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V

Camilo Henríquez juzga que debe darse un carácter político i social al teatro en Chile.-Tendencia anticlerical impresa al teatro. La enseñanza del francés a las niñas.-La cuestión de cementerios.-Lucha encarnizada entre los clericales i los liberales.-El teatro es opuesto al púlpito.-El Aristodemo.— El Abate Seductor.—El Hipócrita.—Versos recitados en el teatro de Valparaíso por la joven actriz doña Emilia Hernández. -Opinión de don José Joaquín de Mora sobre el abuso de la trajedia en Chile.

Los próceres de la revolución hispano-americana concibieron el teatro, no como un simple pasatiempo, sino como una institución social cuyo principal objeto era propagar máximas patrióticas i formar

costumbres cívicas.

Entre otros, Camilo Henríquez sostuvo con mucho empeño varias veces esta doctrina en La Aurora de Chile, i en El Censor de Buenos Aires.

«Yo considero el teatro únicamente como una escuela pública, escribía Henríquez en La Aurora, número 31, tomo 1.°, fecha 10 de setiembre de 1812; i bajo este respecto es innegable que la musa dramática es un grande instrumento en las manos de la política. Es cierto que en los gobiernos despóticos, como si se hubiesen propuesto el inicuo blanco de corromper a los hombres, i de hacerlos frívolos, i apartar su ánimo de las meditaciones serias, que no les convenían, era

el objeto de los dramas hacer los vicios amables. Sublimes poetas, uniendo a grandes talentos grandes abusos, lisonjeando el gusto de cortes frívolas i corrompidas, atizaron el fuego de las pasiones, i alimentaron delirios dañosos. Empero, para gloria de las bellas letras, autores mui ilustres, cuyos nombres serán siempre amados de los pueblos, i cuyas obras vivirán mientras haya hombres que sepan pensar i sentir, conocieron el objeto del arte dramático. En sus manos, la trajedia noble i elevada mostró a los dueños del mundo los efectos formidables de la tiranía, de la injusticia, de la ambición, del fanatismo. Puso ante sus ojos las revoluciones sangrientas producidas por las pasiones de los reyes; procuró enternecerlos con la pintura de las calamidades humanas; les hizo ver que su trono podía trastornarse, i que podían ser infelices. ¡Oh! si un horror saludable por la neglijencia de los crímenes que han causado la desesperación de los pueblos, hubiese estorbado que ellos mismos viniesen a ser triste asunto de nuevas trajedias! Mas los imperios, lo mismo que los hombres, parece que adquieren con los años una irresistible tendencia a la muerte. Entre las producciones dramáticas, la trajedia es la mas propia de un pueblo libre, i la mas útil en las circunstancias actuales. Ahora es cuando debe llenar lo escena la sublime majestad de Melpomene, respirar nobles setimientos, inspirar odio a la tiranía i desplegar toda la dignidad republicana. ¡Cuándo mas varonil, ni mas grandiosa, que penetrándose de la justicia de nuestra causa i de los derechos sacratísimos de los pueblos! ¡Cuándo mas interesante, que enterneciendo con la memoria de nuestras antiguas calamidades! Ah! entonces no serán estériles las lágrimas; su fruto será el odio de la tiranía, i la execración de los tiranos»>!

El teatro, agregaba en El Censor, número 137, fecha 2 de mayo de 1818, es «la escuela agradable e injeniosa de la moral pública i el órgano de la política».

Camilo Henríquez i aquéllos de sus contemporáneos que eran revolucionarios de corazón, aspiraban a que la América Española, llegada a ser independiente, fuera, no simplemente una España Ultramarina, semejante en todo a su madre, la España Europea, tal cual entonces aparecía a su vista en medio del humo de la pólvora, sino un conjunto de naciones en realidad libres, i conducidas por la ancha vía de la civilización i del progreso.

Ansiosos, de ver cumplirse cuanto antes estos votos después de tanta sangre derramada, de tantos riesgos corridos, de tantos sacrificios soportados, dirijieron todos sus conatos al fomento de la ilus

tración.

A pesar de la escasez de recursos, prestaron atención preferente a la fundación de escuelas, de colejios, de bibliotecas, de periódicos.

Pero temieron que la influencia benéfica de estos diversos arbitrios fuera demasiado lenta.

Estaban impacientes por que el rebaño de súbditos criado por la metrópoli en las comarcas del nuevo mundo se convirtiera en un pueblo instruído i varonil.

Lo que les pareció mas propio para producir resultados prontos i eficaces, fue el teatro, cuyos imponentes i atractivos espectáculos consideraron podían causar en los ánimos profunda i saludable impresión.

Por esto exijían que se pusieran en escena preferentemente piezas que importaran una lección instructiva para los ciudadanos, piezas como la Jornada de Maratón, Roma Libre, la Muerte de César, Catón de Útica.

Camilo Henríquez, en El Censor de Buenos Aires, no vacilaba en rechazar como «atrocidad pagana» el Orestes de Alfieri, i como «bufonada e inmoralidad» el Sí de las Niñas de Moratín.

Reprobaba todo espectáculo que fuera «fútil, enervante, afeminador».

«Eso está bueno, escribía en El Censor, número 111, fecha 30 de octubre de 1817, para pueblos estúpidos i bribones».

Según él, si solo habían de darse composiciones de aquella clase, la autoridad debía cerrar los tea

tros.

Pero no se crea que solo admitiera piezas de carácter político; pues también encomiaba aquéllas que, como las de Molière, combatían ciertos vicios sociales.

En 1817, celebró en el siguiente dístico latino la afición a las composiciones de este jénero, que se había despertado en Buenos Aires:

Floret et ingenium, pulcherrima scena refulget.
Plaudite! Tartuphus hæc miracula fecit.

Todos los escritores de la escuela de Camilo Henríquez condenaban con mucha severidad la literatura dramática española, cuyo espíritu supersticioso i ultra-monárquico les repugnaba.

Los periódicos de Chile de aquella época contienen diversos artículos escritos en este sentido.

La Gaceta Ministerial, número 95, tomo 1, fecha 5 de junio de 1819, verbigracia, inserta un comunicado en el cual se reprueba con la mayor acritud la representación de El Diablo Predicador, comedia que se tacha de pueril i absurda, i se agrega lo que sigue:

«Desearia que se tomase alguna consideración sobre este punto por los majistrados a quienes co

rresponde. En los pueblos cultos, debe ser el teatro una escuela de instrucción pública. En él, deben darse lecciones de política, de trato social, de virtudes cívicas i relijiosas, etc. Si el nuestro, por estar en sus principios, no puede subir a este punto, debe a lo menos haber un empeño para que progresivamente vaya acercándose a él, sin permitirse jamás la representación de piezas corruptoras del buen gusto i costumbres. Nómbrese un censor intelijente, sin cuyo examen i aprobación no pueda representarse pieza alguna teatral, i nos veremos libres de que estos u otros diablos salgan a las tablas a asustar niños i a embelesar a las viejas».

Los patriotas ilustrados a que me estoi refiriendo, desplegaron particular empeño por imprimir al teatro una tendencia anti-clerical.

Para ellos, la revolución había tenido un doble objeto: la independencia de las colonias hispanoamericanas, i la destrucción del réjimen teocrático.

Cuando hubieron alcanzado el primero, encaminaron sus esfuerzos a obtener el segundo, que reputaban igualmente importante, i de seguro mas

difícil.

Todos conocen mas o menos cuál era la organización colonial.

El monarca ejercía una dominación absoluta i omnipotente sobre sus posesiones ultramarinas. Para asegurar este poder omnímodo, había puesto en práctica distintos arbitrios, cuya enumeración completa no sería ahora oportuna.

Mencionaré solo algunos de los principales.

Había procurado establecer la mayor incomunicación posible entre la América Española i el resto del mundo, i aun entre provincia i provincia.

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