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recobrar lo perdido. Esta era la naturaleza de la lucha empeñada á principios del siglo diez y nueve: por mas derrotas que sufriese la Europa antigua, siempre hallaba en su seno nuevos elementos de resistencia, elementos que eran obra de nuestros ascendientes; pero si por desgracia hubiese llegado á sucumbir una vez la Europa moderna sostenida por un hombre solo, como sus elementos y sus intereses eran de ayer, hubiera sido inevitable su ruina. Conocíanle así los enemigos de la Francia, y por esto no se desanimaban por los reveses ni se cansaban por los sacrificios. Tal era la causa. Tocante á los efectos, al estado de la Europa en el año 8, al cuadro de su situacion, véase como le trazan (nota 29) los autores de la historia de la guerra de España contra Napoleon.

Entre los enemigos de la Francia era el mas encarnizado la Inglaterra, ya por la rivalidad antigua de entrambas naciones, ya por resentimiento natural contra los que auxiliaron tanto á los Estados-Unidos cuando conquistaron su independencia. Así que la Gran Bretaña vió á los Españoles empeñados en una guerra á muerte contra los Franceses, varió enteramente de política respecto á la España, dispuso la cesacion de hostilidades contra ella, y dirigió á la junta de Sevilla la siguiente nota:

Orden Real de S. M. Británica comunicada á la Junta de Sevilla por el Lord Collingood.

<< En la corte palacio de la Reina el 4 de julio de 1808. Presente en el Consejo de S. M. el Rey.

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Habiendo S. M. tomado en consideracion los esfuerzos gloriosos de la nacion española para libertar su pais de la tiranía y usurpacion de Francia, y los ofrecimientos que ha recibido de España de su disposicion amistosa hácia este reino, se ha dignado mandar y manda por la presente, de acuerdo con su consejo privado :

«1.° Que todas las hostilidades contra España de parte de S. M. cesen inmediatamente.

«< 2.° Que se levante inmediatamente el bloqueo de todos los puertos de España, á escepcion de los que se hallen todavía en poder de los Franceses.

«3.° Que todos los navíos ó buques pertenecientes á España sean libremente admitidos en los puertos de los dominios de S. M. como lo fueron antes de las hostilidades actuales.

«4. Que todos los navíos ó buques pertenecientes á España que sean encontrados por la mar por los navíos ó corsarios de S. M. sean tratados como los de las naciones amigas, y se les permita hacer todo tráfico permitido á los navíos neutrales.

5.° Que todos los navíos y mercaderías pertenecientes á los individuos establecidos en las colonias españolas, que fueren detenidos por los navíos de S. M. despues de la fecha del presente, han de ser conducidos al puerto, y conservados cuidadosamente en segura custodia, hasta que se averigüe si las colonias donde residen los dueños de los referidos navíos ó efectos han hecho causa comun con España contra el poder de la Francia.

«SS. EE. los comisionados de la Real Tesorería, los secreta. rios de Estado de S. M., los comisionados del Almirantazgo han de tomar para el cumplimiento de los anteriores artículos las medidas que respectivamente les correspondan. - Esteban Coterell.»

Desde entonces el gabinete inglés favoreció abiertamente el levantamiento de la Península, envió comisionados á todos los puntos para entenderse con las autoridades españolas y prestarlas auxilio, y empezó á activar el envío de tropas á la Península.

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Continua la guerra de la Independencia. Entrada de Napoleon en España. Capitulacion de Madrid. Parte el Emperador para el

Austria.

ERA muy natural que siguiesen los Portugueses el ejemplo que les daban los Españoles, y así en efecto lo practicaron. Aprovechose de esta coyuntura el ejército español que operaba en Portugal á las órdenes de los Franceses, y deseoso de tomar parte en los peligros y en la gloria de sus camaradas, entraron la mayor parte en territorio de España para la defensa

comun. Lo mismo efectuó en breve el cuerpo de tropas que al mando del Marqués de la Romana peleaba en el norte de la Europa: nada fué bastante á contener el ardor belicoso de sus tropas cuando tuvieron noticia de los acontecimientos de España. Juraron volver á su patria, y con el auxilio de las escuadras inglesas arribaron á Santander á primeros del mes de octubre...

Si quisiésemos contar por estenso los acontecimientos de la memorable lucha que hemos principiado, tendríamos que detenernos á cada paso, en cada rincon de la Península, en todas las ciudades, pueblos y aldeas, porque en todas partes ardia la llama del patriotismo, el odio á la dominacion francesa, y el deseo de sacrificarse por el estado. En todas partes se perseguia de muerte á los estranjeros, se armaban sin distincion los habitantes para combatirlos, para armarles asechanzas, y para ofenderles del mejor modo que les fuese dable. Por una parte se defendia Valencia obstinadamente contra el mariscal Moncey; por la otra eran los Franceses arrollados en el Bruch, y delante de la inmortal Gerona; y es que cada español era un enemigo implacable de la Francia, y á nuestro ver cabe mas gloria de lo que parece á las tropas imperiales por haber escapado de su total destruccion en una guerra contra todo un pueblo valeroso, tenaz, y sobremanera irritado. Hay quien dice que ese furor general fué obra de los ministros del culto esto es un error. Ninguna creencia, ningun poder sobre la tierra era bastante á obrar tales efectos en un dia: la revolucion del año 1808 era sí la obra de muchos años de padecimientos, de resignacion cansada, de sufrimiento que habia dado al fin un estallido y que mordia furioso ia primera presa que se le presentaba.

A vista de esta indignacion general convinieron gustosos los Ingleses en ayudarla, y enviaron á la Península un cuerpo de trece mi hombres: conocian además que la España era un cuerpo abandonado, y su política les impelia á ser los directores de la sangrienta escena que en ella se representaba.

Conoció Napoleon que iban á desvanecerse sus mas halagüeños planes, y que era tiempo de dar un golpe decisivo. Pasa el Pirineo, pónese á la cabeza de un ejército de ciento cuarenta mil hombres y un formidable tren de artillería, y despues de

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CARO Y SUREDA MARQUES DE LA ROMANA

Bruen literato, excelente querrero verdadero español. T. IX. p. 305.

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