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revestida. La colonia es, como quien dice, la juventud, la cuna, el matraz histórico en que nuestra raza, costumbres, espíritu i carácter nacionales, tienen su orijen i jestacion. Sin conocer la colonia no es posible pretender siquiera dar una esplicacion a nuestro actual modo de ser, a muchas de nuestras instituciones i, sobre todo, al secreto de muchos sucesos, casi inesplicables, de nuestra vida en el siglo XIX. El estudio de la colonia es para un sociólogo, un literato o un político en Chile el de un libro-difícil de ser leido, es cierto-pero absolutamente necesario i del cual no es posible prescindir sin que el edificio de la sociolojía, de la política o de la literatura nacionales, venga al suelo por falta de base.

Por eso son dignos de los aplausos mas entusiastas los espíritus estudiosos que penetran en los misterios de esa edad e investigan en las fuentes orijinales su verdadero significado i colorido. Es preciso darse cuenta de lo que un trabajo semejante significa. Las fuentes de la historia nacio nal están repartidas en multitud de archivos, nacionaies o estranjeros, i basta leer las notas de la Historia de Chile de Barros Arana, por ejemplo, para convencerse de que la obra histórica séria, mejor dicho, la obra de preparacion de nuestra historia, es un verdadero paseo por el Laberinto de Creta. Paseo que solo pueden hacerlo con éxito ciertos escojidos de la intelijencia i de la perseverancia, cuyos nombres en el pasado pueden contarse con los dedos de una mano. Barros Arana, Amunátegui, Vicuña Mackenna, Errázuriz don Crescente, i tres o cuatro mas se han formado un glorioso nombre como investigadores de la historia de aquellos siglos. Hoi es uno nuevo que entra en liza, con grandes brios i sin anuncios de ninguna clase: Alejandro Fuenzalida Grandon.

Alejandro Fuenzalida G. es—si no me equivoco-hijo de las provin cias del norte i su nombre ha resonado ya con motivo de su primera obra histórica: Lastarria i su Tiempo. Este libro no ha tenido un gran éxito entre la jeneralidad de la jente, ni es popular, cosa que se esplica fácilmente dado el carácter de la obra que es de historia i no de cuentos colorados. Personalmente Fuenzalida Grandon es una especie de musulman, socarron i hasta picaresco. Es profesor en la Universidad i en el Instituto i sa be un poco mas de historia que el comun de nuestros Ministros de Estado i Presidente de la República. Trabaja mucho, aunque no lo parezca, como lo prueban sus obras, que no son de esos frutos del pais que puedan comprarse en cualquiera casa inglesa ni madurarse al calor de un sillon de marroquí.

Fuenzalida ocupa sus mejores horas en la investigacion histórica; que es como decir que puede vérsele, o mejor dicho adivinársele, a traves del polvo de los siglos en el último piso de la Biblioteca Nacional, en medio de una familia entera de pergaminos i mamotretos que solo el diablo entiende i los que, como Fuenzalida, tienen pacto con él.

Su obra última, que acaba de salir, es el fruto de buenos años de silenciosa conversacion con infinitos documentos, todavía vírjenes de la in vestigacion, escritos por la mano imposible de antiquísimos notarios, secretarios de Universidad, cronistas de congregaciones, obispos de pelea i hasta santos inquisidores.

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Historia del desarrollo intelectual en Chile (1541-1810), se titula esta obra que contiene 600 pájinas i en ellas cosas mui interesantes.

A la verdad no es una verdadera historia del desarrollo intelectual en Chile. Mas bien podria llamársela contribucion a la Historia de ese desarrollo. De seguro que los documentos en que se basa la obra, aunque mui interesantes e inéditos en su mayor parte, no son sino una parte infinitesi mal de los que existen en la República entera i en el estranjero sobre el gran asunto de nuestra vida intelectual. Es cierto que, con respecto a sus antecesores, Fuenzalida ha dado un gran paso en lo que se refiere a la apreciacion de la crónica, opinando constantemente sobre los sucesos que contata, en cierta forma agradable i graciosa que hace liviana i atrayente la lectura de muchos de sus capitulos.

Algunas veces parece insinuarse en este libro el espíritu de observacion personalísima que caracteriza a Ricardo Palma i entónces la crónica toma un carácter mas literario i artístico que filosófico. Otras veces las inacabables listas de nuestros titulados de esos siglos, de nuestros médicos i curanderos, ocupa pájinas i pajinas i la crónica se convierte en una simple i fria documentacion.

Pero, bien observado, no se puede pedir mas que lo que dan los constructores de nuestra historia colonial. No hai en nuestra literatura histórica de la colonia, ni grandes cuadros sintéticos definitivos, ni estudios filosóficos de verdadero fuste i consistencia, como sucede en la literatura de otros paises de vida inmensamente mas larga i conocida que la nuestra. I es lójico: la historia es hoi una ciencia cuyo orijen i crecimiento está informada por los métodos científicos inductivos, que obligan a marchar de lo simple a lo compuesto, de lo concreto a lo abstracto, de la constatacion de los detalles i de los hechos a la lei jeneral que los rije. Así, es de absoluta imposibilidad que el historiador de hoi pueda darnos en Chile una idea jeneral,

LA E. S. DE C.

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basada en hechos ciertos, del espíritu o de la vida colonial. Primero hai que constatar los hechos, verificarlos i hacer la crónica, despues vendrá solo i a su debido tiempo lo demas. Lo mas que puede pedirsele al cronista o al recopilador, es estilo, gracia, atraccion en el narrar i en el constatar, para no hacer de sus obras objetos de repulsion para los que van a estudiar la historia en esas obras. I Fuenzalida, casi siempre cumple con esta senci. lla obligacion del cronista, que tan bien comprendió Vicuña Mackenna, el autor que mas ha estendido en el vulgo los conocimientos históricos.

Fuenzalida nos da en su obra noticias i detalles sumamente interesantes sobre el orijen i crecimiento de nuestra Universidad, de la enseñanza primaria, secundaria, especial i práctica, de la enseñanza i moralidad de los eclesiásticos en la éra colonial; de la educacion de las mujeres i de la vida claustral; de los lejistas, curanderos, cirujanos i tutti-cuanti de antaño. A traves de este libro nos paseamos por unos siglos ante los cuales uno no sabe si morirse de risa, de pena o de indignacion, porque todo esto junto se viene a la vez a las mientes.

I como no es posible reproducir todo el libro, vale la pena entrar por sus vericuetos i reirse un poco con algunas cosas entretenidas que nos hacen jestos desde el fondo de los patios empedrados de la colonia o de los confesionarios donde se hacian chiquichiquis» i «se parlaban cosas de

amor».

Primera leccion de la documentacion exhumada por Fuenzalida: ¡Qué clérigos i qué frailes aquellos! ¡Dios mio! Qué escándalos mas infames i mas entretenidos a la vez. El amor era la única de las bellas artes cultivada hasta estremos espantables por aquellos tonsurados encantadores.

¡Dios los habrá perdonado porque amaron mucho!

I no es cosa de broma. Allí están los procesos de la Santa Inquisicion en que los educacionistas jesuitas i de las demas congregaciones, rectores i vice-rectores de colejios piadosos, aparecen como los sátiros mas desenfre nados, espíritus desbocados de lujuria, verdaderos frutos del infierno, que ni siquiera tenian la virtud de avergonzarse de sus crímenes, sino que los confesaban sonriendo i haciendo reir con sus declaraciones a los ministros del quemadero.

Ahí están los hechos. I no es que se trate de un caso aislado, es el mal jeneral del clero educacionista de aquellos tiempos en que la piedad

estaba tan desarrollada como el crimen. Esto es lo que se deduce de documentos que nadie puede tachar de parciales como que, jeneralmente, son papeles de la inquisicion o cartas de obispos i provinciales.

Estos padres franceses i jesuitas que en estos ultimos años han sido acusados de diversos atentados contra el pudor, son santos i anjeles en comparacion de aquellos antecesores que dejan chiquitos a los antiguos emperadores galantes de la Roma decadente.

El capítulo de la Historia de Fuenzalida Influencia docente i moral de los eclesiásticos en la era colonial, es un golpe de luz que penetra hasta los escondrijos mas oscuros de la vida docente clerical i sus vicios mas co

munes.

Como mui bien dice el autor, «en Chile, como en España, los amores de los eclesiásticos tomaron formas apasionadas i como en el antiguo ro

mance

En vez de decir, amen! decian, amor! amor!>

Un caso particular, famoso en aquellos siglos, dará una idea de lo que eran aquellos santos varones educacionistas.

El jesuita Melchor Venegas, era vice rector del Convictorio de San Javier i maestro en el Colejio Máximo de San Miguel. Fué tal el exceso de su perversion moral que al fin la Inquisicion de Lima-obligada por la grita de por acá-tomó cartas ea el asunto.

El proceso es una maravilla. Creo que al leerlo hasta un presidiario se pondria colorado. I el padre Venegas, como si tal cosa! Esto pasaba en 1600 i tantos, de modo que se puede hablar sin ofender a nadie.

Por lo demas, el proceso está escrito en latin-el idioma de la inmoralidad, como dice mui acertadamente el autor-i en él aparece que el susodicho Venegas, so pretesto de «triscas», espantó al vecindario, hasta el estremo de que con motivo de su proceso se modificó el confesonario agre gándole puertas i rejas.

Los detalles del proceso son un perpetuo lloriqueo de señoras, niñas, indias, monjas, estudiantes, negras i blancas. Barba Azul o el Rei Salomon se habian reencarnado en el «padrecito», como decian las indiecitas decla

rantes.

La Santa Inquisicion--otra que tal-se escandalizó, i Lima entera se conmovió con este proceso célebre. La defensa de Venegas es deliciosa. Pero nada hai comparable con la sentencia del santo tribunal que se dedicaba a asar incrédulos o titiriteros:

Mandamos que en la sala de nuestra audiencia, en presencia de los

oficiales del secreto, sea por Nos reprendido de su delicto i que por espa cio de seis años tome una disciplina los viernes con su miserere i rece los salmos penitenciales i ayune todos los sábados del dicho tiempo i que no vuelva al Reyno de Chile de donde le desterramos perpetuamente, i por cuatro años de este arzobispado» (!!!)

Apelada esta sentencia consiguió que se le conmutase el descierro del arzobispado en que «por espacio de 4 años rezase cada dia el rosario entero i en que fuese las veces que pudiese i le diesen licencia al Hospital de Santa Ana a visitar e instruir a los indios i auxiliar a los agonizantes>! ¡Es delicioso!

Bien se ve que los jueces de la inquisicion eran hombres del mismo pelo i marca del padre Venegas. Ellos se dirian: «hoi por ti i mañana por mí», i vayan cuatro rosarios, que estos chiquichiquis, no son cosa de escandalizar al santo tribunal. Los lobos no se muerden

Eso de los chiquichiquis», no es broma. El célebre cura Frai Rafael Antonio Medina, defendiéndose ante un tribunal de acusaciones tan aplas tadoras como las que cayeron sobre su conjénere, decia testualmente:

«La queja-señor- que forman es que yo he hecho muchos chiquichiquis, como ellos llaman......(aquí sigue una esplicacion que no puede ponerse ni en latin)...... Esta es su querella i respondo: que se me absuelva porque es frajilidad que cometí a los nueve meses, ya desesperado i aburrido de predicar en desierto. Pues mientras yo me ocupaba en mis ratos en cosas de honesto vivir, ellos se estaban quitando».............. (aquí vienen unos latines diabólicos i espantables contra los feligreses i el demas clero).

Como se ve los curitas creian que no merecia la pena ocuparse de chiquichiquis».

¡Bendito ellos!

Fuenzalida Grandon nos pasea por los cuasi-colejios de monjas que funcionaban por aquellos tiempos, por el mundo femenino, sus costumbres trajes i peinados.

Es delicioso el olor i sabor a colonia que se desprende de estas pajinas del libro. Aquí vemos atravesar las calles a alguna dama de «copete», realmente de copete, por el enorme copete con que coronaban su peinado: lle va las sayas de «tela rica musca» o de «tela columbina», remangadas para que se vea «la profanidad i riqueza de los interiores», i los «estremos o cabos de las ligas bordadas de oro o plata». Mas allá entra, toda desfallecida doña Catalina de Rios al convento de San Agustin, su protejido, escapándose del obispo i del gobernador que la quieren prender por haber querido

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