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sino el apóstol Santiago en persona, si hemos de prestar crédito a lo que refiere el capitan don Pedro Mariño de Lovera, uno de nuestros mas antiguos cronistas, que vino a este país en 1550, i que por lo tanto es contemporáneo, i en muchas ocasiones testigo presencial de lo que relata en su obra.

Segun éste cuenta, en enero de 1541, los españoles habian acampado en el valle del Mapocho, i su caudillo Valdivia habia resuelto fundar allí una ciudad.

El jefe de los indíjenas, el poderoso i esforzado cacique Michimalonco, que lo supo, i que tomó la determinacion de impedir a toda costa el establecimiento de los estranjeros, vino a atacarlos a la cabeza de una multitud innumerable.

Los españoles se apercibieron a la resistencia, invocando entre otros el amparo del apóstol patron de España.

La pelea fué larga i reñida.

Los españoles, fatigados i heridos, perdian terreno; parecia, que estaban ya próximos a sucumbir. De repente, i cuando no lo esperaban, todos los bárbaros a una volvieron caras, i huyeron despavo

ridos.

Un resultado semejante dejó suspensos a los españoles.

Así fué que apénas se habian recobrado del cansancio, cuando Pedro de Valdivia mandó traer a su presencia, para interrogarlos por las causas de su repentina fuga, a algunos de los indios que se habian cojido prisioneros en la batalla.

-Cuando estabamos mas animados, i seguros del triunfo, respondieron, vimos venir por los aires, en un caballo blanco, i con la espada desenvainada en la mano, a un cristiano que nos amenazaba, i hacía los mayores estragos en nuestras filas. Ate

rrorizados con una vision tan estraña, arrojamos las armas, i buscamos la salvacion huyendo desatinados sin saber a dónde.

Valdivia les ordenó entonces que mostrasen cuál de los españoles era el que habian visto.

Los indios, refiere el cronista, "clavaron los ojos en todos los presentes, mirándolos con grande atencion a todos, i en particular a los mas lucidos i señalados como eran Alonso de Monroi, Francisco de Aguirre, Rodrigo de Quiroga, Francisco de Villagran, Jerónimo de Alderete, el capitan don Diego Oro, el maestro de campo Pedro Oro de don Benito, el capitan Juan Jofré, Pedro de Villagran, Juan de Cuevas, Rodrigo de Araya, Santiago de Azócar, Márcos Véas, Francisco Galdámez, Luis de Toledo, Francisco de Rivéros, Diego Garcia de Cáceres, Juan Fernández Alderete, Juan Godínez, Gonzalo de los Rios capitan, Juan Boon, Pedro de Miranda, Jil González de Avila i otros muchos caballeros i soldados que allí se hallaron i habian sido en la batalla; i habiéndolos mirado mui despacio en particular a cada uno, se sonrieron los bárbaros como haciendo burla de todos ellos respecto de aquel que habian visto, i así lo dijeron por palabras espresas, certificando que era hombre mui superior a todos ellos, que habia hecho mas que todos ellos juntos."

Valdivia, maravillado del prodijio, interrogó a cada prisionero por separado, i con gran cuidado i dilijencia; "i halló, agrega el cronista, ser todos contestes en lo que se ha dicho, sin haber indio que discrepase, por lo cual tuvieron por cierta resolucion haber sido el glorioso apóstol."

"Colijióse esto tambien por los efectos, cuenta por último el capitan Lovera, pues habiendo sido los bárbaros mas de veinte mil, i tan esforzados i

briosos, i los cristianos tan pocos, que para cada uno habia mas de doscientos contrarios, con todo no murió ningun cristiano, estando el campo tinto en sangre de los enemigos."

Los españoles tributaron al santo i denodado apóstol las mas fervorosas gracias por el eficaz patrocinio que se habia dignado concederles, acordando por votacion unánime el que como testimonio de veneracion, se diera su nombre a la ciudad que inmediatamente procedieron a fundar en el valle del Mapocho (1).

II.

El apóstol Santiago no tardó en manifestar que aquel devoto homenaje le habia complacido.

Habian trascurrido unos pocos meses, i ya se levantaba una poblacion con habitaciones de madera i paja en el sitio donde andando los años debia ostentarse la capital de Chile, cuando el obstinado cacique Michimalonco, aprovechándose de una ausencia del gobernador Valdivia, que habia salido al Sur con la mayor parte de las fuerzas, determinó arruinar hasta sus cimientos la naciente colonia de los estranjeros.

Era el 11 de setiembre de 1541.

A las tres de la mañana de aquel dia, uno de los tenientes del cacique asaltó la ciudad al frente de una hueste numerosísima, i con la órden de no dejar español con vida, ni casa en pié.

Los indios tenian la mas plena confianza en la victoria.

Habian preparado el plan de ataque con todo estudio i despacio.

(1) Mariño de Lovera, Crónica del reino de Chile, libro 1.°, cap. 11.

Sabian que los defensores de la ciudad eran mui escasos, i que no podrian impedir el que las casas de madera i paja fuesen mui luego incendiadas. De este modo, los españoles se verian forzados a pelear, o en campo raso, o en medio de las llamas.

Lo único que imponia susto a los indíjenas era aquel guerrero del caballo blanco que cabalgaba por los aires, i que los habia desbaratado en la última batalla.

Michimalonco habia encargado, pues, a su teniente que cuidara de enviar adelante espías que mirasen atentamente si estaba en la ciudad aquel prodijioso adalid.

Como éstos no hubieran descubierto nada que se le asemejase, los indios habian emprendido el asalto con una furia espantosa.

El capitan Alonso de Monroi, que en la ausencia de Valdivia habia quedado a cargo de la ciudad, solo tenia disponibles treinta i dos jinetes i diez i ocho infantes.

Tenia todavía a uno de los capellanes de la espedicion, el clérigo Juan Lobo, mas soldado que sacerdote, el cual, al decir del cronista Góngora Marmolejo, en aquella jornada, andaba entre los indios asaltantes matándolos, como "lobo entre pobres ovejas".

I tenia ademas una mujer española mui bizarra llamada doña Ines Suárez, la primera que vino a Chile, i esposa entónces o mas tarde del famoso capitan Rodrigo de Quiroga.

Vivia ésta en un edificio que servia de prision a unos siete caciques, los cuales habian quedado bajo la custodia de dos españoles.

Tan luego como la pelea hubo arreciado, sintió doña Ines que los caciques prisioneros daban voces llamando a los suyos para que los libertasen.

Al punto, tomando una espada, se dirijió al aposento en que estaban, e intimó a los dos soldados que matasen a los prisioneros ántes de que los indios llegasen a socorrerlos.

-Señora, ¿de qué manera los tengo yo de matar? contestó a doña Ines, Hernando de la Torre, uno de los dos guardianes, mas cortado de temor que con bríos para cortar cabezas, segun la espresion de Lovera.

-De esta manera, replicó doña Ines; i diciendo i haciendo, desenvainó la espada que llevaba, i mató por su propia mano a los siete caciques, "con tan varonil ánimo, dice el cronista, como si fuera un Roldan o el Cid Rui Diaz".

-I ahora, dijo doña Ines a los dos soldados atónitos, ya que no habeis sido capaces de hacer lo que yo, arrojad estos cadáveres al campo para que su vista inspire terror a los indios.

Los dos soldados ejecutaron lo que aquella tremenda mujer les ordenaba, i en seguida fueron a ayudar en la pelea a sus compañeros.

Doña Ines no tardó en imitarlos.

"Viendo que el negocio iba derrota batida, dice Lovera, i se iba declarando la victoria por los indios, doña Ines echó sobre sus hombros una cota de malla, i se puso juntamente una cuera de anta, i desta manera salió a la plaza, i se puso delante de todos los soldados animándolos con palabras de tanta ponderacion, que eran mas de un valeroso capitan hecho a las armas, que de una mujer ejercitada en su almohadilla. I juntamente les dijo que si alguno se sentia fatigado de las heridas, acudiese a ella a ser curado por su mano: a lo cualį concurrieron algunos, a los cuales curaba ella como mejor podia, casi entre los piés de los caballos; i en acabando de curarlos, les persuadia i animaba a

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