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do nacieron independientes entre sí, no solo no se hallan en contradiccion, sino que reportan grandes y recíprocas utilidades en auxiliarse y sostenerse mútuamente. En este concepto, cuando el gobierno, atraido de sus propios intereses, solicita el apoyo de la Iglesia y ponerse en armonía con sus cánones, no solo no se hace de rogar nuestra santa Madre, sino que anhela prestarle sus mas firmes servicios, siguiendo el impulso de la caridad que la sostiene y vivifica; pues como por una parte le incumbe la obligacion de obedecerle y respetarle, y por otra facilitar á los fieles la administracion de Sacramentos, las espensas del culto religioso y otras muchas ventajas semejantes, nada le importa mas que emplear la poderosa influencia del gobierno para conseguir mejor sus religiosos fines. Véase aqui el verdadero fundamento de la relacion de la Iglesia católica con el Estado sin estrañarnos de su propia naturaleza; es decir, sin perderse de vista la ley de caridad, que es el alma de nuestra santa Religion: y véase tambien el origen de la concordia tácita ó espresa que les ha estrechado en todos tiempos, sin necesidad de implicarnos en falsas teorías, ni ofender el decoro y dignidad de ambas autoridades.

9. Sin embargo, como esta union, esta concordia es susceptible de modificaciones mas ó menos favorables á las partes, se viene al conocimiento que han de variar, aumentarse ó disminuirse las atribuciones de una y otra po

testad en sus recíprocos acuerdos segun el espíritu del siglo, la sagacidad y el carácter dominante de los que arreglan las negociaciones. Asi que, cuando los apologistas de las regalías ó los de las inmunidades eclesiásticas se propusieron deducir sus razones y argumentos, fijándose en una época determinada y en las opiniones corrientes de tal siglo, procedieron equivocadamente en sus juicios, atento á que, no pudiendo dimanar de la esencia é imprescriptible naturaleza de ambas potestades el vínculo contingente de su conexion, era preciso estudiarle en las bases de los convenios sin tocar á su mútua independencia. En una época, por ejemplo, empeñados los reyes en guerras religiosas, prestarán su influjo estraordinario al sacerdocio, para facilitar por medio de sus exhortaciones el exterminio de los infieles, y remunerarán despues con privilegios lucrativos sus eminentes servicios. En otras acaso, persuadidos de que alcanzaron las victorias por intercesion de ciertos Santos, elevarán templos á su memoria y los dotarán con pingües territorios; y por el contrario, faltos en otras ocasiones de tropa y de dinero, se opondrán á la entrada de novicios en los claustros, ó se valdrán de las riquezas de los conventos para salir de sus apuros. De consiguiente, si no se traen á la vista estas contínuas vicisitudes cuando se susciten disputas entre ambas autoridades, se acalorarán los ánimos, apoyando cada uno sus razones en épocas distintas como en una prueba irrecusa

la

ble de su perpétuo derecho, siendo asi que misma variedad manifiesta lo contrario. Mas con todo, haciendo justicia á la verdad, y renunciando del espíritu de partido, siempre aparece indisputable en medio de tan contínuas, alternativas, que las inmunidades eclesiásticas, asi de personas como reales, aunque establecidas en lo esencial por ordenacion divina, reciben sin embargo mas o menos amplitud de la potestad civil, bajo cuyo concepto quedan sujetas á las contingencias del siglo. Igualmente reconoceremos que las atribuciones de los príncipes en la Iglesia proceden de gracias y títulos debidos á nuestra santa Madre, subordinados en este sentido á las condiciones impuestas en la donacion.

10. Ciñéndonos á la historia de España, ya va notado varias veces que la Iglesia adquirió mas que cedió mientras fue gobernada por los Concilios nacionales; y que si las prerogativas régias se hubieran de restituir á aquel primitivo estado, la Corona perderia muchos intereses y su mas sólida influencia. Con todo, á la vuelta de dicz ó doce siglos ejercieron en Europa por dicha de la humanidad un poder estraordinario, en cuya virtud se demarcaron los límites de ambas potestades, guardados y respetados casi sin censura durante tres siglos consecutivos, hasta que ultimamente se empeñó la lucha entre los Papas y príncipes seglares, y fue preciso negociar, despues del concordato con Felipe V, el célebre entre Benedicto XIV

y Fernando VI, felizmente concluido en 1753, que es el modelo clásico que debemos tener ahora delante si deseamos superar las dificultades que han sobrevenido.

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11.. Volvemos otra vez al concordato. En otro lugar procuré ilustrar el punto contra cierta clase de personas que le impugnaban como opuesto á los antiguos cánones de la Iglesia hispana, á las regalías, patronato, &c., &c.; pero segun vamos adelantando salen á la palestra nuevos argumentos deducidos del gobierno representativo, en el que se escudan nuestros adversarios pretendiendo subordinar la Iglesia á la soberanía nacional, sin guardar ningun miramiento á los convenios. Con esta idea los revoltosos de España, olvidándose al otro dia de los principios profesados en el anterior, no se avergüenzan de ostentar servilmente las opiniones jacobinas de la asamblea nacional francesa, que se pronunció árbitra soberana del culto religioso, sin embargo de que en todos sus discursos y declamaciones han estado proclamando la autoridad independiente de los concilios nacionales y los derechos privilegiados de la Iglesia hispana. ¿Cómo puede sostenerse de buena fe la libertad de la Iglesia hispana suponiéndosela sujeta á la disciplina canónica acordada en un cuerpo laical? ¿Cómo puede defenderse en ningun sentido que se degradan los Obispos prestando obediencia á las decisiones pontificias, y acto contínuo que se honran y esclarecen sometiendo su juicio ca

nónico á los cuerpos legislativos? Si al combatir tales contradicciones y máximas anticristianas tuviéramos que entendernos con los jacobinos de la asamblea nacional francesa, ya sabríamos el modo que habíamos de preferir para refutarlos, apelando á la esplicacion filosófica de la soberanía que va adelantada con toda precaucion; pero no deja de sorprendernos la singularidad de que confrontando los escritos de esta clase, y fomando. cuenta exacta de las plumas que los redactaron, encontramos á la primera ojeada que las personas tan preciadas de filósofos que ahora nos vienen repitiendo los principios jacobinos proclamados en la revolucion francesa, son los mismos é idénticos sugetos que nos estaban clamoreando con las falsas decretales y los cánones de la antigua Iglesia hispana.

¡Qué ignominia! No llamaré la atencion de V. M. sobre la mala fe de semejantes adversarios. Todo el tiempo que se emplee en reconvenirles con la moralidad y respeto religioso lo considero por perdido, pero importa mucho darles bien á conocer, á fin de acabar cuanto antes con su abominable imperio, pues segun mi modo de pensar, constando de lo dicho hasta la evidencia que ellos mismos no están convencidos de las opiniones que propagan, deben llenarse de rubor cuantos han caido en sus lazos. La inconsecuencia de sus teorías y el artificio indecoroso de que se valen desertando de unas á otras á merced de sus intereses perso

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