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dogma, se imaginó que apropiándose la supremacía de su Iglesia podria conservar lo que llaman sus doctores artículos fundamentales de la religion, y variar la disciplina arbitrariamente sin precipitarse en la heregía; pero ha visto por esperiencia que, además de haber quedado separada la Iglesia anglicana de la unidad católica, se observa aislada en medio de todas las comuniones, con absoluta incapacidad de comunicar su impulso fuera de sus dominios, ni granla conviccion de sus secuaces; y aunque gear llena de riquezas y haciendo parte civilmente del Estado, se contempla en punto á religion sin libertad, sola, enteramente sola, gimiendo entre cadenas de oro, como una esclava brillante de pedrería calzando á una princesa. No era tan facil innovar la disciplina eclesiástica como juzgaba Enrique VIII, imitado despues de otros. reformadores, sin romper con la unidad; verdad importante, que si hubiera sido bien profundizada tal vez evitara muchas agresiones que manchan la memoria de los príncipes. A primera vista parece muy accesible, supuesta la determinacion decidida de un Gobierno, el trastornar la disciplina, por cuanto hallándose sostenido de sus tropas y de miles de satélites derramados en las provincias, prontos á su voluntad, se encuentra, mirando solo á la política, con todos los elementos para realizar sus planes; y mas que la Iglesia, entregada á su espíritu de paz y descansando en sus cánones y leyes, nunca opone mas resistencia que las razones de

justicia, sus ruegos y lamentos. Pero aunque el Señor la ha dejado espuesta parcialmente en cada reino á tan temible contingencia, que en alguna época aumentará la legion gloriosa de los mártires, la ha defendido sin embargo con un muro inespugnable, á saber, la universalidad de su estension; circunstancia que no permitará nunca á sus enemigos perturbar en la totalidad el culto público. En efecto, la Iglesia de Dios abraza en su órbita todo el globo: la de España, Francia, Inglaterra, Alemania, Cochinchina, Oceanía, &c., &c., que profesan el catolicismo, observan una misma doctrina respecto al centro de su gobierno; todas juntas forman un redil bajo el cayado de un mismo Pastor, y por consiguiente lo que llaman los innovadores disciplina esterna se halla impuesto, inspeccionado y aprobado por este único pastor en union con los Obispos. Ahora bien como los gobiernos temporales dispersos por la tierra están ceñidos á un ámbito incomparablemente menos estenso que la comunion católica, y cada uno de ellos procede con diferentes miras, ama diversa religion y tambien otra política, resulta prácticamente demostrado que ninguno se hallará nunca con fuerza bastante para trastornar ni aun materialmente la disciplina de la Iglesia, ó deformar la unidad maravillosa de su culto. Cuando, pues, reflexionando sobre esta admirable providencia con que Dios sostiene el ejercicio práctico de su santa religion, se tiende la vista por tantas zo

nas, tantos mares y climas, por tantos gobiernos de principios diferentes, despóticos, repu blicanos, constitucionales, mistos, todos poblados de católicos; cuando se consideran además tantos idiomas, tantos dialectos, tanta multitud de caracteres y grados de civilizacion entre el inmenso número de fieles, unos familiarizados con los conocimientos mas sublimes de las ciencias y artes, y otros en proporcion descendiendo paulatinamente hasta encontrarnos en el último estremo con los neófitos que acaban de abandonar las selvas en el Canadá, todos sin embargo dóciles á la voz de sus Obispos, unidos á la Santa Sede en el arreglo de su disciplina, y comparamos luego á los revoltosos de España proponiéndose trastornarla arbitrariamente sin contar con Papa ni ningun prelado de la tierra, la fábula de los Titanes afanados en escalar el cielo no se nos representa tan quimérica.

3. Para sincerarse de una nota tan irrisoria, si no llevara consigo tanta trascendencia, replican los sofistas que sus fines nunca han sido reformar las Iglesias de otros reinos, sino esclusivamente la de España; esplicacion que los entrega á una censura no menos odiosa, en razon á que hallándose la disciplina de toda la comunion católica al cargo de sus Obispos, implica contradiccion que el Gobierno innove la de esta monarquía, sin romper simultáneamente con la unidad y acreditarse de tirano. Pero por lo menos, ¿no conseguiria entonces de este

modo dar la ley á la Iglesia nacional y separarla de su centro? No, tampoco aqui resplandece especialmente la obra del Señor; diré la causa. El principio de la independencia de la Iglesia para gobernarse, acordar su disciplina, conservarla ó moderarla segun las exigencias de los tiempos, estrecha la conciencia de los Obispos igualmente que la 'defensa de los dogmas. Bajo este concepto, aunque los novadores, hollando todas las leyes divinas y humanas, verificasen de hecho el trastorno que premeditan, y, abusando sacrílegamente de la fuerza, echasen abajo tras de los conventos ya demolidos las catedrales y parroquias, y por falta de Obispos y sacerdotes cesase en España el culto público durante cierto intervalo, su Iglesia no obstante triunfaria con tal que, firmes los ministros evangélicos en el depósito de la fe, se resignasen con todo género de sacrificios antes que prestar su consentimiento á las máximas del mundo. En tan críticos momentos la mano de Dios siempre se interpone, y consuela con mil géneros de prodigios á su Iglesia militante. Unas veces, por ejemplo, se ve en Damasco un Ananías dirigirse de orden del Señor al domicilio de Sauley trasformarle de seguidor en apostol de las gentes; en tal caso una virgen tierna de trece años (santa Lucía) revela durante su martirio el fin de la persecucion; en tal otro se advierte por los aires un letrero misterioso (in hoc signo vinces), que anuncia el triunfo del cristianismo; y en gene

per

ral, observamos constantemente que al llegar la tiranía á cierto estremo el auxilio divino es infalible. Y qué, ¿faltará tan adorable providencia en nuestros dias? Lejos de esto, aun suponiendo la violencia de los novadores precipitarse al mayor estremo, los Obispos viven persuadidos que, cuando aplacada la ira de Dios volviese por su santa causa, la Iglesia de España, purificada con la adversidad, apareceria mas gloriosa que antes, su independencia quedaria respetada, y las tribulaciones incesantes de nuestra era servirian para consolidar la fe de los siglos venideros.

4. Estas consideraciones por sí solas me autorizaban para dar por concluida la cuestion, porque habiendo reducido al Gobierno á la imposibilidad de ejercer la disciplina sin inducir un cisma, y á la de consumarle sin la prevaricacion de los Obispos, queda indudablemente comprobado, que si atropellando por todo género de respetos se arrojase á tal estremo, no alcanzaria mas ventaja que la de figurar en la lista de los Dioclecianos. Sin embargo, como no todos se hallan impuestos de los antecedentes del derecho canónico para deducir las consecuencias de los principios generales que he sentado, y por otra parte ocultan pérfidamente los novadores sus ideas favoritas que conviene dejar bien descubiertas, me tomaré el trabajo de profundizar el punto para irlas dando lugar y hacer conocer mas claramente, que apoderándose el Gobierno del arreglo de la disciplina,

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