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sultas de casi todos los Obispos, sin duda para no complicar el principio reconocido por el obispado francés en cuanto á los puntos dogmáticos reservados á la santa Sede, con otros mas oscuros de disciplina contrarios á las decantadas libertades de la Iglesia galicana. En una palabra, las personas instruidas en los sucesos de aquella época no ignoran que la mayor parte de los Obispos franceses acalaban á la autoridad del Rey con preferencia al Papa respecto á la disciplina canónica; por lo que se puede razonablemente congeturar, que si en vez de haber sido tan arrebatada la constitucion civil del clero se hubiera redactado con mas moderacion, acaso no conoceríamos su examen analítico ni el nombre de los treinta y seis Obispos que la suscribieron. No insulto su memoria: dichoso yo si, ya que carezco de sus talentos esclarecidos, imitase sus virtudes apostólicas; pero por lo mismo que la memoria de aquellos prelados célebres se ha trasmitido con tanto lustre á la posteridad, no juzgo inoportuno revelar con esta ocasion los perjuicios trascendentales que ha originado á la Religion el depositar los Obis pos su confianza en la autoridad civil á propósito de las materias eclesiásticas, y disputar á Jos Papas con este prétesto la supremacía. Los Obispos, pues, que suscribieron aquella memorable esposicion, resignándose con la deportacion y la muerte antes que prestarse al juramento de la constitucion del clero, probaron hasta la evidencia su amor á la verdad y el celo

ardiente por la fe que caracteriza á los varones apostólicos. Con todo, á pesar de un testimonio tan brillante y honorífico á su dignidad, aplicando el analisis filosófico imparcialmente á la cuestion, no podemos menos de observar ahora que las opiniones singulares de la Iglesia galicana ofrecian un campo vasto para fomentar y sostener un cisma en aquella monarquía á causa de carecer el obispado francés, en medio de tantos prelados eminentes, de un punto de apoyo fijo é indeclinable contra los esfuerzos de los novadores, y que por el contrario los principios canónicos de la Iglesia hispana, consolidada sobre la santa Sede, presentan un muro inespugnable, y no permiten á los enemigos de la Iglesia tan facilmente el tránsito que se imaginaban á imitacion de los revolucionarios franceses, y menos su soñado triunfo.

19. Como quiera, el ensayo práctico que se ostentó en Francia de un cisma religioso cimentado sobre el poder legislativo, ha dejado indisputable el mérito de la sumision de los Obispos al soberano Pontifice siempre que se trate de las materias eclesiásticas. En efecto, varias personas timoratas bien intencionadas y de grandes conocimientos, sin embargo de que respetaban en silencio las autoridades constituidas, como no podian menos de advertir la multitud de abusos introducidos en el ramo gubernativo de la Iglesia, casi habian llegado á persuadirse que, verificada de hecho una reforma aunque ilegítima, se compensaria este

defecto con el ejercicio heróico de las virtudes evangélicas, y un orden activo y edificante en el ministerio clerical y servicio de las parroquias. Pero cuando el espectáculo horroroso de la Francia, permitido por Dios para escarmiento universal del mundo, nos manifestó patentemente que de tantos Obispos constitucionales unos habian apostatado, otros hecho dimision y contraido matrimonio, y que aun los mas pundonorosos llevaban consigo la nota de regicidas y de complicidad en las impiedades abominables de la Convencion; digo que cuando se recuerdan estas memorias tan amargas, las personas mas sedientas de reforma reconocen, ya desengañadas, como mas útil y prudente depositar su confianza en las autoridades puestas por Dios, á pesar de sus mayores desaciertos, que arrojarse en el partido de los revolucionarios; y tanto mas, cuanto que á todo trance sabemos todos que los católicos verdaderos nunca quisieron comunicar en Francia con los Obispos cismáticos. Estos por su parte no se hicieron recomendables á la Corona en lo sucesivo, pues sin embargo de haber debido su existencia á la sancion de la Constitucion del clero, que suscribió mal de su grado Luis XVI, prestaron todos ellos el juramento de odio eterno á los reyes, no á causa de su predileccion á la democracia, sino llevados de su adhesion servil á los gobiernos, bajo cuyo sistema nadie pone en duda que hubieran pronunciado otro mas enérgico contra las repúblicas, si un tira

no les hubiera exigido el juramento: pero Napoleon, demasiado penetrante para ocultársele el carácter de aquellos reformadores mercenarios, consideró mas decoroso á su persona salir de ellos de una vez, y los extinguió de una plumada en su concordato con el Papa. ¡ Tan frágil es, Señora, una Iglesia creada sin anuencia del soberano Pontífice!

20. Pero ya es hora de que, dejando á un lado á los adversarios de la potestad eclesiástica obstinados en ofuscar el principio mas sólido de la religion, dirija á V. M. mi reverente discurso, esponiendo separadamente á su alta consideracion el respeto que merecen por todos títulos al Gobierno el voto unánime de los Obispos de la Iglesia hispana y la supremacía de la Santa Sede, partes integrantes de esta controversia religiosa. Los primeros sin faltar á la modestia pueden acreditar con diez y ocho siglos y medio de la historia, que han sabido mantener incorrupta la fe de Jesucristo en esta vasta monarquía, sin embargo de que por reglas ordinarias parecia imposible conseguirlo durante la larga dominacion de la morisma. Consejeros constantes en aquella edad calamitosa, y aun compañeros de armas de sus ínclitos monarcas, al mundo consta la gloria que adquirieron en el servicio de la religion y del Estado. No contaré la última recomendacion entre los distinguidos timbres que realzan su memoria, pues aunque la cualidad de Obispos no les exoneraba en su tiempo de tomar parte

en las batallas, mi intento se reduce á representarlos esclusivamente como prelados, y hacer valer la estimacion que se grangearon conservando nuestra divina religion y la observancia de la primitiva disciplina, asegurada en la coleccion de nuestros Concilios nacionales. Tan fieles á los monarcas como firmes en la religion de nuestros padres, la historia testifica que el ejemplo, la doctrina y perseverancia de. San Leandro y San Isidoro extirparon el arrianismo, é identificaron desde Recaredo el cetro español con la ortodoxia; y que estos santos doctores, modelos de la Iglesia hispana, fueron el espejo constante de los Obispos en los siglos sucesivos. En efecto, durante la dilatada dominacion de los sarracenos, la España, en la alternativa incesante de los combates, ya prósperos, ya adversos, sufre muchos reveses en su gloria los pueblos, los próceres y aun los mismos Reyes, cediendo á la impetuosidad de las pasiones, comparecen alguna vez ante la posteridad con dictados poco decorosos; pero el cuerpo de los Obispos, en cuanto a su cargo principal de mantener el depósito de la fe y la unidad con la Santa Sede, nunca mancha su reputacion. La España lanza los moros de su suelo, respira, queda libre, y al momento observamos al célebre guardian el P. Fr. Juan Perez, y á una junta de Obispos, aconsejar la espedicion del gran Colon á la inmortal Reina de Castilla; sin grandes conocimientos matemáticos, convenimos, pero por lo mismo mas dig

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