. Las demas tropas acantonadas en lo interior de la provincia prestaron juramento ante el comandante de la frontera, don Pedro Benavente (2).

En las demas provincias, el entusiasmo y las demostraciones de alegría no fueron menos ruidosos. Talca, Chillan, Valdivia y Quillota mostraron la mas sincera adesion. San Fernando se distinguió en funciones que, gracias al patriotismo de su sudelegado, don José María Vivar, se prolongaron desde el 29 de setiembre hasta el 1° de octubre. En la plaza, levantaron un gran anfiteatro rodeado de arcos de triunfo sobre los cuales se leian muchos versos en honra de Fernando VII, de Rosas, Carrera, Rosales y otros miembros de la junta (3).

(1) Archivos del gobierno.

(2) Idem.

(3) Idem.

En los Anjeles, los oficiales catequizados por O'Higgins se prestaron á aquel acto de obediencia espontáneamente todos, menos don José Antonio Salcedo, que no se sometió á él sin habcr manifestado antes una grande repugnancia (1).

Los mismos indicios de oposicion se reprodujeron en algunas otras partes; pero, en jeneral, sin carácter ni eficacia. Solo presentaron cierta gravedad en la ciudad de la Serena, en donde el sudelegado y otras varias personas de la mayor distincion se tomaron la libertad de protestar contra la junta, rehusándole obediencia, y aun tambien jurando de no vivir jamas bajo otras leyes ni respetar otras autoridades que las de su desgraciado rey Fernando VII, cuyos fieles vasallos querian permanecer. Esta protesta, entregada al párroco de Santiago por el vicario capitular, pasó á manos de la suprema junta, que escribió enérjica y perentoriamente al enviado don Bernardo Solar, dándole órden para que inmediatamente exijiese, bajo su responsabilidad, el juramento del sudelegado y del cabildo. Fué el único punto del país en donde el nuevo gobierno se vió obligado á emplear su autoridad, y aun esto se redujo á la simple amenaza, pues al cabo de algunas contestaciones el cabildo obedeció, y el 8 de octubre se publicó por bando en aquella ciudad el acto de instalacion.

Despues de haber llenado este deber de interes y de conveniencia política, la junta escribió á las diferentes cortes de la América del Sur, remitiendo circulares, para su conocimiento, de cuanto habia sucedido en favor de la monarquía española. Escribió por el mismo tenor á Abascal, virey del Perú; á la princesa del Brasil, Car(1) Bernardo O'Higgins.

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