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CAPÍTULO VI.

Funda Alonso Pacheco la ciudad de Maracaibo: entran Cristóbal Cobos y Gaspar Pinto á pacificar los Chagaragatos; muere el uno, y el otro, sin hacer efecto, se retira.

Terminando el año de 70 con los acaecimientos referidos en los capítulos antecedentes, tuvo principio el de 71 * con la fundación de la ciudad de la Nueva Zamora en la laguna de Maracaibo; expedición que desde el año de 68 había encomendado el gobernador D. Pedro Ponce de León al capitán Alonso Pacheco (83), vecino de la ciudad de Trujillo; y aunque desde entonces, armando dos bergantines que fabricó en el sitio de Moporo, empezó á correr las costas de la laguna, fué tanta la oposición que halló en los indios Saparas, Quiriquires, Aliles y Toas, que sin poder ganar palmo de tierra para sujetarlos, necesitó de una guerra continuada en los tres años que pasaron de por medio para haberlos de reducir á que diesen la obediencia á fuerza de armas; pero conseguida al fin su pretensión, el día 20 de enero del año de 571, en el mismo sitio donde Ambrosio de Alfinger tuvo su ranchería á orillas de la laguna, y seis leguas distante de la Barra, por donde comunica sus aguas con el mar, pobló la Nueva Zamora, á quien comúnmente, por el antiguo nombre de todo aquel país, llaman la ciudad de Maracaibo:

* Año de 1571.

está situada en 11 grados escasos de altura septentrional; su temperamento sumamente cálido, pero en extremo sano, por ser tan seco, que en veinte leguas de distancia, tirando hacia la serranía, no se halla más agua que la que recoge la industria cuando llueve en jahueyes hechos á mano, para mantener con ella los ganados que pastan por aquellas sabanas, de donde se origina ser su comarca muy estéril y sólo acomodada para criar ganados, así vacuno, como cabrío, de que es notable el multiplico; si bien, como la conveniencia de la laguna es tanta para trajinar sin costo, abunda de todo cuanto necesita, sin que experimente falta, adquiriendo de otras partes en las embarcaciones del trato los frutos que le niega su terreno; pues ocurren á su puerto cuantos producen las ciudades de Gibraltar, Mérida, Trujillo, la Grita y otras circunvecinas.

El lugar es rico por el mucho comercio que mantiene con la Nueva España, Santo Domingo, Cartagena, islas de Canaria y otras provincias ultramarinas; el puerto es muy seguro y acomodado para fabricar embarcaciones, por la abundancia que se goza de excelentes maderas, y así continuamente están embarazados sus astilleros; y si los españoles supiéramos aprovechar las utilidades que encierra la hermosura de su laguna, fueran continuados jardines sus márgenes, y se hubiera poblado un reino en sus orillas: las repetidas invasiones con que la han molestado los piratas han sido causa bastante para embarazar su crecimiento, pues á no haber padecido los estragos que con esta ocasión han ejecutado en ella el cuchillo y el fuego, fuera una de las buenas ciudades que tuviera la América; pero sin embargo mantiene hoy más de quinientos vecinos que la habitan; sus edificios, todos de piedra, son alegres, capaces y bien dispuestos; la iglesia parroquial, de obra moderna, es gallarda en su fábrica y bien proporcionada en su planta; venérase en ella una devota imagen de un milagroso Crucifijo, á quien los indios Quiriquires, habiéndose levantado contra los españoles el año de 1600, y saqueado y quemado la ciudad de Gibraltar, en cuya iglesia estaba entonces esta he

chura, con sacrílega impiedad hicieron blanco de sus arpones, dándole seis flechazos, cuyas señales se conservan todavía en el santísimo bulto, y es tradición asentada y muy corriente que teniendo antes esta imagen la cara levantada (por ser de la espiración), como lo comprueba el no tener llaga en el costado, al clavarle una de las flechas que le tiraron sobre la ceja de un ojo, inclinó la cabeza sobre el pecho, dejándola en aquella postura hasta el día de hoy.

Sustenta aquella ciudad para su lustre un convento de religiosos del orden de San Francisco, un hospital bajo la protección de Santa Ana y una ermita dedicada á San Juan de Dios, que fabricó el año de 686 la piadosa devoción del capitán Juan de Andrade: en lo temporal estuvo sujeta al Gobernador de esta provincia hasta el año de 678 en que, á pedimento de sus vecinos, se mandó agregar á la gobernación de Mérida de la Grita; y como el ser puerto de mar franquea más utilidad para las conveniencias y más autoridad para la graduación, trasladaron á ella los Gobernadores su asistencia desde entonces; quedando por esta causa constituída en cabeza de gobierno, y como tal reside también en ella el tribunal de la Contaduría, compuesto de dos Oficiales reales, proveídos por el Rey: la facilidad con que los piratas la saqueaban cada día por tener las barras de la laguna sin defensa, hizo aplicar remedio para su seguridad, fabricando en ella tres castillos, que guarnecidos de artillería, y presidiados de milicia, han sido bastante reparo para librarla de vejación tan continua; quedando con esta diligencia asegurada, y graduado su gobierno entre los de más estimación y utilidad de las Indias.

Entre tanto que Alonso Pacheco se entretenía en poblar la Nueva Zamora, no descansaban los vecinos de la ciudad de Santiago, atentos siempre á perfeccionar del todo su conquista, en que se hallaban cada día más dificultades por la obstinada resistencia de los indios; pero alentados con el buen principio de tener ya reducidas y sujetas las dos naciones de Tarmas y Taramainas mediante el valor con que Garci-González obligó á los caciques Paramaconis y Par

namacay á que diesen la obediencia, determinaron poner todo su esfuerzo en sujetar también á los Chagaragatos y Caracas, que habitaban la serranía que media entre la ciudad y el mar, para que sin embarazo quedase obediente y reducida toda la parte de la provincia que mira hacia la costa: á este fin se unieron los cabildos de Caravalleda y de Santiago, como interesados ambos en la conveniencia de quitar aquel estorbo de por medio para la total seguridad de su comercio y trajín; y ajustado el que á un mismo tiempo saliesen de las dos ciudades acometiendo cada una por su parte, á penetrar la serranía, que era habitación de aquellos bárbaros, para que divididas las fuerzas enemigas en la defensa, facilitase su misma división el vencimiento.

Entró con la gente de Caravalleda Gaspar Pinto, y Cristóbal Cobos con la de Santiago, logrando á los primeros pasos algunos buenos sucesos, que permitió el descuido con que se hallaban los indios; pero recobrados éstos del susto de aquella invasión primera, dieron tanto en que entender á los nuestros, que desesperados de poder conseguir la pacificación divididos, tuvieron por mejor juntarse haciendo un cuerpo de los dos campos y con las fuerzas unidas acometer al cacique Guaymacuare, que retirado de la costa con cuatrocientos gandules á lo más áspero y fragoso de la serranía, era quien fomentaba desde allí la obstinación con que peleaban los indios.

No se le ocultó al cacique esta determinación de los nuestros, ó porque le avisaron de ello los indios amigos que asistían en nuestro campo, ó porque acertó á prevenirla su discurso con la prontitud de su viveza; y así, aunque los dos capitanes, fiados en el silencio de la noche, pensaron disponer el avance de suerte que caminando con la oscuridad pudiesen llegar á tiempo que cogiesen al bárbaro desprevenido, lo hallaron tan cuidadoso, que aun no habían pisado los nuestros lo interior de la montaña, cuando haciendo señal las centinelas que tenía por los caminos, empezó á resonar el estruendo de los caracoles con que tocaban por todas partes al arma: entonces Gaspar Pinto, que gobernaba

aquella noche la vanguardia, viendo malogrado el lance, por la mucha vigilancia de Guaymacuare, sin esperar á que aclarase el día apresuró el paso con su gente, siguiéndole Cobos con la suya; y gobernándose por el mismo murmullo de los indios, se fueron metiendo por la montaña hasta salir á las casas que servían al cacique de retiro, donde ape⚫llidando á Santiago y disparando los arcabuces, se encendió entre unos y otros la refriega, sin que la oscuridad de la noche, los gritos y confusión de la pelea diesen lugar á que se pudiese reconocer á quién se inclinaba la victoria, hasta que al rayar el alba se fueron los indios retirando; si bien con ventajas tan conocidas, que pudieron aclamar por suyo el vencimiento, pues aunque los nuestros quedaron apoderados de las casas, fué con pérdida de diez soldados que se encontraron muertos, y con la desgracia de haber recibido Gaspar Pinto una herida en una pierna, que aunque pareció leve y de poco cuidado á los principios, debió de ser tan eficaz la actividad del veneno con que estaba la flecha preparada, que aumentándosele por instantes las fatigas y recreciéndosele por momentos las congojas, murió dentro de seis horas cayéndosele las carnes á pedazos y rabiando de dolores: fatalidad que cortó el hilo á la conquista, porque Cobos, amedrentado con la muerte del compañero, sin esperar á más se volvió para Santiago, y la gente de Caravalleda, á quien tocaba con más empeño la venganza, viéndose sola y sin cabo que la gobernarse, tomó la misma resolución de retirarse, quedándose aquellas naciones con la misma rebeldía que estaban antes, hasta que después el trato y comunicación las fué domesticando y el tiempo consumiendo, pues se aniquilaron de suerte, que ha muchos años que sólo quedó de ellas la memoria, sin que se reservase un individuo.

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