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migos de la independencia de la Iglesia, pues han sido entre todos los personages de España los que mas han correspondido á sus ideas y planes de dominacion, pero reyes tambien que están siempre avisando á los Obispos el escarmiento que les amenaza si no ocurren con tiempo en defensa de su divina autoridad. Este suceso no está aislado. Una tímida condescendencia que se les deslizó en el anterior reinado de Egica allanó el camino luego á los escándalos de Witiza, tan ominoso á la Iglesia de España. Ya se ha hecho mérito pocas líneas antes de dos cánones formados en los Concilios Toledanos cuarto y doce, en el primero de los cuales se arrogaron los Padres la facultad odiosa de elegir reyes y deponerlos en ciertos casos notables; y en el segundo, por un contraste singular, concedieron el privilegio á los monarcas de nombrar Obispos, prévias algunas escepciones que salvaban los derechos del metropolitano y de las provincias; cánones ambos que aun cuando no existiesen no perderia nada la causa del trono y de la Iglesia, pues cada potestad se hubiera gobernado como hasta entonces, ciñéndose á los límites de sus atribuciones. Lo que sucedió con unas novedades tan estrañas fue el quedar el primer canon imaginario, como era de presumir, atendiendo á que los Concilios en materia de causas y elecciones de monarcas nunca podrian servir mas que de instrumentos pasivos de la fuerza armada, en igual de que á los reyes jamás les faltaria oca

sion de conservar y estender el privilegio que habian adquirido segun fuese de su agrado.

En efecto, la facultad de nombrar Obispos antes mencionada iba ligada canónicamente al método observado por los electores ordinarios, es decir, con sujecion á la disciplina de la Iglesia: pero tan pronto como el Rey Egica atisbó ocasion de hacer uso del privilegio á doce años de habersele concedido, al punto presentó una memoria en el Concilio decimosesto Toledano, de cuyas resultas se depuso al Arzobispo Sirberto, y sin otra formalidad se trasladó á Faustino de la iglesia de Braga á la de Sevilla, y al Obispo Felix de la de Sevilla á Toledo, quebrantando abiertamente los cánones mas firmes y plausibles de la Iglesia hispana. Era entre ellos el mas célebre el que prescribia la inviolabilidad de los Obispos, salvo en el caso de algun delito calificado; y aun entonces se reservaba el juicio al metropolitano con acuerdo del Concilio provincial; canon el mas célebre he dicho, porque á propuesta de Osio se formaron despues el 4., 5. y 7.° en el Concilio Sardicense, por los que se concedia á los Obispos condenados en el Concilio provincial el beneficio de apelacion al Sumo Pontífice. Además de estos cánones tan espresos en cuanto á la deposicion de los prelados, estaban por medio otros no menos importantes; á saber, el canon 1.° del referido Concilio Sardicense, el 38 del tercero de Cartago y el 6.o del segundo de Braga, que prohiben bajo las pe

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nas mas severas su traslacion á otras Sillas; todo lo que fue simultáneamente atropellado en el Concilio decimosesto Toledano, rendido al terror que sin duda sobrecogió á los Padres á consecuencia de la Memoria presentada por el Rey bien custodiado por sus tropas. Con unos ejemplos tan funestos, practicados al fin del siglo VII, nada sería de estrañar que Witiza, sucesor inmediato de Egica, hubiese llevado luego los ultrajes de la disciplina eclesiástica á un estremo mas abominable; porque, desprendiéndonos de toda parcialidad, ¿qué podia esperarse de un monarca públicamente concubinario y polígamo, y enemigo del celibato de los clérigos? Digase lo que se quiera, las leyes del matrimonio de los eclesiásticos fueron decretadas por Witiza conservadas por D. Rodrigo, puesto que, no habiendo sonado nunca en los reinados anteriores, se hizo preciso revocarlas en los sucesivos; resultando de aqui á la Iglesia de España en lo general, durante el corto intervalo de doce años en que cedió al influjo del siglo, un borron que no habia oscurecido jamás su gloria en el discurso de siete siglos de su independencia.

y

No ignoro que varios escritores mercenarios, menos solícitos de salvar el nombre de la Iglesia hispana que de ocultar á la perspicacia de los observadores las funestas consecuencias que les origina el abuso del dominio temporal, han fundado en la escasez de autores coetáneos la vindicacion de Witiza y de D. Rodrigo, como si un millon de tomos en folio ofreciese com

probacion ninguna comparable á la tradicion universal que de' siglo en siglo nos trasmitió entre ayes y lamentos sus costumbres estragadas, y menos á la infame entrada de los moros, cuyos horrendos vestigios por desgracia aún subsisten deshonrando nuestro suelo. Segun tan mezquino método de raciocinar, adoptado por los aduladores del predominio de los Reyes, mal disfrazados con la máscara de crítica, bien ha podido argüir contra la existencia de nuestro divino Maestro el fanático autor del Origen de los cultos, á cuya estravagante insania no impuso tampoco respeto el contínuo y permanente testimonio de cuatro millones de judíos, ni la destruccion de Jerusalén con un cuento y medio de habitantes: catástrofe la mas estrepitosa del mundo, y la mas bellamente referida por un testigo ocular en los anales de la historia: las defensas fundadas en absurdos no mejoran una mala causa. Nadie en verdad estaria mas interesado que un Obispo en desvanecer, si posible fuera, la mala nota que desconceptúa á cierta parte del clero español durante los reinados de Witiza y D. Rodrigo; pero conviene no olvidarse que la historia nos refiere los ejemplos y los estravíos de nuestros mayores para aprender en unos y otros el santo temor de Dios, imitando á los primeros y preservándonos de los segundos. ¿A qué disimular los lunares patentes en el rostro, quiero decir, las faltas de que nos acusan nuestros mas célebres autores? ¿Quién no echa de menos en

los Obispos españoles de tan ignominiosa época aquella fortaleza, aquel celo evangélico que se espone á los arrebatos y á la cólera de los reyes por no contemplar con sus escándalos ? ¿ Dónde están primero sus ruegos, luego sus lamentos, despues las quejas, y últimamente sus pastorales, sus escritos, que nos acrediten la vigilancia y justa indignacion de los centinelas de Israel? La persecucion de reyes tan inícuos como Witiza no deshonraria á los Obispòs si la hubieran padecido, antes por el contrario formaria su mayor elogio, y nos diera margen ahora á una sólida y bien fundada apología; en -vez de que la falsa paz, las delicias y comodidades que disfrutaron, y la continuacion del favor de una corte tan disoluta como la que entonces gobernaba, nos pone un velo en los ojos y nos quita la pluma de las manos. Las bendiciones de la paz y la felicidad de los cristianos son el voto de la Iglesia en sus oraciones cotidianas; pero en la triste necesidad de haber de leer las páginas escandalosas del reinado de Witiza y D. Rodrigo, menos ingrato nos sería ir repasando en los anales de aquel tiempo unos Obispos mártires, otros presos, prófugos ó desterrados, sacrificados todos en defensa de la fe, como sucedió en la persecucion goda de Espafia hacia el año 425, tan encarecida por S. Agustin que la proponia de modelo á los Obispos africanos, que el consultar las bibliotecas y revolver todos los archivos, y no encontrarnos con un testimonio de esta clase. Menos sentimiento

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