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el Papa, que consolide la corona y restituya la tranquilidad á nuestra santa Madre Iglesia.

3. No negaré que tambien el concordato suena como una palabra de contradiccion á ciertos revoltosos de sistema encanecidos en su filosofismo, que no solo miran con desprecio las decisiones de la Iglesia y los principios inconcusos de la religion, sino que tampoco escarmientan en las lecciones repetidas de la esperiencia, á pesar de estar tocando casi con nosotros; y antes por el contrario suponen que el memorable ejemplo de Napoleon antes citado, tan imponente en todo el mundo y aclamado con aplauso, debe ser considerado como ardid funesto de un tirano para empuñar el cetro de Francia y asegurar el despotismo con la supersticion. Sin embargo, estas declamaciones añejas y despreciables, dignas de Lafayette y su comparsa, han caducado ya con el jacobinismo, y no sientan bien en boca de nuestros coetáneos, que habiendo sobrevivido á la época imperial observarian al mismo Lafayette y compañeros sostener el concordato de Napoleon en el reinado de Luis Felipe, y sobre todo que mal de su grado habrán visto á los príncipes protestantes adoptar con aceptacion la misma diplomacia para conservar la paz en sus Estados. La verdad es que á los enemigos de la Santa Sede les anima un grande interés en levantar el grito contra el concordato de Napoleon, y que necesitarian un gran sacrificio para conformarse, pues acaso es

el suceso que mas les ha humillado y desconceptuado en el espacio de dos siglos, porque al mismo tiempo de haber dado lugar á las apostasías, estravagancias y crímenes con que se mancharon los llamados Obispos constitucionales, el mundo. ha sido testigo de que todo el edificio de su cismática iglesia vino á tierra con una firma de Napoleon. Este testimonio por sí solo sufraga para recomendar el concordato é imponer silencio á sus enemigos. El concordato de Napoleon representa mas de lo que parece. La Providencia, que se vale de las persecuciones y adversidades de la Iglesia para esclarecerla con mas gloria, manifestó claramente al mundo en aquel convenio memorable las grandes utilidades temporales que resultan á los Gobiernos de poder cortar todas las disputas en materias eclesiásticas, aun en las crisis mas violentas, concertándose directamente con el Papa: observacion importante, que con el tiempo conducirá por su trascendencia á reconciliarse los protestantes con la Santa Sede, puesto que no puede menos de ser fundada y necesaria una supremacía sin la que falta un medio canónico y eficaz de restituir el orden perdido.

4. No obstante, si los concordatos se hubieran celebrado entre los Papas y monarcas absolutos esclusivamente, aunque estos fuesen protestantes, siempre continuarian los declamadores pintándolos como instrumentos de la tiranía y despotismo. Pero desde que algunos

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entusiastas de partido, viéndose estrechados por la razon y la esperiencia, apelaron á este recurso hipócrita para seducir á sus lectores ignorantes, han ajustado mil convenios las repúblicas americanas, con cuyos repetidos ejemplares, aclamados con entusiasmo en sus congresos, ha quedado en un contrasentido vergonzoso semejante impugnacion. No es un secreto por cierto el concordato de las repúblicas de América con la Santa Sede, ni tampoco que con este medio pacífico y conciliador han desaparecido en ellas las conmociones religiosas, han afianzado la libertad política, y lo que mas me importa observar es, que habiendo despojado asi del predominio á las facciones, han conservado la obediencia al soberano Pontífice en todo el continente americano, y condenado á la execracion á los novadores que intentaron perturbarla.

5. De propósito me he detenido especialmente en los concordatos de Francia y las repúblicas americanas, para demostrar con estas pruebas novísimas y patentes, que ni el deseo de la ilustracion, ni el noble anhelo de la libertad civil ponen obstáculo en este punto á un Gobierno amante de la patria, y que por consiguiente abrigan algun secreto insidioso los que claman contra una medida tan plausible; secreto que no contemplo dificil penetrar considerando con alguna reflexion las innumerables gracias que están pendientes de 'un nuevo concordato, y con especialidad las con

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cedidas á las repúblicas americanas, tales como la creacion de obispados y parroquias, la reduccion de fiestas, y otras no menos importan. tes para el estado de la agricultura y el comercio. Si pues el Gobierno de V. M. se halla en aptitud política de alcanzar de la Santa Sede, no tan solamente la reparacion de muchos desastres causados por la guerra civil, y asegurar la futura existencia de la Iglesia y de sus ministros apoyándose en bases justas y canónicas, sino tambien de adelantar varias mutaciones oportunas que reclaman la vida activa de la generacion moderna y la corrupcion tan general de costumbres que por do quiera nos da en rostro, es claro que los que claman por las mismas medidas, y sin embargo se oponen con el mayor esfuerzo al concordato, llevan el fin oculto de que el Gobierno rompa con la Santa Sede y las ejecute de su propia autoridad para halagar con su aliciente al público, sin mas ventaja que promover de este modo un cisma lamentable, que suponiéndole hipotéticamente despojaria á la España del único elemento que aún reserva para recuperar alguna parte de su antigua grandeza, que es el de perseverar católica toda la nacion.

¡Ah! ¡Qué perspectiva tan halagüeña ofrece á un político de buena fe esta incomparable circunstancia, si llegase España á ajustar un nuevo concordato con la Santa Sede! ¡Cuántos, cuán grandes, cuán incalculables beneficios pendientes de tan importante resolucion resul

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tarian al instante á vuestra Real Persona, á los Obispos, al Sumo Pontífice, y sobre todo á la consolidacion perfecta del Gobierno de V. M.! A vuestra Real Persona he dicho en primer lugar, y si fuese preciso acreditarlo apelaria al testimonio interior de su conciencia, pues no temo asegurar que ha resentido mil y mil veces en ella una conmocion violenta y alarmante que la agita y llena de zozobra, puesto que ocupando V. M. el trono de San Fernando, y siendo protectora augusta del Concilio de Trento, ha visto caer ultrajada la magestad de la Iglesia española, despojados sus templos, huir vilipendiados sus ministros, y entregarse los seglares atareados á una reforma sacrilega del clero, como si el régimen establecido por Jesucristo debiera cesar en adelante. Estoy lejos de pensar que tan impíos desacatos vulneren en lo mas mínimo el caracter religioso de V. M., pues antes bien he sentado por base de mis reflexiones el principio reconocido entre todos los políticos, de que en los arrebatos estraordinarios que arrastran las revoluciones en pos de ellas, todos ceden á un impulso irresistible, sin prestar su consentimiento libremente ni saber lo que les pasa.

6. Con todo, aunque á los ojos de nuestra frágil vista no se distinga perfectamente la culpa de las autoridades que intervinieron durante los tumultos revolucionarios en las profanaciones de la Iglesia, siempre me parece á mí que descenderia V. M. con menos escrúpulo al

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