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físicas o morales, que imprimen amenudo a los acontecimientos un cierto carácter i una cierta marcha.

Sin duda, las peculiaridades del clima i del territorio favorecen o dificultan las acciones de los hombres; los obligan aun por largo tiempo a someterse a su yugo.

Sin duda, los antecedentes históricos, las ideas admitidas, los intereses existentes, señalan a las sociedades un camino por el cual son impulsadas a seguir de preferencia.

Dadas ciertas premisas, en la historia como en otras partes, lo lójico es que se deduzcan ciertas consecuencias.

Esto es lo que permite prever la realizacion próxima o remota de ciertos sucesos.

Sería por demas aventurado el sostener que todo se gobierna aquí abajo por el capricho individual. Aquello de que la suerte del mundo haya alguna vez dependido de la nariz de Cleopatra solo puede ser aceptado como una paradoja injeniosa.

Pero si no nos sería posible negar la existencia de las fuerzas físicas i sociales, no podemos tampoco desconocer razonablemente la poderosa iniciativa del hombre.

Ahí está la historia para demostrarlo.

A la verdad, la naturaleza es mui formidable; i el hombre, al parecer, relativamente mui débil; pero con esos dones preciosos de la intelijencia i de la voluntad, el hombre ha sabido ir poco a poco sometiendo la naturaleza a su dominio, i haciendo servir a sus planes aquello mismo que se miraba como un obstáculo.

Sería escusado detenerse a enumerar en la segunda mitad del siglo XIX las espléndidas i fructuosas victorias de la ciencia sobre la materia.

¡La imajinacion se deslumbra cuando entra a contemplar hasta dónde pueden llegar!

Pero apartemos la vista de las tinieblas de lo porvenir para fijarla en la esperiencia de lo pasado, i en la realidad de lo presente.

Se habla mucho del irresistible predominio de las fuerzas físicas sobre la condicion de las sociedades humanas.

I mientras tanto, vemos comarcas en que se han ensayado i prosperado unas en pos de otras todas las formas de asociacion i de gobierno.

I mientras tanto, vemos que en las comarcas de los antiguos aztecas e incas destinadas, segun se decia, por los accidentes físicos a servir de teatro a sociedades de estilo asiático i teocrático, se organizan sociedades en que prevalece el elemento europeo, i donde están en via de realizarse, talvez en tiempo no mui remoto, las utopias de los filósofos del viejo mundo, a ejemplo de la gran república del Norte fundada en un suelo que hace unos tres siglos solo era recorrido por tribus nómades.

Lo que se aduce contra la omnipotencia de las fuerzas físicas puede aplicarse del mismo modo a la pretendida omnipotencia de las fuerzas sociales.

En este segundo caso, como en el primero, la teoría contraria a la iniciativa humana se halla desmentida por el testimonio irrefutable de los hechos.

Así como el hombre ha logrado hacer servir para la satisfaccion de sus necesidades las fuerzas de la naturaleza, los rios, las montañas, el mar, los istmos, el vapor, la electricidad, así tambien ha sabido modificar a veces para su provecho, a veces para su desgracia, las influencias sociales.

El mundo, en mas de una ocasion, ha ofrecido el espectáculo de asociaciones sólidamente trabadas, que las creencias relijiosas consagraban, que los in

tereses creados bajo su amparo protejian, que el hábito parecia haber hecho inconmovibles. Recuérdese la organizacion feudal.

Recuérdese la organizacion monárquica de la Francia en el siglo XVII.

Sin embargo, el hombre ha trasformado todo eso, a pesar de las creencias, de los intereses, de los hábitos; como ha distribuido los rios en canales, abierto los istmos, perforado las montañas, despreciado con el vapor las tempestades del océano, puesto los continentes en comunicacion instantánea por medio de alambres eléctricos; como ha organizado sociedades análogas, dotadas de los mismos recursos de civilizacion i de progreso, en todos los climas, bajo todas las latitudes.

A la vista de tales resultados, no puede pretenderse con fundamento que el hombre esté privado de toda participacion en la direccion de los acontecimientos.

El testimonio de la historia se une a la voz del sentimiento íntimo para negar una asercion semejante.

VI.

Indudablemente, el hombre no es un dios en la

tierra.

Por una parte, las fuerzas de la naturaleza, i por la otra, las opiniones e intereses creados por sus semejantes en la asociacion a que pertenece, cooperan o se oponen al logro de sus designios.

Tiene que sostener una porfiada lucha de todos los dias, de toda la vida, contra esas fuerzas aterradoras de la naturaleza i de la sociedad, cuando son contrarias al ideal que se ha formado.

A veces triunfa; a veces sucumbe; pero en todo

caso debe tener la conviccion de que un triunfo, próximo o lejano, es posible.

Me parece que esta es la verdad acerca de la participacion del hombre en la direccion de los sueesos, pretendan lo que pretendan ciertas teorías que deslumbran por la elocuencia o la dialéctica de sus autores.

La enseñanza de los hechos es la que acabo de esponer en pobre i rastrera prosa.

Ella nos manifiesta que el hombre no debe alucinarse con que todo es posible i fácil a despecho de los obstáculos de la naturaleza i de la sociedad; pero que tampoco debe desanimarse considerandose impotente para influir de un modo inmediato o mediato, próximo o remoto, en la suerte de sus semejantes.

Frecuentemente tendrá que afrontar una lucha penosa, pero jamas debe perder la esperanza de que al fin de la lucha pueda estar la victoria.

VII.

El convencimiento que el linaje humano tiene de esta verdad de hecho, que algunos pensadores, impulsados por el espíritu de paradoja, o cegados por un razonamiento quimérico, se esfuerzan por negar u oscurecer, es el que hace que venere la memoria de sus benefactores, que deposite coronas sobre sus tumbas, que erija monumentos en su honor, que encargue a la poesía o a la historia el elojio de sus hazañas o virtudes, para que otros imiten su ejemplo i continúen su obra.

Hasta ahora no tengo noticia de pueblo que no haya atribuido a algunos de sus individuos una parte mas o ménos activa en los progresos que ha alcanzado.

Pero quizá no hai historia que suministre pruebas tan convincentes como la de América para demostrar la influencia humana sobre los acontecimientos.

Efectivamente, ella pone en escena a varias sociedades de civilizacion enteramente análoga, establecidas en comarcas mui diferentes por las peculiaridades físicas.

Esas sociedades, fruto de la revolucion de la independencia, han sucedido a otra que estaba basada sobre creencias i principios diametralmente opuestos.

Así estas son dos demostraciones prácticas de la falsedad de los sistemas que atribuyen a las influencias físicas i sociales un predominio absoluto e inevitable en la condicion de los pueblos.

Los autores i promotores de la revolucion americana se habian formado una idea justa del poder del hombre. No despreciaban el imperio de las causas jenerales, físicas o sociales; pero tampoco las consideraban indirijibles.

Habian concebido cuál era la verdadera teoría en esta importante materia.

Por eso tuvieron brios para combatir contra tantos obstáculos.

Por eso obraron convencidos de que los individuos podian impulsar las sociedades hacia un término dado.

La grande empresa que llevaron a cabo fué a su vez una elocuente confirmacion de la teoría.

VIII.

El pensador mas hábil i audaz de la revolucion chilena, el escritor eminente que el primero por la prensa en este país difundió las nuevas doctrinas,

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