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CAPITULO XII.

Preparativos para las elecciones. - Conspiracion de Tomas Figueroa, y accion del 1°. de abril. - Prision y muerte del caudillo de los amotinados.

· Disolucion de la Real Audiencia. - Destierro de sus miembros. — Muerte del obispo don José Antonio Aldunate. - Don Domingo Errazuris nombrado vicario jeneral.

La venida de la instalacion del congreso, decretada por la junta suprema, daba al país una nueva animacion. En las provincias, ya las elecciones eran conocidas, y se continuaban sin indicios de desórden ni de ajitacion. Menos algunos distritos del sur en donde los realistas habian podido organizar un leve triunfo, en todas partes el escrutinio era bastante favorable á los principios establecidos por la revolucion, y aparecian como espresion de una política de recomposicion y de progresos.

En Santiago, en donde las cabezas de partido se hallaban cara á cara, los resultados fueron muy diferentes. La real audiencia tenia aun mucha influencia, y su actividad, suspensa y no apagada, acababa de avivarse de nuevo al soplo de esta inovacion. En aquel momento, se hallaba en la ciudad Tomas Figueroa, que los Españoles, segun se decia, habian hecho venir de Concepcion para hacer una tentativa de contrarevolucion en favor de la real audiencia. Este Figueroa, muy descontento porque Juan Rosas no le concedia la proteccion que le habia prometido, se mostró, desde luego, enemigo del gobierno, y enemigo tanto mas peligroso, cuanto era hombre de accion, ambicioso, y, sobretodo, de muchos recursos. Antiguo guardia de cors, y acusado

de un delito bastante grave, habia sido enviado al presidio de Valdivia, de donde, por un medio sumamente injenioso, habia conseguido escaparse. Cojido de nuevo en las costas de Nueva-Granada, habia sido enviado á su antiguo destino, y, algun tiempo despues, por haber tomado parte muy activa contra un alzamiento de indios, obtuvo gracia y entró de oficial en el ejército. En 1810, tenia ya grado de teniente coronel, y era comandante interino de un batallon, y él fué quien recibió de las tropas el juramento de obediencia al nuevo gobierno, encargo que llenó con un celo verdaderamente republicano (1).

La mayor parte de las tropas que se hallaban en Santiago habian servido bajo sus órdenes, y como estaban aun imbuidas del prestijio de su rey, no le fué difícil sobornarlas y hacerlas entrar en un complot, lo que se hizo con tanta prudencia como habilidad. Hasta ahora, no hemos visto documento alguno que pudiese instruirnos sobre la naturaleza y las disposiciones de este complot; pero es cierto que ya estaba organizado, y que, probablemente, debia tener ramificaciones en los realistas, y, sobretodo, en la real audiencia.

Los liberales, por su lado, no se mantenian impasibles con las manos cruzadas en presencia de la augusta mision que los habitantes iban á llenar. Reunidos en comisiones preparatorias, procuraban inspirar la vida política á estos mismos habitantes iniciándolos en el principio de su fuerza, autoridad y derecho; instruyéndolos en el sistema electoral seguido por los Anglo-americanos, que habian tomado por modelo; y escluyendo del derecho de votar á los Españoles y Chilenos demasiado afectos al antiguo réjimen. Así preparaban una

(1) Archivos del gobierno.

V. HISTORIA.

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mayoría decisiva, sin pensar, ni remotamente, que una conspiracion armada se estaba urdiendo para destruir de un solo golpe las conquistas que siete meses de trabajo y de ajitacion les habian hecho obtener.

Los electores habian sido convocados el 1° de Abril al consulado para nombrar sus diputados. Desde por la mañana, Miguel Benavente habia ido á buscar la compañía de dragones de la frontera para llevarla á la plaza del consulado. Antes de salir de San Pablo, en donde estaba acuartelada, algunos soldados habian pedido que la otra compañía veterana los acompañase; pero negándoselo el capitan, no insistieron y continuaron su marcha. Esto no era mas que el preludio.

El sarjento Saez fué quien, tomando la iniciativa, mostró un espíritu insubordinado, con palabras y jestos que muy luego indicaron el papel sedicioso que estaba encargado de desempeñar. Miguel Benavente quiso muchas veces llamarlo al órden; al principio, con palabras de paz, y al fin, con amenazas; pero viendo que su autoridad era, en cierto modo, desconocida, se tomó la libertad de pegarle con la hoja del sable, lo cual fué la señal, ó el motivo de la rebelion, y desde luego toda la compañía se desordenó. Viendo que toda pacificacion era ya imposible, Miguel Benavente renunció á ella, y el comandante jeneral de las armas, don Juan de Dios Vial, no pudiendo conseguirla tampoco, se vió forzado á enviar los soldados á su cuartel.

Apenas entraron en él, Tomas Figueroa, hasta entonces simple espectador del acontecimiento, fué allá y lo recibieron con gritos repetidos de Viva el rey! ¡Viva la relijion (1)! .

(1) Hallo en mis notas, redactadas, segun creo, despues de una conversa

Figueroa, como jefe, los felicitó de su honrada fidelidad, aceptó las buenas intenciones de que estaban penetrados y mandó se les abriesen las puertas de los almacenes para armar su bizarro denuedo. Luego que tuvieron armas y municiones, se puso á la cabeza de este pequeño ejército, reforzado con muchos husares que se le incorporaron por fuerza, y los condujo todos, en número poco mas o menos de seiscientos (1), al lugar de la reunion. Su primera intencion habia sido el apoderarse de los cañones montados junto à la Moneda; pero habiendo sabido, en camino, que aquellas piezas habian caido en poder de los granaderos, que las habian puesto en batería en la misma calle, se dirijió á la plaza del consulado para dispersar los electores y disolver la suprema junta.

La sala de la asamblea estaba casi vacía; Figueroa no se tomó ni siquiera la molestia de entrar en ella, y, persuadido de que su deber era ir á ponerse á las ór denes de la real audiencia, se trasladó allí con su falanje; la formó en batalla en la plaza, y aun delante de las cajas reales, y, hecho esto, se presentó al rejente, que estaba rodeado de todos los oidores. La conversacion que tuvo con ellos ha quedado ignorada (2); pero fué bastante larga para dar tiempo á los granaderos, man

cion con el jeneral Aldunate, que no fué Saez sino, mas bien, el cabo Molina quien tomó la iniciativa de este acto de insubordinacion, y que, de vuelta ál cuartel, se trasladó, con dos ó tres dragones, á casa de Marquez de la Plata, en donde se hallaba la junta, con intencion de asesinar los que la componian; pero en aquel momento habia muchas personas, y, en lugar de ejecutar su atroz proyecto, fueron arrestados Molina y sus compañeros, que depositados en un patio consiguieron escaparse por los tejados. Esta version se halla confirmada, con poca diferencia, en el diario mss. de Miguel Carrera.

(1) Los manuscritos hacen subir el número á cerca de 600; pero creo que bay exajeracion.

(2) Segun el padre Martinez, la real Audiencia se descartó de esta accion de

dados por don Santiago Luco, y los artilleros, que mandaba don Luis Carrera, para trasladarse á la plaza y formarse en frente de los rebeldes, del lado de los portales.

Prevenido de lo que se pasaba, Figueroa se despidió de la real audiencia; se apresuró á volver á su puesto; mandó avanzar su tropa hasta cerca de la Pila, y á la distancia de medio tiro de pistola de los granaderos de Luco, y luego entabló con don Juan de Dios Vial una discusion sobre la superioridad del mando. El uno pretendia que le pertenecia por su grado y antigüedad de servicios, y el otro por el derecho que tenia la junta suprema de depositarlo en manos del que mas merecia su confianza. Sus pretensiones tomaron un tal carácter de tenacidad, que juzgando, uno y otro, inútil prolongar la discusion, se decidieron á referirse á la decision de la fuerza, y se cuenta que Figueroa dió la señal de hacer fuego con su pañuelo. A lo menos, fué cierto que al punto sus tropas hicieron fuego, echándose muchos luego á tierra, para evitar las balas de sus adversarios aun poco hábiles en el manejo de las armas.

Cincuenta y cuatro cayeron, entre muertos y heridos (1). Los amotinados huyeron sin pensar en aprovecharse de su ventaja. De los soldados de la patria, tambien hubo muchos que hicieron lo mismo; pero la mayor parte se mantuvieron firmes y fieles, y el oficial Santiago Guerras persiguió al enemigo hasta la calle del puente.

Figueroa, y aun tambien le respondió que no tenía órdenes que dar, personalmente, y que, ante todas cosas, era preciso informar á la suprema junta. Mss. de la revolucion de Chile.

(1) Historia del pudre Guzman.

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