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son los jéneros en que ésta puede lisonjearse de mejor suceso. La dignidad i elevación artificial de la trajedia piden una perfección que en el estado actual de nuestro teatro es inasequible. Entre el sublime i el ridículo, hai una linea casi imperceptible de separación; i el actor que no acierta a espresar dignamente las emociones heroicas, corre mucho peligro de excitar el bostezo o la risa:

«Qui paulum a summo dicessit, vergit ad imum».

El baile ha tenido que superar muchos obstáculos para obtener carta de introducción en nuestras tablas, como se desprende del artículo de Bello citado en un párrafo anterior.

El clero lo ha atacado siempre como pernicioso a las costumbres.

Ahora mismo se ve a señoras que se salen del teatro antes de que el baile principie, o que vuelven con afectación las espaldas al proscenio una vez que ha comenzado.

Don José Joaquín de Mora, aunque no era mui partidario que digamos del baile en el teatro, ha sostenido con calor que en Chile debían organizarse bailes populares en la forma que a continuación se espresa:

«Es notorio que entre los montañeses, que naturalmente son mas inclinados al baile, i en los que la localidad predispone a la alegría, se encuentran mas jéneros de danzas, ya marciales, ya campestres, ofreciendo al pensamiento una diversidad de escenas i de objetos. Entre ellos, se ignoran aque

llos bailes gnidios, que desde el teatro han penetrado en los salones. Nadie ignora con cuanta frecuencia la vista de sus movimientos compasados, tanto mas peligrosos cuanto son ejecutados con mayor perfección, i en los que la decencia se une mejor al deleite, precipita los progresos de la naturaleza, i por deseos precoces cambia la adolescencia inocente i robusta en una juventud débil i corrompida. También el populacho, abandonado en sus brutales diversiones, ejecuta movimientos al parecer compasados, insultando a la decencia i al pudor. Son escuelas de vicios nuestras chinganas; los bailes que en ellas se ejecutan son parecidos a los de los mozambiques; i solo dos o cuatro individuos divierten brutalmente a la turba multa con monotonía.

«¡Cuánto mejor sería formar seis u ocho circos públicos presididos por la autoridad, en donde varias parejas, instruídas de antemano en diferentes jéneros de danzas, sirviesen de modelo o de base para amaestrar a los concurrentes de ambos sexos! Así como se practica en Vizcaya, se pudieran organizar en Chile, sobre todo en la capital, comparsas de bailarines de doce o mas parejas de un solo sexo o de dos, destinadas a bailar en los grandes días festivos. Nosotros propondríamos que cada parroquia tuviese su número completo de bailarines, ora de solo hombres, ora de muchachas, destinados a bailar con trajes airosos i decentes al són del tamboril i de una gaita, el primer domingo de cada mes, delante de la iglesia, al concluírse los oficios divinos, lo mismo por la tarde, recojiendo una suscripción entre los vecinos de la parroquia. También se les debiera permitir ir a bailar en los días de cumpleaños i en los casamientos de las personas mas condecoradas del barrio para de este modo mantener los trajes i músicos. En las gran

des festividades nacionales, deberían venir a la plaza mayori a otros sitios públicos a celebrar con arcos, árboles i espadas varias danzas que entretuviesen a la muchedumbre. ¡Cuánto mejor es un entretenimiento semejante, que el espectáculo de bayonetas i sables! Estos mismos bailarines servirían de modelos para ejecutar i enseñar a las jentes las contradanzas i demás bailes que los jefes de la república quisiesen introducir en el pueblo, borrando hasta de la memoria esos bailes salvajes i obscenos. El que viaja por la Francia i por las provincias vascongadas, se haya estasiado con el espectáculo de los bailes, ya campestres, ya de las plazas i de los paseos públicos, en donde un pueblo inmenso se divierte, se refrezca, merienda i se alegra al són de uno o mas instrumentos. Con una módica contribución, cada cual puede salir con su pareja, agregándose a los demás que componen el número suficiente de bailarines. Allí los jóvenes que bailan i los viejos que miran, van todos aseados; i la publicidad misma es el verdadero correctivo de los excesos que pudieran cometerse. Si por casualidad se advierte algún ataque a la decencia i al buen orden, los ajentes de policía o las autoridades solícitas castigan al infractor echándolo del baile; i si la falta es mayor, usa de otras medidas mas serias.

«De este modo, en Chile, se evitarían las pendencias, tan funestas a la población; el pueblo se acostumbraría al espectáculo de un público respetable; las costumbres se mejorarían con la imitación de las clases mas elevadas, renunciando así lentamente al uso de perder la mitad del día de fiesta en borracheras i bailes groseros; i tomaría gusto a los placeres sencillos i a las diversiones poco dispendiosas. Nos basta haber demostrado lo que en otros países se practica con utilidad en este jénero de diversiones i de haber llamado la aten

ción de los majistrados sobre una cuestión al parecer minuciosa, haciendo sentir las ventajas que de su aplicación se pueden obtener para los detalles de la vida. En estos espectáculos populares, el alma se acostumbra a ciertos hábitos, se somete a determinadas inclinaciones, que subyugan la voluntad en beneficio de la mayoría. ¡I cuánto importa no ofrecer al populacho, sino objetos que lo induzcan al bien, o que, por lo menos, no lo depraven! Esto se consigue hablando a los sentidos en la forma espresada».

La historieta siguiente contada por el mismo Mora en su artículo, no carece de gracia:

«La anécdota que referiremos, parecería fabulosa, si no perteneciese a los tiempos modernos.

«En una villa de España, fueron acusados al santo oficio o inquisición unos bailarines i bailarinas que con su arte divertían al público por medio de danzas demasiado lascivas, como el fandango i otras. Estos miserables fueron arrestados i conducidos al negro tribunal para ser en él juzgados. Se defendieron con razones que parecían fundadas; i suplicaron a los jueces se les permitiese ejecutar delante de ellos el fandango, que decían ser mui inocente, i sobre todo mui natural. La solicitud pareció justa, i les fue otorgada. Puede ser que la curiosidad en los inquisidores obrase mas que la equidad.

«Reúnense los guitarristas, que principian a tañer dos guitarras sonoras, i los bailarines con sus trajes airosos principian el baile. Se esmeran con ardor. Los músicos redoblan su celo para dar a la tocata la espresión voluptuosa que le es característica. La sensación que esperimentan los ejecutores, se trasmite insensiblemente a los reverendos padres: se les ve ajitarse en sus poltronas, conmoverse por el poder casi eléctrico de la armonía i

por

los movimientos deleitosos, por las posturas i demás circunstancias de los danzantes; fuera de sí esclaman que los acusados sean absueltos; i los ponen por fin en libertad».

Don José Joaquín de Mora no rechazaba precisamente el baile como espectáculo; pero lo prefería como diversión jeneral en que todos los concurrentes pudiesen tomar parte.

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