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nen la bondad de presentarse al pueblo, todo le hace conocer, que hai una inmensa distancia entre él i los miserables individuos que le adoran. Era necesario, que el alma de los príncipes fuese de una substancia mas noble, que las otras, para no ensoberbecerse con tales aparatos, i para no creer, que el resto de los hombres habia sido criado sin otro Jestino, que adorar a sus Sacras Majestades.

Educados estos semi-dioses en el seno de la abundancia, jamas oyen los gritos de la humanidad aflijida, que en los ardores del sol, i entre el frio i la desnudez muere de hambre i de fatiga, para contribuir con su parte a llenar las medidas del loco fausto de los palacios. El comerciante se ve precisado a establecer la mas estricta economía en su familia, para que puedan sus ganancias cubrir la suma de los impuestos. El artesano es arrancado de su taller i de su casa para tomar las armas, i llevar la guerra injusta donde probablemente encontrará la muerte, o la inhabilitacion para buscar despues su subsistencia. El marinero abandona su familia, i se arroja desesperado a los mares, para buscar el alimento de sus hijos i de su esposa; i si pudo vencer los contratiempos de su viaje, i vuelve con algunas comodidades a consolar aquella casa angustiada, pronto se ve arrebatar el fruto de sus trabajos, para poner un galon mas en las libreas del monarca. Todos los vasallos, en una palabra, sufren iguales miserias, con el desconsuelo de conocer, que estas desgracias son la obra del despotismo i no de la justicia.

El monarca sabe desde que nace, que debe reinar sobre sus pueblos; i cada acto de despotismo, que ve en su padre, es una leccion, que lisonjea sus pasiones, i le hace

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desear el momento en que debe empezar a disponer de la monarquía a su arbitrio i voluntad. Las quejas de los infelices sacrificados por el padre, no pudiendo llegar a los oídos del hijo, tampoco pueden servirle a éste de consejos para su reinado; por el contrario, los mismos aduladores, que hacian su negocio, fomentando la ignorancia i los vicios del antecesor, son los mas empeñados en que el sucesor no pueda trastornar sus planes miserables i rateros, i para esto les es preciso apartarle del conocimiento de los negocios del estado. Por todo esto debemos considerar a una monarquía como un bajel entregado a un piloto ignorante, que no puede salvarle en las tormentas, i solo es capaz de conducirle a los escollos i precipitarlo en los peligros. Por otra parte, la ninguna responsabilidad, que tiene este hombre por sus providencias i conducta, le asegura en todos los sucesos, i le da la salvaguardia para cometer impunemente todos los atentados imajinables. La fuerza militar que él manda, i que no reconoce otra autoridad, que la del que la paga, es un valuarte, que defiende la tiranía monárquica. La educacion de los vasallos afeminada e ignorante; las falsas ideas relijiosas, en que se hace apoyar el despotismo: las no menos falsas ideas de lealtad i sumision, con que se envilecen los vasallos, todo contribuye a consolidar la miseria de los pueblos, i la arbitrariedad de los reyes. ¿Cómo podrá un monarca ser un padre de sus vasallos, cuando vemos que todas las cosas conspiran para constituirlo en un verdadero tirano? ¿Queremos hacerlo dependiente de las leyes, cuando su poder es tal, que puede quebrantarlas con impunidad? Miserables teorías, que estan contradichas por la esperiencia de todos los dias, i de todos los pueblos: ellas no sirven para otra

cosa, que para deslumbrar a los que no quieren pensar sobre estos negocios importantes.

Las leyes de una monarqnía no pueden de ningun modo poner una barrera a la voluntad del rei: estas leyes no son otra cosa, que unos débiles pretextos para cubrir en cierta manera la arbitrariedad del ejecutor. Veamos esta verdad comprobada por los sucesos de todos los reinos en todos los siglos. Si por acaso en algun pueblo se dieron leyes a los monarcas, para que arreglándose a ellas tratasen solo de ejecutarlas, esto no duró, sino hasta que el ejecutor se halló con suficiente poder para destruirlas. Entonces se pretextó la nulidad de las antiguas, para hacer otras nuevas, se puso en obra el nuevo código, i si se quizo que lo sancionase el pueblo, no hubo en ello la menor resistencia, porque todo lo allana la fuerza de las armas. Casi no habrá un pueblo sobre la tierra, que no tenga una experiencia en sí de esta verdad. Los españoles tuvieron en un tiempo el gobierno monárquiro mas moderado que se conocia en Europa. Su rei no era sino el ejecutor de las leyes, que le daban los pueblos por medio de sus diputados, o representantes. Las Cortes velaban sobre la conducta del rei, i todos los diferentes pueblos que componian la monarquía, gozaban en medio de la mayor tranquilidad de los derechos que cada uno disfrutaba. Nosotros vimos despues esta sábia constitucion convertida en una verdadera tiranía, en un absoluto despotismo. Lamentábamos la desgracia de la conversion del rei en un tirano i un déspota; pero no maldecíamos el instante en que nuestros mayores colocaron el poder ejecutivo en un hombre, que lo dejaba por herencia a sus hijos i a sus nietos, sin conocer que en esto solo estribaba nuestra ruina. Recorramos las páji

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nas de la historia i hallaremos, que lo mismo que en España, ha sucedido en todo el mundo; porque esto es conforme con la naturaleza de las cosas, i porque si algo hubiera que extrañar, seria el que sucediese de otra

suerte.

Todo hombre es inclinado naturalmente al despotismo; i al paso que este vicio es abominable cuando se ve en otro, es dulce i lisonjero viéndole en si mismo. Por esto hai leyes en todas las sociedades contra la arbitrariedad i la prepotencia; pero estas leyes no llenan en ninguna parte sus objetos, cuando chocan con una fuerza irresistible. Así pues, el mejor medio de impedir este mal, es el de no consentir, que haya en un pueblo un hombre tan poderoso, que se atreva a atacar los derechos de los otros. La mayor audacia se contiene a la vista del peligro, aunque no haga caso de la razon, ni de la justicia; al paso que solo el poder basta para despreciar todos los obstáculos que le oponga la debilidad. ¿Cómo se pretende, pues, que un rei guarde la menor consideracion a las leyes, que no tienen tanta fuerza como los fusiles? Siempre será en vano cualquiera otra medida que se tome contra el despotismo, que no sea quitar el poder para alcanzarlo. El pueblo que no quiera jemir en la esclavitud, es preciso que sea zeloso por su libertad, i que no confie su suerte en aquel, que tenga poder para hacerle infeliz; en una palabra, es preciso que huya de los reyes como el cordero huye de los lobos.

El mayor mal que nos hicieron los reyes a los españoles, fué el habernos sumerjido en la ignorancia. Aquel tenebroso tribunal de la inquisicion, triste sepulcro de las letras, i bárbaro verdugo del injenio, que solo es

ocupaba en aterrar a los sábios, i en desacreditar las verdades mas claras de la filosofía; que bajo el pretexto de zelo relijioso, solo contribuia a corroborar el despotismo de los reyes, a disfrazar sus usurpaciones i violencias, a envilecer mas i mas a los vasallos; que era compuesto de los miembros mas corrompidos, mas ignorantes, i mas viciosos del estado; i que tenian las mayores facultades imajinables para surtir todo el terror que convenia al tirano, mui pronto convirtió al pueblo español en un pueblo de necios e insensatos. No hubiera sido asi, si nuestros mayores hubieran sido consultados sobre la conveniencia i necesidad de un establecimiento tan tiránico. (*) Iguales o mui parecidos medios han empleado en todas partes estos monstruos poderosos, para quitar a los vasallos hasta el derecho de pensar, que a todos nos concedió la naturaleza.

¿ Pudiera acaso proyectarse una forma de gobierno en que los pueblos fueran menos considerados, que lo que son en una monarquía? A mi me parece esto el mayor imposible; pues aunque se quiera decir, que hai otro gobierno mas duro, como por ejemplo, el que llaman despótico por antonomasia, el del Gran Señor, yo

(*) No es estraño que los déspotas hayan establecido estos tribunales enemigos de la humanidad i de las ciencias: su interes lo exijia, i con esto ya tenian un motivo, aunque injusto, para hacerlo. Lo que escandaliza a todo buen sentido es ver en Chile todavia en su fuerza i vigor las prohibiciones de la Inquisicion, destruida en España por bárbara i feroz. Será desde luego un signo de mal aguero para los que vean en nuestra revolucion, que nos asombra aun el terror del despotismo, cuando ya nos hemos librado de sus alcances, i mucho mas, que respetamos los establecimientos de la ignorancia, cuando pretendemos adquirir la sabiduría. ¡Majistrados de la Patria! temed la crítica justa de los filósofos, que tal vez dirán: en Chile aun no saben lo que traen entre manos: alli se habla mucho de institutos, de colejios, de cátedras, bibliotecas, elaboratorios, anfiteatros, jardines botánicos, gabinetes de historia natural, reglamentos sobre todas las cosas; pero aun no piensan en cortar el primer inconveniente que se opone a la ilustracion universal: la tenebrosa inquisicion influye todavia sobre los talentos de Chile.

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