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se dilata, las rentas crecen, la Iglesia se llena de esplendor, el nombre, español, estendiéndose por un nuevo hemisferio, no cabe ya en el mundo. El Cardenal Mendoza, principal móvil de tantos prodigios obrados en tan poco tiempo, muere en 1495; pero el timon del Estado queda en manos del ínclito Cisneros, cuyo genio, aunque oculto bajo un oscuro sayal, descubierto felizmente por la inmortal Isabel, llevará a cabo la regeneración de la España, reforma de la Iglesia y engrandecimiento del trono de Castilla. No estaba la primera tan edificante coma indica Marina en sus declamaciones, ni era posible tampoco que, trabajada con una lucha de mas de seiscientos años y la dominacion odiosa de los moros, se hallase gobernada en toda su estension por un clero sabio y respetable; pero el Cardenal Cisneros, que ya desde confesor y siendo un mero fraile habia inspirado á la Reina el pensamiento de valerse de la autoridad del Papa para reformar la Iglesia, abrazó simultáneamente el plan de promover las letras y desterrar la ignorancia del suelo español, con cuya acertada política, despachando á Roma á su familiar D. Juan de Astudillo y al abad de San Justo de Alcalá D. Hernando de Herrera, personas de su confianza, mereció dichosamente que Alejandro VI espidiese un breve á los Reyes Católicos y al Arzobispo de Toledo, recomendándoles que proveyesen de remedio contra la impericia de los clérigos. Lamentábase el Papa de que muchos

sacerdotes no sabian el latin; y por desgracia no carecian de fundamento sus noticiás, pues segun consta del Concilio celebrado en Aranda en 1473, ascendian muchos clérigos al presbiterado sin conocimiento de la lengua latina (*). No hablemos de las costumbres del clero secular y regular: el desenfreno y relajacion reinaban á banderas desplegadas en todas partes, y levantaban su cabeza con orgullo.

En tal estado Cisneros lanza su penetrante vista por el teatro político de Europa, y contemplando que el prestigio de su autoridad y la de los Reyes Católicos no alcanzaban para acometer tamaña empresa, se auxilia con el escudo de los Papas, y entra santamente en là carrera. Los frailes le resisten, pero tienen que ceder; el conducto al Papa estaba, ya cortado; las monjas claman, todo en vano; su profesion es la clausura. La ignorancia del clero exigia otras medidas mas costosas y eficaces, á saber, el fomento de las letras, y tan árdua empresa no podia ser obra de un momento. Bien penetrado de esta idea el ilustre Cardenal, luego que obtuvo la bula de Alejandro VI, formaliza en Alcalá una universidad, y erige el admirable colegio de San Ildefonso con cuarenta y seis cátedras de dotacion, comprendidas las de matemáticas y lenguas orientales, que se abrieron

(*) Ideo, sacro approbante Concilio, statuit nullum ad sacros ordines de cætero promovendum, nisi sciat latine loqui.

en 1502, y á su instancia la universidad y colegio de San Antonio de Sigüenza; ejemplos que, imitados despues por otros varones ilustres, crearon como por encanto el colegio mayor fundado en Salamanca en 1506 bajo la denominacion de Cuenca; el de Oviedo, de la misma poblacion, debido al Obispo Muros, uno de los mas esclarecidos de la mitra de Canarias; el del Arzobispo, llamado asi en la misma ciudad, abierto en 1528; y antes de todos el de San Cecilio de Granada, propuesto por modelo en el Concilio de Trento (*). No traigo en vano estos establecimientos, ni recuerdo tan grata memoria halagado de su lustre y esplendor por un placer estéril; antes por el contrario, caminando siempre á mi principal objeto de dar á conocer oportunamente los perniciosos efectos de las falsas decretales, me complazco en señalar de antemano los liceos célebres, de que verá salir pronto V. M. mil eminentes varones, que las cortarán el vuelo y acabarán con su prestigio.

6. Lo que pasaba en Salamanca y Alcalá se repetia con el mismo celo en Huesca, Zaragoza, &c., cual si la voz de Alejandro VI hubiese dispertado la España del letargo. Tal era la influencia de los Papas en aquellos siglos,

(*) Al considerar tantos establecimientos y tantas glorias literarias, no pudo menos de esclamar el famoso Erasmo es¬ cribiendo á D. Juan Vergara: "¡Pluguiera á Dios que Alemania tuviese los sábios y piadosos prelados de España !»

Pero asi como las falsas decretales ensalzando su preponderancia originaron á la Corona las regalías susodichas, y promovieron en la monarquía la civilizacion y estudio de las letras, asi tambien arrastraron en pos de ellas funestos y lamentables perjuicios dignos de la mayor atencion, tanto por su trascendencia general en la disciplina eclesiástica, cuanto por el dilatado tiempo en que han reinado y todavía siguen dominando entre nosotros. Este punto, de que me toca tratar ahora, no es tan espinoso y obscuro que necesite suprimirse por temor de abusar del favorable discernimiento de V. M., y mas que, prevenida anticipadamente su importancia, adelante desde el principio el prospecto de la materia para despojarle de la aridez y confusion en que la envuelven los escritores sistemáticos, y facilitar á V. M. su inteligencia.

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En efecto, aquel cánon sardicense antes citado, que concedia á los Obispos, que hubiesen sido condenados en un concilio, la facultad de que sus causas fuesen revistas por los legados del Papa si asi les pareciese, adulterado siniestramente por el impostor, se convirtió en las falsas decretales en otro diferente, que permitia sin restriccion ninguna la apelacion de los clérigos á los Papas en todos los en todos los procesos, tanto de las sentencias definitivas, cuanto de las interlocutorias, asi de los actos forenses como de los estrajudiciales; con cuya estraña y perniciosa novedad, despues de haberse hecho imprac

ticable la buena administracion de la justicia, quedó Roma árbitra y señora de todos los juzgados y poblada, de curiales. Por otro canon apócrifo y no menos irritante supuso Isidoro en los Sumos Pontifices el derecho de disponer arbitrariamente de las dignidades y bienes de Ja Iglesia de todos los reinos y paises, sin distincion de patronos ni ordinarios, de usos ni costumbres, por cuya causa se inundó Roma de pretendientes muchas veces imperitos, no pocas disolutos y siempre incapaces de ser bien conocidos, añadiéndose la desgracia de que estos fatales errores pasaban por doctrina sana, se estudiaban en las universidades y colegios, é iban apoyados con la autoridad y nombre de escritores celeberrimos; por lo que no solamen te no se hallaba, sino que ni tampoco se inquiria el medio de corregirlos y extirparlos. En el siglo presente, en que la crítica purgada del espíritu sistemático de nuestros antepasados ha tomado un carácter á la par de mas ilustrado más imparcial y severo, gozamos tambien oportunidad de graduar las falsas decretales segun la escala que las corresponde; pero no debe omitirse que si nos remontásemos cincuenta años sobre la actual época, tal vez no descubriríamos, un autor enteramente exento de preocupaciones, no yéndole á buscar al siglo XVI en Antonio Agustin, Covarrubias y otros varones esclarecidos, que dedicados con la mejor. buena fe al estudio de la antigüedad, análisis de las materias canónicas, cómputo de

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