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meterse de nuevo en la batalla para dar socorro a los demas que andaban en ella, i ya casi desfallecian. I sucedió que acabado de curar un caballero, se halló tan desflaquecido del largo cansancio i mucha sangre derramada de sus venas, que intentando subir en su caballo para volver a la batalla, no pudo subir por falta de apoyo: lo cual suplió tan bastantemente esta señora, que poniéndose ella mesma en el suelo, le sirvió de apoyo para que subiese, cosa cierta que no poco apoya las excelentes hazañas desta mujer i la diuturnidad de su memoria. Llamábase este caballero Jil González de Avila, que fué mni conocido en estos reinos, el cual apénas entraba en conversacion o corrillo donde no refiriese aqueste hecho con los demas memorables desta señora, que se tocan en diversos puntos desta historia, aunque no todos por haber sido tantos, que la requerian propia de solo ellos. Desta manera socorrió a su jente, que ya no podia ir atras ni adelante por ser muchas las escuadras de indios que iban entrando de refresco sin esperar los nuestros otro ausilio que el del cielo; por lo cual acordaron de acudir a éste invocando con la mayor devocion que cada uno podia el favor de Dios, i su santa madre, i el del glorioso apóstol Santiago, patron de la ciudad que defendian."

Al medio dia, el cansancio hizo que los combatientes suspendieran la pelea para tomar alientos; pero permaneciendo a la vista unos de otros, i dispuestos para renovarla.

En este intervalo se incorporó a los suyos el cacique Michimalonco acaudillando una nueva i formidable turba de bárbaros.

Su primer cuidado, mientras sus guerreros reposaban o bebian, fué enviar a la ciudad espías con las apariencias de ser indios de paz o de servicio

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para indagar si habian muerto algunos españoles. Michimalonco sabía a punto fijo cuántos eran los de a caballo i los de a pié.

Estos espías entraron a la ciudad sin dificultad, porque como no se distinguian en nada de los indios sometidos, era casi imposible descubrir que eran rebeldes.

Pudieron, pues, observar con descanso todo lo que querian; i mui principalmente, contar cuántos eran los españoles que quedaban.

Michimalonco les habia advertido que antes de la pelea eran treinta i dos los de a caballo, i diez i ocho, los de a pié.

Sin embargo, por mas que los contaban una i otra vez, i uno a uno, siempre hallaban que los de a caballo eran treinta i tres.

Al fin, bien cerciorados de la exactitud del hecho, volvieron a comunicarlo a Michimalonco, quien, como sabía perfectamente cuántos eran los españoles que habian quedado de guarnicion en la ciudad, se burló de los espías, i envió otros que contaran mejor; i despues, otros, i otros.

El resultado fué siempre el mismo. Los espías volvian a comunicar a Michimalonco que contaban treinta i tres jinetes, i no treinta i dos.

Lo mas particular fué que Francisco de Villagra, durante la batalla, contó tambien treinta i tres jinetes.

"Por lo cual, dice Lovera, se tuvo por cosa cierta, como lo fué, que aquel caballero que allí estaba demas de los treinta i dos conocidos, era el glorioso apóstol Santiago enviado de la Divina Providencia para dar socorro al pueblo de su advocacion, que invocaban su santo nombre."

"En tanto que los indios se estaban apercibiendo para revolver sobre el pueblo, continúa el cronista

citado, andaban los españoles dando traza en disponer las cosas por el mejor órden que fué posible, no desanimándose el ver el nuevo escuadron que habia llegado de refresco; ántes estaban resueltos, no solamente en defender la ciudad con todas sus fuerzas, sino tambien en salir a buscar los enemigos en caso que ellos difiriesen la entrada. I para esto hizo el teniente del jeneral, Alonso de Monroi, una larga i tierna plática a la poca jente que tenia animándolos a morir o vencer, i ante todas cosas a prevenirse con la oracion fervorosa i devota, dando él principio a ella ayudado de dos sacerdotes (don Rodrigo González de Marmolejo, i el clérigo Lobo) que animaban mucho a todo el pueblo con la firme confianza en el favor de Nuestra Señora, a la cual se encomendaron mui de veras con mucha devocion i lágrimas como jente que via la muerte al ojo. I fueron tan excelentes los brios que sacaron de la oracion, que no pudiendo sufrir tibieza en sus corazones, salieron luego de tropel, así los de a pié como los de a caballo, i se arrojaron a vadear un rio que estaba en medio de los dos ejércitos, abalanzándose sin dilacion en medio de los enemigos, como si su poder fuera tanto que estuviera la victoria de su parte. La furia i braveza de los soldados, el frecuente dar i recibir golpes desaforados, el lago de sangre que se iba arroyando lastimosamente, el retirarse ya los unos, ya los otros, entrando i saliendo en la ciudad, ganando i perdiendo el sitio della, fueron cosas de las mas memorables que se leen en historias antiguas ni modernas. Aunque la claridad del dia iba faltando sin declararse la victoria de alguna parte, con todo eso iban ya los indios flaqueando, i perdiendo el sitio de la ciudad; i los nuestros animándose con su tibieza, i recojiéndose todos en un puesto, partieron con gran ímpetu

invocando el nombre de la gloriosa Vírjen Nuestra Señora i el del glorioso apóstol Santiago, con cuyo patrocinio vieron a los indios irse retirando con mucho órden hacia el rio, donde dieron en ellos animosamente, obligándolos a meterse por él, i echar a huir por donde cada cual podia, yendo tan ciego de temor, que ni sabian el camino que llevaban, ni aun de sí mismos. Entónces dieron tras dellos los cristianos sin cesar de dar heridas, i tender hombres por el suelo, porque el aprieto en que los indios los habian puesto, encendió en ellos tanta cólera i coraje, que sin usar de piedad con algunos de ellos, echaron el resto en apurarlos, llevándolo todo por punta de lanza, que era el instrumento de que usaban, pues apénas habia cuál i cuál arcabuz i escopeta, i esa sin municion ni lo demas necesario para aprovecharse della en las batallas.

"Estando ya cansados los cristianos de correr a tantas partes, i alancear tantos hombres, se fueron recojiendo a la ciudad, trayendo por delante muchos indios presos en manos de los yanaconas de servicio, los cuales venian despavoridos i embelezados, diciendo que aquel caballero del caballo blanco que los habia vencido en la primera batalla habia peleado tambien en ésta, i era el que les hacía la guerra aterrándolos con la gran braveza de sus fuerzas i severidad de su aspecto. Demas desto, venian publicando que cuando la refriega estaba en el mayor furor, habia salido de la ciudad una señora que les echaba tierra en los ojos cegándolos, de suerte que no vian a los cristianos, obligándolos a volver las espaldas, sin ver en qué lugar ponian los piés, ni saber si estaban en cielo o tierra. Sobre lo cual hizo el teniente dilijentísima pesquiza examinándolos a parte sin saber unos la declaracion de los otros. I los halló a todos tan contestes, que no hubo

hombre que discrepase en una tilde desto que públicamente venian pregonando. I para mas satisfacerse, les puso delante a doña Ines Suárez diciéndoles que aquella debia ser la señora que habian visto, i la cual les quitaba a ellos la vista; de lo cual se rieron ellos mucho, haciendo burla della, diciendo que habia tanta diferencia de la una a la otra como de la noche obscura en medio del invierno al dia claro i despejado cuando va ilustrándolo el sol en tiempo de primavera."

El cronista Lovera asegura que "los muertos en esta batalla de parte de los indios pasaron de dos mil; i los heridos en mas grueso número, sin haber fallecido hombre de nuestro ejército, aunque quedaron muchos mal heridos, i la ciudad saqueada i destruida con los incendios, que casi no se conocian las calles ni casas della."

En otro lugar dice que aquello de no haber muerto ningun español "lo dispuso así la Divina Providencia para el aumento de su santa fe católica en estas partes" (1).

Esta aseveracion se halla formalmente desmentida por el gobernador Valdivia en la carta que dirijió al emperador Cárlos V en 4 de setiembre de 1545. Los indios de Michimalonco, dice, "pelearon todo un dia en peso con los cristianos, i le (a Monroi) mataron veinte i tres caballos i cuatro cristianos, i quemaron toda la ciudad, i comida, i la ropa, i cuánta hacienda teníamos, que no quedamos sino con los andrajos que teníamos para la guerra, i con las armas que a cuesta traíamos, i dos porquezuelas, i un cochinillo, i una polla, i un pollo, i hasta dos almuerzas de trigo; i al fin al venir de la noche,

(1) Mariño de Lovera, Crónica del reino de Chile, libro 1.°, capítulos 14, 15 i 16.

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