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de la fuerza. De ella trae el origen la pomposa frase de que la Iglesia está en el Estado, de que voy á hablar; axioma ambíguo, con el que han llegado á persuadir á muchos literatos de que el Gobierno posee el derecho de arreglar la disciplina eclesiástica de cualquier modo que se esplique la palabra disciplina. Todo consiste en una misma causa, que es el arte de que se han valido los novadores para introducirla. Las mas de las obras de derecho público producidas desde el tiempo de los enciclopedistas, desechan la revelacion en el fondo de sus sistemas; y bajo tal concepto sientan ciertos axiomas como bases de sus teorías, que admitiéndolos gratuitamente conducen tambien á pasar sin escrúpulo ninguno las legítimas consecuencias que en tal caso se deducen. Concediendo á un autor que la Iglesia se halla en el Estado, segun un deista desenvuelve este principio, nadie puede disputar al príncipe su derecho de gobernarla; mas esplicándola segun dicta la razon se desvanecen uno por uno todos los sofismas. La Iglesia está en el Estado, cierto es; pero con esta única noticia nada adelantaremos respecto de su autoridad ni en pro ni en contra, si no inquiriésemos su origen y el modo de su existencia. Un monarca constitucional se halla en el Estado, otro absoluto tambien, y cada uno se encuentra de diversa suerte. Es decir, que la razon de hallarse la Iglesia en el Estado no suministra motivo para calificar el grado de su potestad si no investigásemos además la forma

con que la dejó establecida Jesucristo. ¿Y bajo de qué forma la fundó? Nada hay mas facil de comprobar con los testos del Evangelio anteriormente citados. Con todo, considerándome ya rebatiendo á los enemigos de la revelacion, á quienes las divinas Escrituras no infunden respeto, me remitiré al testimonio irrecusable de la esperiencia; y examinando la Iglesia primitiva en el cenáculo, investigaré el modo con que apareció entonces en el Estado, pues de la misma suerte que procedió en su origen ha de proseguir hasta la consumacion de los siglos. El cenáculo es la cuna de la Iglesia. Y bien, ¿qué pasó alli? Los Apóstoles puestos en oracion esperaban el cumplimiento de la promesa de Jesucristo: llega el momento; óyese un ruido estrepitoso; siéntese un torbellino; el Espíritu Santo desciende, y acto contínuo los Apóstoles inspirados salen de aquel pequeño recinto y predican el reino de Dios. El Espíritu Santo, los Apóstoles; esta es su forma primitiva; no hay otra, no la habrá. Vengan ahora los políticos esplanando el derecho que asiste al gefe del Estado para tomar cuentas á todos sus subordinados, les responderé al instante que San Pedro, modelo de la humildad y de la obediencia, no aguardó el permiso del gobierno de Jerusalen para empezar su predicacion, y convertir con la gracia del Espíritu Santo ocho mil judíos en sus dos primeros sermones.

4. Díganme despues, apoyados en la série de sus consecuencias, que el gefe del Estado

podrá valerse de su autoridad y emplazar á juicio á los predicadores; al momento les replicaré tambien, que San Pedro compareció ante el Sanhedrin de los judíos y se defendió con dignidad, advirtiéndoles, que estando por medio la ordenacion de Dios, no podia dispensarse del cumplimiento de su ministerio. La Iglesia compareció asi ante las naciones, y del mismo modo ha de continuar perpétuamente. El gobierno temporal no tiene mas que la alternativa de conformarse ó perseguirla; pero en ningun caso adquirirá el derecho de mandarla, porque los Obispos, sucesores de los Apóstoles, deben morir entre tormentos primero que enagenar su independencia. No se creia que habia de llegar el tiempo de llevarse la disputa á tal estremo en un pais católico. Antes de la aparicion de las sectas filosóficas, la cuestion de la Iglesia en el Estado se ventilaba bajo otros conceptos muy distintos, entre los que se habia hecho lugar la hermosa esplicacion de San Francisco de Sales, á saber, que la Iglesia se halla en el Estado del mismo modo que está el alma en el cuerpo, animándole y perfeccionándole gradualmente. El Gobierno, durante el politeismo, entregado á la barbarie y supersticion, sacrificaba á sus dioses infernales víctimas humanas, y celebraba con abominable libertinage el culto obsceno de sus fiestas, en vez de que luego que la Iglesia entró triunfante en el Estado, no reconoció mas divinidad que al Criador del universo; y ofreciéndole en holocausto la hostia

inmaculada del Cordero, adornó con la fe conyugal y el coro de las vírgenes la magnificencia de sus fiestas. El Estado antes de incorporarse en la Iglesia, impelido de las leyes de la fuerza y desconociendo el derecho natural, dividia los hombres en esclavos y señores, tratando á los primeros con mas vilipendio que á las bestias; en igual de que luego que la Iglesia hizo parte suya proclamó la confraternidad de todos los mortales, y dulcificando por un efecto de esta moral santa y sublime el corazon de los legisladores, estrechó los vínculos sociales entre compatricios, estrangeros, gobernantes, gobernados; entre los padres é hijos, domésticos y estraños, y elevó sin coaccion ninguna las naciones á un grado de civilizacion que ni siquiera podian imaginarse los gentiles: civilizacion que siempre va en aumento, y terminaria, si el espíritu religioso no encontrase el obstáculo del pecado y la influencia del mundo, en una fraternidad completa, de lo que la Iglesia primitiva de Jerusalen y la del Paraguay han ofrecido ya ejemplares. He aqui cómo se halla la Iglesia en el Estado, y los títulos que puede presentar en todas las naciones para acreditar lo favorable y útil que les ha sido su moral y su independencia. El testimonio de estas verdades, depositadas en las historias y tradicion de los pueblos, no permite contradiccion á los adversarios de la Iglesia; ¿ni cómo habian de impugnarlo, sirviendo de comprobacion de lo pasado lo mismo que se está viendo

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al presente, solo con saltar la valla de la poblacion cristiana? Pero á pesar de tantas maravillas que acreditan el esplendor de la religion, sus enemigos no se dan por satisfechos; antes por el contrario, viendo á la historia antigua y nueva estrecharles por todas partes y salirles al encuentro el espectáculo de la civilizacion, compañera inseparable de la Iglesia, nos alegan ahora que esto no obstante, en el hecho de haber nacido en el Estado le pertenece á éste por derecho de precedencia gobernarla; que en suma viene á ser lo mismo que repetir bajo otra forma los sofismas antes rebatidos. La antigüedad del Estado sobre la Iglesia: véase el nuevo argumento de los reformadores. En general la escuela atea lleva en todos sus sistemas el sello

que la distingue. Sus corifeos, semejantes á las abejas, haciéndoles favor, buscan, preparan materiales, los reunen, los acomodan, los dividen, subdividen y vuelven á subdividir; muchos problemas, axiomas, teoremas, secciones, comentarios, observaciones, notas, &c., &c., pero nunca cuentan con el Autor del universo. Sus producciones establecen la soberanía, ya en los reyes, ya en los parlamentos, ya en una cámara, ya en dos; en todo varios menos en olvidarse del Todopoderoso. En consecuencia sus teorías, faltas del verdadero principio moral que eslabona las obligaciones, han formado una generacion inquieta, rebelde, tumultuaria, que compite en disolucion con Roma pagana, escede á los bárbaros en el pillage, y al mismo

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