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CAPITULO VI.

Emprende Colon su segundo viaje. Descubre las Antillas. Llega á la isla Española, donde se le anuncia la destruccion de la Navidad, habiendo sido degollados todos sus compañeros. Fundacion de la ciudad Isabel. Violenta inquietud de sus habitantes; logra Colon calmarla. Échase á nuevos reconocimientos en el mar. Descubre la Jamaica. Se mantiene en su error respecto á la isla de Cuba.

Diez y siete bajeles contaba esta segunda expedicion, y aunque apenas si contuvieran los tres mayores cien toneladas, todavia es digna de reparo tomando en cuenta la época, sobre todo cuando la vemos con cuanto es menester para hacerse á la vela á mediados de setiembre de 1493, es decir, poco mas de seis meses despues de haber desembarcado Colon en el puerto de Palos, y á los ciento y veinte dias de su salida de la ciudad de Barcelona. Eran muchas las maravillas que de los remotos paises se contaban, de agudo estímulo las curiosidades que se habian traido de ellos, y ni el entusiasmo, ni la codicia podian mantenerse callados. Así es que, contra la resolucion de no tomar á bordo sino mil personas, entre marinos, soldados y pasajeros, luego contó Cadiz mil quinientas de todas clases y condiciones, que, poseidas de un espíritu aventurero, habian puesto en juego cuanto el ardid y la intriga pueden en las humanas pretensiones; ofreciendo así aquella ciudad un teatro de contento y de constante accion, dentro del cual se ajitaban nobles, caballeros, administradores, militares de graduacion, que, mal hallados en el ocio, desde que con bizarra intrepidez plantaran en la torre de la soberbia Alhambra el

I. HISTORIA.

estandarte de la fe, corrian á confundirse entre los jornaleros, artesanos y labradores, destinados á formar el poder material de las nacientes colonias.

Con exajerado anhelo ansiaba todavia el espíritu pugnaz de aquellos militares otros climas donde ganar nuevos prosélitos á la gloria de nuestro divino Salvador, pues demandaban con indomable impaciencia se les trasladase á donde poder renovar las esclarecidas hazañas que, al nombre de Granada, recordaban llenos de ufanía; á tanto iba su pasion por la andante y aventurera órden. Sobresalia entre ellos don Alonso de Ojeda, si no féliz en empresas, célebre por su arrojo en tentar las mas raras, las mas aventuradas, tal vez las mas temerarias; y no menos célebre por sus prendas personales. Persuadido este caballero, como Colon, como todo el mundo entonces, que las tierras descubiertas en el primer viaje formaban parte del grande imperio indio, bien creyó alcanzar especial nombradía, tomando por cuenta suya el penetrar en la populosa Cathay, y no detenerse hasta descubrir las tantas maravillas y preciosidades que allí guardaba hacinadas la pública opinion.

Llegó por fin el dia 24 de setiembre para templar impaciencias y satisfacer deseos, pues que debiendo dar vela en la mañana del siguiente, marinaje, soldados, y la mayor parte de los pasajeros hubieron de ir á bordo, donde quedaron esperando á que pareciera la próxima aurora, que fue saludada con aclamaciones de universal júbilo, al paso que se cruzaban en los aires los ecos compasados de la maniobra, el bronco rechino de los ferros, y el estrepitoso bullicio de todo un pueblo agolpado al puerto para despedirse de los que, en brazos de la fortuna, iban á trasladarse á paises de abundancia y

de bendicion. ¡Qué contraste con el luctuoso cuadro que pintó el pueblo de Palos al emprenderse el primer viaje! Voluntad, alegria, esperanzas, ilusiones, entusiasmo, todo corre esta vez en torno de Colon, que es el alma de tan grandioso movimiento, el héroe de la escena; y sin embargo no distingue la diferencia, porque embebido como le tenia tanta faena, solo atiende á verla concluida para comunicar la señal de largarse, como, en efecto, lo ejecutó así que oyera la voz vergas en alto, enmarándose el primero en la Maria-Galante, que todas las demas naos siguieron con ordenada majestad.

Lenta y entormecida se mostraba al principio la capitana, serpenteando en las aguas de la vasta bahía gaditana; pero apenas se pusiera á cierta distancia de la costa, y tendido que fuera su velámen, cuando, rompiendo las aguas con indecible soltura, pronto hubo de hacerse mira de la vijilante atencion de todos los oficiales de cuarto. Siguió la expedicion el derrotero de las islas Canarias; repuso en ellas ciertos mantenimientos; tomó algunos animales domésticos, varias semillas, y otros objetos de utilidad para las nuevas colonias, y en seguida dió vela en direccion del oeste-sud-oeste. Bonancible y de corta dura fue la navegacion, pues que en la mañana del domingo, 3 de noviembre, ya celebraba el almirante, con acciones de gracias, que en aquella época de piedad y de fe eran para los corazones un bálsamo saludable y consolador, el descubrimiento de la isla Dominica, así llamada atendiendo al dia de este suceso. El 4 se dejó ver otra nueva isla, y los descubrimientos se sucedian como mas se avanzaba; hasta que, por último, la expedicion se reconoció en medio de un archipiélago, que el error y la ilusa ignorancia, dieron entónces, por

el de esas famosas Antillas tan pregonadas en antiguos autores, sobre todo por el célebre jeógrafo Behain, que las suposo delante de la gran Cathay, y limítrofes con Cipango; habiéndoseles conservado este nombre hasta hoy.

Como quiera, visitó Colon algunas de aquellas islas, particularmente la Guadalupe, donde por primera vez vió, y aun gustó, ananas y otros frutos no menos fragantes y suculentos, en tanto que los naturales se internaban, llenos de espanto, en lo mas retirado de los bosques, despreciando las señales de paz de los Españoles que los seguian. Tuvieron estos que volverse con la dolorosa prueba de que los isleños eran antropófagos, suponién– doles, por lo mismo, los Cáribes, ó caníbales, de que se les diera noticia en su primer viaje; repugnante y bárbara costumbre confirmada en la deposicion de algunas mujeres prisioneras, que voluntariamente vinieron donde el almirante estaba, asegurando que la isla era un como cuartel jeneral de aquellos intrépidos é impíos guerreros, destinados á llevar muerte y exterminio en todas direcciones.

Aunque el deseo de poner término á la navegacion era jeneral, y tocara ya en descontento; aunque la isla ofreciera una perspectiva pintoresca y halagüeña; no quiso el almirante quedarse en ella, ántes tuvo por mas conveniente visitar primero la Navidad, con cuyo motivo se encaminó para la Española; cuidando en el tránsito de hacerse cargo, con mas ó menos exactitud, de todas las islas que sucesivamente se ofrecian á su vista.

Aportó á la Española el 22 de noviembre, y algunos dias despues á la Navidad...¡ ya sepulcro de sus antiguos y malhadados compañeros!...

Apenas se ausentara Colon de aquellos desgraciados, cuando la mas completa anarquía vino á desunirlos. No se conoce autoridad, ó, por lo menos, es obra de cada dia, pasando de mano en mano, y haciéndose mas digno de ejercerla, aquel que mejor responde á los caprichos, y á los fines del funesto interés, y que sabe callar ante criminales demasías; porque como no siguieran mas ley que la de los brutos, esto es, la violencia, entendian ser lejítimos dueños de cuanto poseian aquellos insulares, hasta corromper y profanar la honestidad de sus hijas y de sus mujeres, haciéndose por lo mismo pendencieros, despues ladrones, y al cabo asesinos unos de otros (que á todo esto conducen los celos y las envidias), para que los hijos del pais, hartos y exasperados de tanta insolencia, de tan violentas exacciones, y de tamaños desafueros, corrieran á vengarlos, dando á todos los colonos una desastrosa muerte.

Con extremado sentimiento supieron esta novedad los marineros que habian hecho parte de la primera expedicion, siendo para todos los demas, indicios, por lo menos, de un calamitoso porvenir. Tambien Colon la lloraba con agudísimo desconsuelo, hasta que allegada á su mente la imájen del cruento sacrificio, halló fuerzas para huir de aquel ensangrentado lugar, yendo á establecer su colonia en otro que, á las inmediaciones de MonteCristi, le pareciera mas propicio, y en el cual fundó la ciudad Isabel, en memoria de su digna y real protectora. Rendidos traia la larga navegacion á la mayor parte de los Españoles, pero todos ellos se prestaron gustosos al trabajo material de la construccion de los edificios, no obstante el bochorno cargado de humedades que reina en el pais, resultando, por lo mismo, la relajacion

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