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Ante estos guarismos, que no tenemos ya espacio para comentar como fuera debido, permítasenos solamente preguntarnos si, conforme á la célebre afirmación del barón Louis, la buena politica hace la buena hacienda ó si las cosas no pueden decirse totalmente á la inversa y en esta forma: la mala hacienda es causa de la mala política. Lo probable es que ambas afirmaciones contengan parte de una sola verdad, porque el encadenamiento de los complejos fenómenos sociales no permite aislar ni considerar separadamente sus diversos elementos. Por eso creemos exacta la fórmula en que nuestro pensador, el señor ingeniero don Francisco Bulnes, ha condensado la ley que rigió la relación entre nuestros deficientes y nuestras revoluciones, ley que puede expresarse así: «Mientras el deficiente no llegaba al 25 por 100 de los egresos, aunque surgiera una revolución, la dominaba siempre el gobierno establecido; si el deficiente excedía del 25 por 100, la revolución triunfaba y el nuevo gobierno venía á desempeñar una función liquidadora de los compromisos de su antecesor, pasándolos al capítulo de la deuda pública. >>

¿Tiene el señor. Bulnes razón? Resuélvalo por sí mismo el discreto lector; y si, como es probable, se decide por la afirmativa, considere desde ahora la importancia que para México habrá tenido la nivelación de sus presupuestos, realizada por primera vez sobre sólidas bases, como en el capítulo siguiente veremos, en el año fiscal de 1894 á 1895.

CAPÍTULO III

La Hacienda pública contemporánea

(1867-1903)

SECCIÓN PRIMERA

APUNTES PARA LA HISTORIA

Enorme y por todo extremo difícil era la empresa que, al ocupar la capital en 1867, halló frente á sí el gobierno republicano, presidido por el benemérito Juárez. El modesto y sincero liberal don José María Iglesias, que desde 1864 había tenido á su cargo la Secretaría de Hacienda, continuó desempeñándola con laboriosidad y empeño tan grandes, que su salud hubo de quebrantarse en breve muy seriamente, obligándole á renunciar el puesto. Sin embargo, los pocos meses que en él permaneció fueron bastantes para que con su claro talento, su experiencia en los negocios públicos, su honradez inmaculada y su apego inquebrantable al deber, por penoso que fuera, señalase con firmeza y pusiera en práctica con sinceridad los grandes principios en que la salvación de la Hacienda mexicana estaba vinculada. Urgía, ante todo, concentrar la administración fiscal y tener cuentas y datos, y reorganizó la Tesorería general de la Federación é instituyó en la Secretaría de Hacienda un departamento

de estadística y otro de contabilidad, que si en el curso de los tiempos ha sido suprimido con ventaja para centralizar en la Tesorería la labor de llevar las cuentas, prueba el empeño del señor Iglesias para introducir el arreglo. Importaba por modo apremiante reconstituir la autoridad del centro, y se apresuró á poner fin á las facultades que la guerra había hecho forzoso delegar en los jefes militares y en las autoridades locales. Precisaba cortar para siempre la múltiple cabeza de esa hidra que se llamaba agio, y que hasta entonces todo lo había devorado; y, por una parte, no consintió en descuentos ni anticipaciones de impuestos que mermaran los naturales ingresos del Tesoro y, por otra, puso en práctica para amortizar la deuda pública el sistema de almonedas, conforme al cual una suma en dinero se aplicaba al acreedor que más cantidad en títulos daba por ella; recurso empírico, si se quiere, é insostenible á la larga, pero único para demostrar de pronto la voluntad del Gobierno de amortizar la deuda sin preferencias odiosas ni arbitrarias coacciones. Cuanto á las tristemente célebres convenciones diplomáticas, se declararon rotas en razón de que los gobiernos europeos habían reconocido al Imperio; y con este solo acto reconquistó la nación la independencia que tenía perdida para resolver á su guisa sus cuestiones interiores y acabó para siempre la bochornosa intervención que los ministros extranjeros habían tomado, cada día con mayores apremios y hasta con verdadera insolencia, en la recaudación y empleo de nuestras rentas.

Todo esto se hizo en medio de la formidable tarea de resolver las gravísimas cuestiones económico-políticas que la restauración de la República traía consigo: liquidación de la deuda pública creada durante la guerra, castigo de los infidentes cuyos bienes habían sido ocupados, premios á los servidores fieles y á los militares que habían dirigido el triunfo, licenciamiento del numeroso ejército, regular é irregular, que había sido forzoso poner en pie, continuación de la obra de nacionalizar los bienes de manos muertas y otras muchas de importancia capital. Á todo atendió el se

ñor Iglesias, procurando siempre la más estricta economía, el mayor orden, la más amplia equidad que las circunstancias permitían, en medio de una desorganización todavía rayana al caos y de una escasez de recursos agravada por la actitud hostil y de vivo resentimiento de las clases acomodadas.

Como ya hemos dicho, la labor material, que hasta la falta de empleados aptos hacía más pesada, acabó por rendir al señor Iglesias; y entonces el señor Juárez llamó á su lado para dirigir aquella obra inmensa de crear la Hacienda pública, á un hombre cuya carrera comenzó en Veracruz en un modestísimo empleo durante la guerra de Reforma, que había demostrado una adhesión sin límites á la causa de la República y que, con infatigable perseverancia é inteligencia muy poco común, la había servido en los Estados Unidos mientras aquí teníamos la guerra con los franceses, desempeñando todo género de encargos y comisiones de importancia, tanto en la diplomacia como en otros muchos ramos.

Era ese hombre otro abogado, el señor don Matías Romero, cuyo espíritu probablemente se había fortalecido con el espectáculo admirable de las instituciones, de los métodos y de los procedimientos anglosajones de nuestros vecinos del Norte, y que á su patriotismo desinteresado y á sus demás cualidades y virtudes, unía dos tan inapreciables como raras en nuestro medio social: era un laborioso y no era un doctrinario. Tomó posesión del ministerio de Hacienda el 16 de Enero de 1868 y no sólo perseveró en el rumbo que su ilustre antecesor había impreso á los negocios de tan importante departamento, sino que lo acentuó y lo afirmó, entregándose, literalmente sin descanso, lo mismo de día que de noche, á la obra cuya inmensa pesadumbre había resultado superior á todas las fuerzas, aun á las de los financieros franceses que Maximiliano hizo venir, y uno de los cuales, víctima, á lo que se dijo, de una intensa labor intelectual, murió de una congestion en la mesa misma de su despacho.

El señor Romero no se arredró ante la gravedad de los inmensos y complejos problemas que tenía enfrente; por el

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